Realidad 3
AUGUSTA, _al Exministro_.
¿Qué tal? ¿Tenemos crisis al fin? Diga usted que sí, para que esta
gente se alegre.
EXMINISTRO.
Por mí que la haya. Un vendaje á la situación no vendría mal. (_Con
malicia._) ¿Verdad, Jacinto?
VILLALONGA.
Sobre todo si te ponen á ti de esparadrapo.
PEZ, _coleando y nervioso_.
No hay crisis más que en la mente de los que la desean. ¡Pues no
faltaba más sino que se cambiara de política porque Fulanito está mal
humorado, ó porque hay otros á quienes la tranquilidad del país les
coge sin dinero!
AUGUSTA.
Así me gusta á mí la gente, ó ser ministerial de coraje ó no serlo.
VILLALONGA.
Exactamente como yo.
AUGUSTA, _á Trujillo_.
Bien venidos los Trujillos. ¿Y Teresa?
OFICIAL DE ARTILLERÍA.
No la espere usted tan pronto. No saldrá de casa hasta que acabe de
leer la prensa.
TRUJILLO.
Mi mujer está fanatizada con el crimen. Hoy me atreví á poner en duda
las tendencias _Saraístas_, y por poco me pega.
AUGUSTA.
Pues conmigo no se cómo saldrá, porque yo me he propuesto hacer subir
el papel _Cuadradista_.
OFICIAL.
Por Dios, que no lo sepa mamá.
AUGUSTA.
¿Pero viene esta noche?
OFICIAL.
Sí, en cuanto despache los periódicos.
VILLALONGA.
Eso se llama empaparse en la opinión.
AUGUSTA.
Justamente... Villalonga, ya me ha contado Tomás que está usted
furioso contra la temperatura suave. ¡Cuánto nos hemos reído!
VILLALONGA.
Amiga mía, vivo bajo la influencia de un sino fatal. Usted es mi mala
estrella.
AUGUSTA.
¡Yo! (_Riendo._)
VILLALONGA.
Sí, y tenemos que reñir de veras... Ríase de mi superstición; pero lo
cierto es que siempre que la veo á usted y le hablo, buen tiempo.
AUGUSTA.
Ya sabía yo eso. El Padre Eterno me ha dado vara alta para dirigir
las estaciones. ¿No lo había usted notado? Y para castigar á los
deseosos del mal ajeno, he dispuesto que no hiele, para que se
fastidie usted y no pueda ser senador vitalicio. Tampoco mi marido lo
será, por la misma razón.
VILLALONGA.
Pues acabe usted de una vez, y dé las órdenes para que caiga un rayo
y nos parta á los dos.
AUGUSTA.
Todo se andará. (_A Monte Cármenes._) ¿Qué tal? ¿Vamos bien?
MONTE CÁRMENES.
Perfectamente bien, y sobre tantas dichas, la de verla á usted tan
guapa. ¿Y Tomás?
AUGUSTA.
En el billar, fumando. Me dijo que le espera á usted para echar unas
carambolas. Señores fumadores, señores carambolistas, mi marido y
Pepe Calderón están solos allá. Ea, señor _Catón pasado por agua_,
usted que es una de nuestras primeras chimeneas, al billar.
TRUJILLO.
Yo también; tengo que hablar con Tomás.
AUGUSTA, _á Monte Cármenes._
Usted, Conde, el primer taco de Madrid, allá también. Distráiganme
á Tomás, que no está bien de salud. (_Al Exministro._) Cuidado con
el oficialete, que se jacta de darle á usted codillo cuantas veces
quiera.
EXMINISTRO.
Lo veremos esta noche. Señor oficial, todo el que sea tresillista que
me siga. (_Dirígense á la sala de juego._)
_Aguado, Monte Cármenes y Trujillo padre pasan por la sala de
juego para entrar en el billar, á punto que sale Cisneros. Óyese el
chasquido de las bolas de marfil._
CISNEROS.
¡Malditos carambolistas, cómo le marean á uno!... ¿Y los fumadores?
¡Qué atmósfera, qué aburrimiento! Busquemos quien me haga la partida.
(_A Malibrán, que ha vuelto á aproximarse al grupo principal._)
¡Eh!..., diplomático de chanfaina, ¿la echamos ó no la echamos?
MALIBRÁN.
Amigo D. Carlos, lo siento mucho; pero tengo que retirarme pronto.
Trabajamos ahora por las noches en el Ministerio... un asunto
urgentísimo.
AUGUSTA.
Sí, corra; corra allá, no se vaya á alterar el equilibrio europeo...
Me parece á mí que entre él y ese pillo Bismarck están tramando algo.
¡Buen par!
MALIBRÁN.
¡Ay qué mala, qué burlona!
VILLALONGA.
Esos trabajos nocturnos en Estado, me figuro lo que son: unas
_juerguecitas_ muy disolutas en donde yo me sé.
AUGUSTA.
Claro, y á eso llaman el arbitraje de España en la cuestión entre
Nicaragua y... qué sé yo qué. Todo lo arreglan éstos con cañitas de
manzanilla.
MALIBRÁN.
¿Y por qué no?
CISNEROS, _cogiendo por el brazo á Malibrán y llevándosele_.
Ande usted, perdido.
MALIBRÁN.
Don Carlos, á sus órdenes. Pero hasta las once y media nada más. Sin
broma, tenemos que trabajar en el Ministerio. Busque usted quien nos
haga el pie.
AUGUSTA, _dirigiéndose á la sala japonesa, seguida de Villalonga y
Cícero._
¿Qué es eso de las francachelas de Malibrán?
VILLALONGA.
El se lo contará á usted. No es corto de genio. Pertenece á la
escuela moderna de la sinceridad.
MALIBRÁN, _aparte, en el salón, mientras Cisneros trata de reclutar
otro tresillista_.
¡Esta condenada... hasta se permite ponerme en solfa... á mí! No
se rinde, no. ¿Si acertará Infante, que la tiene por la virtud más
incorruptible y la fortaleza más inexpugnable?... Eso lo veremos...
¡Y ahora tengo que aguantar las latas de este buen señor, y dejarme
ganar cinco ó seis duros, adorando la peana por el santo! Lo peor
es que en toda esta quincena, en los almuercitos del papá, nunca he
podido cogerla sola. ¡Siempre allí el tontín de Infante, ó Federico
Viera! Y la única vez que faltaban convidados, hizo el vejete
castellano la gracia de no quedarse dormido, como de costumbre. A
este tío quisiera yo darle un disgusto, por ejemplo, probándole que
el Greco que ha adquirido ahora no es tal _Greco_, sino un _Mayno_ de
los peores, y el que supone _Valdés Leal_ un _Antolínez el Malo_.
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