Realidad 4
CISNEROS.
Ea... ya tenemos tercero, el amigo Pez. (_Pasan á la sala de la
derecha y juegan. Trujillo, padre é hijo, y el Exministro hacen otra
partida en la mesa próxima._)
ESCENA III
_Los mismos._ MANOLO INFANTE _entra en el salón y lo recorre,
observando con precaución. Atisba por la puerta de la izquierda_.
INFANTE.
Está en la sala japonesa con Cícero, Villalonga y no sé quién más.
Malibrán ha comido aquí hoy. ¿Se habrá marchado ya? Probablemente; es
de los invitados esta noche por _la Peri_... (_Mirando por la puerta
que da á la sala de juego._) ¡Ah!, no; está haciéndole la partida á
Cisneros, y dejándose ganar. ¡Cómo le adula fingiendo creer que son
de grandes maestros las tablas viejas y podridas que el otro compra
en el Rastro, y soportando sus tresillos!... Por allí suena la voz de
Villalonga diciendo graciosos disparates... Y Orozco ¿dónde andará?
Oigo el chasquido de las bolas... Huyamos por esta noche de los
carambolistas. A Federico no le veo ni le oigo; pero no ha de tardar.
Observaremos...
MONTE CÁRMENES, _que sale del billar y atraviesa la sala de juego y
el salón_.
Dios le guarde.
INFANTE.
A la orden, mi Conde.
MONTE CÁRMENES.
¿Qué ha habido esta tarde?
INFANTE.
Nada; una sesión aburridísima. El consabido chubasco de preguntas
rurales, hasta las cinco, y en la orden del día la insufrible lata de
_petróleos en bruto_. ¿No fué usted?
MONTE CÁRMENES.
No. Me revienta el tema de estos días en aquellos pasillos. Tanto
hablar de inmoralidad le revuelve á uno los humores. Y luego que si
hay crisis, que si no debe haberla, que si vira, que si torna... Esto
divierte un día, dos; pero luego marea. Y eso que yo gasto la gran
pachorra: á cada cual le doy por su gusto, y al que me dice que no
podemos vivir sin crisis, le contesto que me parece bien, y al otro
lo mismo, y siempre bien, siempre en el mejor de los mundos posibles.
INFANTE.
Es verdad.
MONTE CÁRMENES.
Vamos á ver qué hay por aquí. (_Entran ambos en la sala japonesa._)
AUGUSTA, _á Infante_.
Manolo, dichosos los ojos... Hoy hemos hablado muy mal de ti... ¿Por
qué no viniste á comer?
INFANTE.
¡Desdichado de mí! He tenido que comer con una comisión de mi
distrito que viene á gestionar la rebaja del cupo de consumos. Me
gustaría que probaras un convite de estos para que vieras lo resalado
que es.
AUGUSTA.
Gracias, me lo figuro. ¡Y has tenido que aguantar..., pobre ángel!
INFANTE.
Y oírles, y agasajarles, y fingir que estoy muy indignado con el
Ministro, y prometer, dándome un golpe de pecho..., así, que si el
Ministro no me complace, le pondré verde con una preguntita sobre
la corta de pinos en Rebollar. Y añade á esto los chismes de aldea
que he tenido que oir. Al fin pude zafarme de ellos, diciendo que
me había citado el Director de Obras Públicas para ponernos de
acuerdo sobre el emplazamiento de la estación del ferrocarril en
construcción, y con esto les dí el esquinazo, y se fueron tan ternes
á ver una funcioncita en Lara.
AUGUSTA.
¡Pobres baturros, cómo te diviertes con su inocencia! Pues mira, eso
es una gran inmoralidad. (_Entra Aguado bruscamente._) ¡Ay!, me ha
asustado usted. En cuanto se habla de inmoralidad, se nos presenta
este hombre, como caído del cielo.
AGUADO.
Señora, no caigo del cielo, sino que entro en él, pues entro donde
usted está.
AUGUSTA.
¡Ave María Purísima! ¡Cuánta finura! ¡Qué metafórico está el tiempo!
AGUADO.
Yo no las gasto menos.
AUGUSTA.
Hablaban aquí de política, y decían que esto está muy perdido.
AGUADO, _á Infante_.
¿Qué ha habido esta tarde en esa leonera?
INFANTE.
Pues nada. No se puede ir allí, porque ha salido una plaga de
honrados... Vamos, es cosa de mandarles á la cárcel... por honrados,
precisamente por honrados del género inaguantable. ¡Dichosa moralidad!
AUGUSTA.
Muy bien dicho. Y usted (_á Aguado_), ¿no sale á defender la clase?
AGUADO.
¿Qué clase?
AUGUSTA.
La de los honrados, hombre.
INFANTE.
Esto no va con él. Me he referido á la clase peninsular, y respeto la
ultramarina ó de la _Vuelta Abajo_, pues de esa nada tengo que decir.
AGUADO.
Este es un ministerial de la clase de _Isidros_, ó del montón anónimo.
Todo lo encuentran bien, y cuando se les habla del cáncer de la
inmoralidad, alzan los hombros y se quedan tan frescos.
AUGUSTA.
Tiene razón Aguado: lo mismo les da á éstos el país que la carabina
de Ambrosio... No se ría usted, Conde, que contra usted voy; usted no
tiene patriotismo, usted no se indigna como debiera indignarse, y esa
sonrisita, esa santa pachorra es un insulto á la moral.
MONTE CÁRMENES.
Si fuera una necesidad que yo me _indiznase_, me _indiznaría_. Pero
si otros lo hacen, y lo hacen muy bien, ¿á qué cuento viene que yo
me enfurruñe y haga malas digestiones? Máxime cuando veo que todo
se arregla al fin, y que los más severos hoy son mañana los más
condescendientes.
AGUADO.
Ó en otros términos: que todos son lo mismo, y vamos tirando. Hoy por
ti y mañana por mí.
CÍCERO, _con buena fe._
No es malo que se hable tanto de nuestros vicios, porque así los
corregiremos.
AUGUSTA.
¡Ay, Marqués, no sea usted cándido! Eso de la moralidad es cuestión
de moda. De tiempo en tiempo, sin que se sepa de dónde sale, viene
una de estas rachas de opinión, uno de estos temas de interés
contagioso en que todo el mundo tiene algo que decir. ¡Moralidad,
moralidad! Se habla mucho durante una temporadita, y después seguimos
tan pillos como antes. La humanidad siempre igual á sí misma. Ninguna
época es mejor que otra. Cuando más, varía un poco la forma ó el
estilo de la maldad; pero lo de dentro, crean ustedes que poco ó nada
varía.
VILLALONGA.
¡Eh! ¿Se explica la niña? ¡Qué talentazo!
AGUADO, _con hinchazón_.
Perdóneme usted, señora. No me compare esta época con otras. Yo
recuerdo..., por ejemplo, cuando fuí á Cuba la primera vez...
AUGUSTA, _con viveza_
Cuando usted fué á Cuba la primera vez, vendían la carne humana, y
usted, creyendo que no hacía nada malo, afanaba algunas hilachas de
aquella carne... No, no le censuro; era cosa corriente.
AGUADO.
Perdone usted...
AUGUSTA.
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