realidad 50
LA SOMBRA, _flemáticamente_.
No veo por qué razón ha de haber en esto vencedores ni vencidos. Tú
eres dueño de tu voluntad y de tu porvenir. No me siento ofendido
por tu afición á la pobreza ni por tus simpatías hacia _La Peri_.
Buen provecho te hagan.
FEDERICO.
Lo que yo sé es que así no puedo vivir.
LA SOMBRA, _con afecto_.
Explícate mejor; no tengas para mí secretos.
FEDERICO, _doloridamente_.
No te canses, Tomás. Yo no puedo declararme á ti. Pero lo que mi
lengua no acierta á decirte, cien lenguas del mundo te lo dirán.
Francamente, no me importa nada que me mates.
LA SOMBRA.
¿Matarte? Si tu vida es un suplicio, quitártela es hacerte un bien;
y como tú no quieres aceptar de mí favor alguno, te dejaré vivo y
pobre. (_Riendo._) ¿No es ese tu gusto?
FEDERICO, _aturdido_.
Sí, sí. Y ahora... te hablaré con franqueza. ¡Cuánto te agradecería
que te marchases! Tu presencia me mortifica horriblemente, y si no he
huído de ti, es porque no puedo moverme. Yo no sé lo que tengo.
LA SOMBRA, _levantándose_.
No deseo más que complacerte.
FEDERICO.
¿No te gusta á ti la ingratitud? Pues en mí tienes lo que más puede
agradarte. ¿Estás contento de mí?
LA SOMBRA.
No, porque la ingratitud que á mí me entusiasma es la de los que
reciben un beneficio mío, y tú lo rechazas.
FEDERICO.
Pues hazme el beneficio inmenso de no ocuparte de mí. No me mires, no
me hables.
LA SOMBRA, _sonriendo_.
¡Ingrato! Si no deseo más que tu bien...
FEDERICO, _suplicante_.
Por Cristo, olvídate de mí.
LA SOMBRA.
Yo te digo á ti que no me olvides. (_Con humorismo._) Soy algo
pesado, ¿verdad? Vaya, descansa de mí un momento... Pero nos veremos
otra vez. (_Estrechándole la mano._) Sabes cuánto se te estima...
(_La Sombra se aleja. Federico sale del salón._)
ESCENA XIV
Calle.
FEDERICO, _solo, andando muy á prisa_.
¡Cómo está mi cabeza! ¿Pues no me entra la duda más espantosa que
jamás agitó mi espíritu? ¿He hablado yo con Orozco en casa de San
Salomó, ó es ficción y superchería de mi mente? No puedo asegurar
nada. Yo le he visto, yo he hablado con él... La realidad del hecho
en mí la siento; pero este fenómeno interno, ¿es lo que vulgarmente
llamamos realidad? Lo que yo he dicho cien veces: no hay bastantes
palabras para expresar las ideas, y deben inventarse muchas, pero
muchas más. Que yo le vi y le hablé, no es dudoso para mí, y me
parece que le oigo todavía. Pero un sentimiento vago de las cosas
exteriores me dice que aquel encuentro es obra de mis propias
ideas... (_Escudriñando en su espíritu._) ¿Pero es cierto que
hablamos Orozco y yo en esa casa? ¿Estuve yo realmente en ella? Vamos
á ver: concretemos. (_Parándose._) ¿En dónde has estado desde las
diez?... No acierto á precisarlo. Sea lo que quiera, realidad por
realidad, lo mismo da una que otra... Despéjate, cabeza. ¿Adonde iré
para calmar mi afán? ¿Cómo pasaré las horas de esta triste noche que
no se acaba nunca? Cien veces he mirado el reloj sin enterarme...
