realidad 28
Señores..., _almuercitis_. (_Cogiendo al chico de los brazos de
Joaquín._) Ven con tu madre, rey de los cielos y la tierra, ángel de
amor, hijo pródigo, patriarca de las Indias.
VIERA.
Lo que es éste no pasa, Claudia. Es muy bonito para ser de tu marido.
CLAUDIA, _soltando la risa_.
¡Qué cosas tiene el señor! Por estas cruces le juro que es de Pepe.
VIERA.
Vamos, que estás tú buena pieza... A la mesa. Tengo sobre mi cuerpo
toda el hambre española. (_Vase._)
FEDERICO, _abrumado_.
¡Que este hombre sea mi padre! ¡Ay!, me dió su rostro, me puso el
sello de su casta para que ni un momento pueda dejar de avergonzarme
de ser su hijo.
ESCENA IV
Comedor en casa de Orozco.
AUGUSTA, OROZCO, INFANTE, MALIBRÁN _y_ VILLALONGA, _sentados á la
mesa, almorzando_.
OROZCO.
¿Pues qué quería ese terco de Federico? ¿Que viviendo Clotilde como
vivía, fuese á pedir su mano un Hohenzollern ó un Habsburgo? Anoche
le vi tan excitado, que no quise contradecirle por no aumentar su
pena. Tuve con él la consideración de apoyar débilmente sus quejas;
pero ahora que no está presente, declaro que no tiene razón.
AUGUSTA.
Creo lo mismo. Mil veces le hablé de su hermana augurándole lo que ha
pasado. Mal que nos pese, somos arrollados por... la ola democrática.
¿Qué tal la figura? Lo que hay es que nos gusta más verla reventar en
la cabeza del vecino que en la propia.
MALIBRÁN.
Como figura del género balneario, no está mal. Eso lo aprendió usted
este verano en Arcachón... Pues volviendo á Federico, opino que es
un desequilibrado de marca mayor, aristócrata por las ideas y los
gustos, sin los medios materiales de que toda idea necesita disponer
para manifestarse dignamente. Absolutista por temperamento, reniega
de verse gobernado por el parecer de la multitud, y su orgullo
tropieza á cada instante con las garrulerías de la igualdad. Es una
contradicción viva, una antítesis...
AUGUSTA, _interrumpiéndole y burlándose_.
¡Jesús de mi vida, qué sabios venimos hoy!
MALIBRÁN.
Quiero decir que por efecto de esa radical contradicción entre la
época y el hombre, todos los actos de éste resultarán incongruentes,
no dará un paso que no sea un tropezón, y será al fin envuelto por la
ola de que antes nos hablaba usted, ya que no se decide á sortearla,
como hacemos los demás.
INFANTE.
Pues yo, sin meterme en filosofías, voy á dar noticias concretas.
Esta mañana se presentó en mi casa el trovador de Clotilde.
AUGUSTA, _con viveza_.
¿Y cómo es?
OROZCO.
Según me han dicho, atrevidillo, y no peca de corto.
INFANTE.
Simpático; pero muy simpático, y parece despejadísimo. En cuatro
palabras me ha contado su historia. Es huérfano, tiene veintitrés
años, y desde los diez y seis se bandea solo. Es sobrino de un
tal Santana, tendero en la calle de Lope de Vega, y de otro en la
Plaza Mayor, que le llaman Jáuregui, y de otro cuyo nombre y señas
no recuerdo. En fin, que cuenta media docena de tíos, detallistas
de comestibles. Sabe al dedillo la partida doble, y escribe cartas
comerciales en francés; tiene título de perito mercantil, y se ganó
un premio de Economía política.
AUGUSTA, _con animación_.
¡Ángel de Dios!... Señores, es preciso que le protejamos entre todos.
INFANTE.
El tío Santana le ocupaba en llevar la contabilidad y la
correspondencia; y en medio de esta prosaica tarea nacieron los
castos amores con la hermana de Federico. Pero ¡vean ustedes qué
desgracia! Casi en los mismos días en que los tórtolos se lanzaban
de cabeza en lo ideal, el tío Santana, por la paralización de los
negocios y la necesidad de economías, despidió al chico, que á la
sazón vive al amparo de su tío Jáuregui, sin sueldo. ¡Ah!, otro
detalle. Nunca ha servido en el mostrador, que repugna á sus hábitos
y á su educación; pero está decidido á todo, hasta á fregar copas en
una taberna, con tal de ganarse el pan para mantener á la elegida de
su corazón.
