Realidad 6
FEDERICO.
He oído que algunos vecinos vieron entrar en la casa, horas antes del
crimen, á un cura.
AUGUSTA.
¡También un cura!
FEDERICO.
Por las trazas debía de ser alguien disfrazado de sacerdote, quizás
una mujer.
MONTE CÁRMENES.
La madrastra... Si digo que...
FEDERICO.
¿Por qué no?
CÍCERO.
Eso no puede ser.
INFANTE.
Es un disparate.
MONTE CÁRMENES, _aburrido_.
Ea, señores, es mucho crimen para mí. Volveré cuando hayan ustedes
pescado la verdad, y la trinquen bien para que no se escape. (_Vase._)
AUGUSTA.
Pues ustedes dirán lo que quieran; pero á mí, la madrastra, esa doña
Sara, me parece una buena persona. Manolo, ¿tú qué piensas?
INFANTE.
Que es un crimen adocenado, y que ni hay madrastra, ni intoxicación,
ni alto personaje, ni influencia, sino la vulgarísima tragedia del
sirviente que roba, y al verse sorprendido mata; ni más ni menos.
FEDERICO.
Vamos, tú eres sensato, y te atienes á la versión de rúbrica, que nos
presenta los hechos como arregladitos á un patrón de conveniencias
curiales. Hasta el crimen debe ser correcto, y los asesinos han de
tener su poquito de ministerialismo.
AUGUSTA.
Muy bien dicho.
INFANTE.
No es eso. Pero me parece ridículo mezclar en asuntos tan bajos á
personas respetables. Hasta han dicho que el criaducho, ese Segundo,
es hijo natural de...
FEDERICO.
¿Quién podrá afirmarlo ni negarlo? Si los misterios de la conciencia
individual rara vez se descubren á la mirada humana, también la
sociedad tiene escondrijos y profundidades que nunca se ven, así
como en el interior de las masas rocosas hay cavernas donde jamás
ha entrado un rayo de luz. Pero de repente ocurre un cataclismo,
una convulsión del terreno, un derrumbamiento, y la roca se parte,
descubriendo el hueco que nadie hasta entonces había visto... En
cuestión de enigmas sociales, yo no afirmo nada de lo que la malicia
supone; pero tampoco lo niego sistemáticamente.
AUGUSTA.
Yo no soy sistemática; pero me inclino comúnmente á admitir lo
extraordinario, porque de este modo me parece que interpreto mejor
la realidad, que es la gran inventora, la artista siempre fecunda y
original siempre. Suelo rechazar todo lo que me presentan ajustado
á patrón, todo lo que solemos llamar _razonable_ para ocultar la
simpleza que encierra. ¡Ay!, los que se empeñan en amanerar la vida
no lo pueden conseguir. Ella no se deja, ¿qué se ha de dejar? Este
Manolo, empapado en esa tontería del ministerialismo, no quiere ver
más que la corteza oficial ó pública de las cosas. Es la mejor manera
de acertar una vez y engañarse noventa y nueve. Nadie me quita de la
cabeza que en ese crimen hay algo extraordinario y anormal. Sería
ridículo y hasta deshonroso para la humanidad que los delitos fuesen
siempre á gusto de los jueces. Admito lo del personaje influyente que
protege al asesino; me inclino á creer que el móvil fué amor y no
robo, y en cuanto á la madrastra, esa doña...
VILLALONGA.
Cuidado con defender á la madrastra, que aquí está Teresa Trujillo, y
según parece, va á negar el saludo á los que no opinen como ella.
AUGUSTA.
Es furibunda _madras... trista_; dificilillo es de pronunciar, pero
no hay más remedio que admitir la palabreja.
ESCENA V
_Los mismos._ TERESA TRUJILLO, _de edad madura, vivaracha, el pelo
pintado de rubio_.
AUGUSTA.
Las trae acabaditas de coger.
TERESA.
Vengo á buscarlas. (_Saludando á todos._) Manolito, buenas noches.
Jacinto, Federico, Marqués..., de fijo ustedes saben algo nuevo. Hoy
me he leído una arroba de prensa. ¡Qué buena viene! Por supuesto, al
que sostenga que no fué la madrastra, le diré que ha tomado dinero de
los _Cuadradistas_.
AUGUSTA.
Pues yo la defiendo, y de mí no creerá usted que me he vendido.
TERESA.
Pero estás influida por éstos, que en su afán de sacar del pantano
al juez, hacen la causa del _Cuadradismo_, sosteniendo que el criado
_mojó_. ¡Qué infamia! ¡Pobre Segundo, un muchacho honrado y decente,
devoto de la Virgen!... Yo no puedo ver esto con paciencia. Te juro
que si á esa bribona no la llevan al palo... va á haber aquí un
cataclismo.
INFANTE.
¡Qué la han de llevar, señora, si doña Sara es una santa, devotísima
de San José!
TERESA.
Quite allá el muy tonto... Usted es de los que trabajan porque
triunfe la farsa. Ya se ve: defiende al gobierno, que tiene interés
en echar tierra... Una horca en la Puerta del Sol, para ir colgando
en ella ministros y pájaros gordos, es lo que hace falta.
AUGUSTA.
¡Hija, por Dios!...
TERESA.
Ó la guillotina. Aquí no hay justicia ni vergüenza. Es cosa probada
que los que andan en el ajo le han asegurado la vida á ese bendito
Segundo para que declare en forma que no comprometa á doña Sara.
Esto es un espanto. Yo puedo asegurar á ustedes una cosa, y es que
unas amigas mías la vieron un día en _la Palma_ comprando cintas para
sombreros...
VILLALONGA.
¿Y qué?
TERESA.
Si no me ha dejado usted concluir. Iba con ella un hombre de barba
rubia.
INFANTE.
¿Y qué?
TERESA.
¡Y qué!... ¡Y qué! (_Exaltándose._) Ese sujeto es el hombre con barba
postiza que los vecinos vieron bajar, momentos antes del crimen.
FEDERICO.
¡Si el que bajó iba vestido de cura!
INFANTE.
De anchas caderas, bajito él, pecho abultado... Era la propia doña
Sara disfrazada de sacerdote.
TERESA.
No echemos la cosa á barato, amiguitos, que esto es muy serio.
AUGUSTA.
Pongámonos en lo razonable.
TERESA.
Eso es, en lo razonable.
FEDERICO, _á Augusta, vivamente_.
¿Pero no decía usted que es enemiga de lo razonable, porque lo
razonable es el amaneramiento de los hechos?
AUGUSTA.
Sí; pero hay que distinguir...
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