Mirémoslo con la atención debida: las once y media. ¡Temprano,
siempre temprano! (_Vuelve á andar presuroso._) Necesito desahogar mi
corazón confiando mis inquietudes á alguien. ¿Pero á quién? Se las
contaría yo á Leonorilla; pero no es hora de ir allá. De noche no
puedo, no sé ver en ella á mi amiga querida. A estas horas encontraré
la casa toda llena de... hombres. ¡Desgracia inmensa para mí, que
la única persona á quien declararme puedo no me sirve para el caso
sino cuando no parece lo que es!... ¿Iré á que me consuele la otra,
Augusta? Tampoco es ocasión. Ésta por ser honrada de noche, aquélla
por no serlo, ambas me cierran sus puertas en las horas de mayor
soledad y tristeza. Además, Augusta es la persona á quien menos
puedo confiarme, porque ella, ella me ha lanzado á esta lucha, á
este vértigo... ¡Pobre mujer! Alucinada por el amor, has perdido de
vista la ley de la dignidad, ó al menos desconoces en absoluto la
dignidad del varón. ¡Ay, tus palabras, tan gratas para mí en otro
tiempo, ahora serán como instrumentos de suplicio! Me embriagarás
con tus avasalladoras seducciones, disiparás durante un rato grande
ó chico las tinieblas de mi vida; pero no derramarás en mi corazón
ese bálsamo de ternura y consuelo que es la única medicina de este
mal espantoso de la conciencia... ¡A estas horas ya la malicia se
cebará en la verdad descubierta por Malibrán, y mientras Orozco cree
y dice que _La Peri_ me ayuda á vivir, nuestros amigos dirán que
Augusta me mantiene y me paga las trampas! Esto me subleva. (_Con
desesperación._) Romperé con ella; rechazaré las ofertas de Tomás,
y después que me devoren la miseria y la usura... (_Pausa._) ¿Iré á
pedir consuelos á mi hermana? No, porque me encontraría con ese facha
innoble á quien detesto. Sólo de verle se me crispan las manos, y
siento anhelos de destrozar á alguien. No; allá no iré por nada de
este mundo. Ya no tengo hermana, ya no tengo familia; estoy solo,
y la compañera que me hace falta, ni puede dármela la amistad ni
dármela puede el amor... Vagaré por las calles hasta que sea hora de
entrar en mi casa... Pero el tiempo no avanza. ¡Demonio, siempre las
once y media! Me canso ya de este paseo febril. (_Detiénese indeciso
y fatigado._) ¿En dónde me metería yo para reposarme y distraerme un
rato? No iré á ningún sitio donde pueda encontrarme con el Santo,
pues su sola presencia me causa las agonías de la muerte. ¡Ah, qué
idea feliz! Me refugiaré en un teatro. ¿En cuál? En éste, que es
del género picante. No me reiré, porque no puedo reirme; pero mis
ideas se desviarán un rato de la fijeza congestiva que me atormenta.
(_Párase á la puerta de un teatro; toma localidad y entra._) Están
en el entreacto; pero pronto empezará la función, que ojalá sea una
pieza muy disparatada, muy absurda, muy cínica... (_Dirígese al
pasillo de butacas._)
ESCENA XV
Teatro.
FEDERICO, OROZCO, _que se le presenta de improviso al dar los
primeros pasos en el patio. Un poco más lejos, el_ MARQUÉS DE CÍCERO
_y el_ CONDE DE MONTE CÁRMENES.
FEDERICO, _para sí, estremeciéndose al verle_.
¡Orozco! Esto parece cosa del infierno.
OROZCO.
Hola, sonámbulo... ¿Qué es eso? ¿Te asombras de verme aquí?
FEDERICO.
No esperaba...
OROZCO.
Ese chiflado (_señalando á Monte Cármenes, que mira con gemelos hacia
los palcos_) se empeñó en que entráramos aquí. Y la verdad, nos
hemos divertido. Me gusta mucho el género cómico, aun con toques tan
chillones y picantes como los que aquí se usan. ¿Y tú...? Tienes mala
cara, chico; estás pálido...
FEDERICO, _trémulo_.
No me siento bien esta noche.
OROZCO.
¿Qué tienes?
FEDERICO.
Aquí, en el corazón..., no sé qué. No es dolor, no es punzada. Es
una extraña sensación que al anochecer empezó á molestarme, y que se
acentuó terriblemente al entrar aquí.
OROZCO.
¿Te duele...?
FEDERICO.
Exactamente dolor, no, no... Es más bien un estímulo, como ganas
instintivas de meter los dedos por aquí; aquí, no sé si en el corazón
ó un poco más abajo. Lo que más me mortifica es la idea..., sí, no te
rías, la idea de que me aliviaré introduciendo los dedos hasta tocar
la parte dolorida, mejor dicho, la parte afectada.
OROZCO, _sonriendo_.
Te diré lo que se dice siempre en tales casos: eso es nervioso.
Poco mal y bien quejado. Quizás falta de sueño, quizás un poco de
dispepsia. Sanarás cuando tu ánimo se tranquilice. Federico, haz caso
de mí, regulariza tu vida, para lo cual te basta dejarte querer, y
verás cómo desaparece esa molestia, que no es más que una acción
refleja, partiendo del cerebro. Corta de raíz tus malos hábitos, y
verás qué bien te va.
FEDERICO, _con tristeza_.
¡Qué pronto se dice eso, Tomás!
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