AUGUSTA.
Decididamente, le hemos de proteger.
MALIBRÁN.
¿Le encuentra usted chiste á la historia?
AUGUSTA.
La encuentro hasta poética. Por lo que veo, el verdadero amor, el
principio activo que gobierna el mundo, no existe ya más que en la
clase de dependientes de comercio. No podemos abandonar á ese joven.
¿Verdad, Tomás? (_Orozco sonríe sin decir nada._)
INFANTE.
Contóme también cómo nacieron y se formalizaron sus amores. Durante
un mes no hacían más que mirarse, mirarse, hechos un par de bobos.
Por fin, movido de un instinto irresistible, escribía con letras
gordas en un pliego abierto, al modo de cartel, frases de ternura,
y desde su balcón se las mostraba á la niña, que al principio huía
ruborizada, soltaba la risa después, y últimamente ponía una cara muy
triste cuando él no estaba.
AUGUSTA.
¿Y cómo, no estando en el balcón, sabía él que la chiquilla ponía la
cara triste?
INFANTE.
Esa misma pregunta le hice yo, y me contestó, ¡miren si es pillo!,
que entornaba las maderas de modo que pareciese no estar allí, y por
un agujerito observaba en la cara de la niña el efecto de su fingida
ausencia.
VILLALONGA.
¿Sabe ó no sabe el pájaro ese?
AUGUSTA, _con calor_.
Hay que casarles, aunque no sea sino para premiar esa manera
primitiva y pura de hacerse el amor. Eso es de lo que no se ve ya.
INFANTE.
Luego vinieron las cartitas, de que fueron conductores, por dicha de
ambos, las criadas de Federico, hasta que una noche logró Santana
colarse en la casa.
MALIBRÁN, _vivamente_.
Sí, hay que casarles; en eso estamos conformes, Augusta, aunque no
por las razones que usted alega, sino por otras de un orden muy
diferente.
AUGUSTA.
Cállese usted, mal pensado. ¿Qué hay en estos amores que no sea la
misma inocencia? ¡Bah, que entraba de noche en la casa! ¿Y qué?
VILLALONGA.
Nada, nada, que entraba á tomarle las medidas del cuerpo para
encargar el traje de boda.
AUGUSTA, _conteniendo la risa_.
Cállese usted también, groserote: no dice más que disparates.
INFANTE.
Y por fin, después de referirme su historia, me suplicó que le
consiguiera un destinito de oficial quinto, para poder casarse.
OROZCO.
¿Y qué hace usted que no lo pide al momento?
AUGUSTA.
Yo que tú, volvía loco á todo el Ministerio hasta obtener la plaza.
INFANTE.
En estas alturas, es más difícil sacar una plaza de oficial quinto
que una Dirección general. Pero algo haré, porque el chico ese me ha
entrado por el ojo derecho. «Pida usted informes á mis tíos acerca
de mi honradez--decía,--y como no se los den buenos, me dejo cortar
la cabeza.» No quiere el destino más que como ayuda en los primeros
tiempos, hasta que pueda tomar rumbos mejores. Y vean ustedes si el
nene es activo y sabe apreciar el valor del tiempo. Por las mañanas
emplea dos horitas en llevar las cuentas de una tienda de huevos de
la Cava de San Miguel. De tarde, la misma faena en un establecimiento
de ropas en liquidación, y por las noches se pasa tres ó cuatro
horas escribiendo al dictado en casa de un notario. Con esto reune el
pobrecillo sus treinta duretes al mes, que le saben á gloria por el
trabajo que le cuesta ganarlos; mas para casarse le hace falta otro
tanto, ó por lo menos la mitad. Ha echado bien la cuenta, y es de los
que no gastan un real sin saber de dónde ha de salir. ¿Qué tal? ¿Es
éste, sí ó no, un hombre predestinado á capitalista?
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