realidad 59
ESCENA VIII
Salones en casa de Orozco. La misma decoración de la primera jornada.
Es de noche.
MALIBRÁN, VILLALONGA, _en la sala de la derecha_.
VILLALONGA.
Da gracias á Dios, amigo Cornelio, por haberte librado de la
desagradabilísima operación de batir las cataratas á nuestro buen
Orozco. Ni comprendo yo cómo se puede acometer á sangre fría tal
empresa quirúrgica. Llegarse á un hombre, á un amigo, y decirle
á boca de jarro: «mira, Fulano, yo sé que tu mujer, etc..., y te
ofrezco medios de comprobación material cuando gustes», es cosa
fuerte, pero tan fuerte, que si yo me hallara en el triste caso de
ser operado así, cree que mi primer impulso habría de ser romperle
los ojos al... oculista.
MALIBRÁN.
La verdad es que se me hacía dificilísimo el primer pinchazo. En
la mañana del domingo, hallándonos los dos en el solitario monte,
vi la ocasión propicia y quise lanzarme, pero no hallé manera de
abordar el peligroso tema. Toca por aquí, escarba por allá, y nada.
Mi conocimiento de las mil emboscadas de la conversación resultaba
inútil. Luchaban en mí el deber de conciencia mandándome hablar, y la
gravedad del asunto poniéndome cien mordazas.
VILLALONGA.
No veo tan claro, francamente, lo del deber de conciencia. La mía
no me ha inducido nunca á ilustrar á mis amigos sobre puntos tan
delicados.
MALIBRÁN.
Cada cual ve las cosas á su manera. No soy gazmoño en asuntos de
moral conyugal. Tengo acá mis ideas..., quizás un poco extravagantes;
y para metértelas en la cabeza, necesitaría explanar con alguna
extensión mi teoría de que el grado de culpabilidad adulterina
depende de la elección de cómplice, resultando una escala que va
desde lo disculpable, por no decir plausible, hasta lo que merece la
mayor execración. Pero no me parece oportuno ahora...
VILLALONGA.
No; déjalo para otra vez.
MALIBRÁN.
Sea lo que quiera, me alegro mucho de que el Acaso, el socorrido
_Fatum_ me librara del compromiso fastidioso de tener que cantar. Y
se me quitó un peso de encima cuando llegó el telegrama de Calderón
anunciando á Tomás la inesperada tragedia. Los dos nos quedamos, al
leer el parte, como quien ve visiones, y celebré para mi sayo que la
divina Providencia se encargase de la misión difícil que yo me había
impuesto. (_Bajando la voz._) Porque tengo para mí que, en presencia
de este hecho elocuentísimo, Orozco no puede permitirse seguir
ignorando... ¿Qué te parece? Desde que se conoció la catástrofe en
Madrid, el nombre de Augusta figura en todas las versiones que corren
de boca en boca.
VILLALONGA.
No sé, no sé... (_Meditabundo._) ¿Y tú qué piensas de esta desgracia?
MALIBRÁN.
Para mí, el pobre Viera se hallaba en una situación ahogadísima,
en declarada, irremediable bancarrota. Enormes deudas de juego,
de esas que no admiten prórroga, le abrumaban. Augusta le había
auxiliado hasta ahora en la medida razonable; pero las exigencias
de él llegaron á ser tales, que la pobre mujer no quiso ó no pudo
satisfacerlas. De esta resistencia de Augusta, y de las tremendas
razones con que Federico apoyaba sus demandas de dinero, hubo de
resultar un vivo altercado, amenazas, demasías de lenguaje, qué
sé yo... Federico, en un rapto de furia y desesperación, harto de
padecer, viéndose sin honra, insolvente, comido de acreedores,
rechazado de sus amigos, liquidó con la vida. En rigor, era la única
liquidación posible.
VILLALONGA.
Es verosímil.
MALIBRÁN.
Tan verosímil, que yo me represento la escena como si la estuviera
viendo y escuchara la voz de ambos personajes.
VILLALONGA.
Pero hay algo que no está claro, ni creo que lo esté nunca. No tengo
yo por seguro que la pobre Augusta se hallara presente en el acto del
suicidio.
MALIBRÁN.
Para mí es indudable que sí.
VILLALONGA.
¡Pobre mujer! Cree que me inspira lástima, y que daría yo cualquier
cosa porque su nombre no figurara en este misterioso asunto.
MALIBRÁN.
Déjala, déjala que pague su error. Estas damas que presumen de
inteligentes son atroces en sus deslices. Escogen siempre lo
peorcito, y luego se llaman desgraciadas y se encomiendan á la
Virgen. El mejor auxilio que les puede dar el Espíritu Santo es
sugerirles una buena elección.
VILLALONGA, _con seriedad_.
Amigo Malibrán, como amigos de la casa, debemos desear que se corte
el escándalo y se eche tierra al asunto. No sé si Orozco se dará
por entendido ante el público del descarrilamiento de su mujer. Es
probable que la discordia conyugal, consecuencia segura de este
mal paso, quede en las sombras de la vida íntima. Orozco es muy
circunspecto, muy metido en su concha, y sabe tragarse en silencio
la cicuta. Se me figura, por algo que he olfateado esta tarde, que
Cisneros intriga subterráneamente á fin de ahogar el escándalo. A
nosotros, amigos leales de la familia, nos corresponde coadyuvar
á esta obra benéfica del gran castellano viejo. Desmintamos las
especies terroríficas que circulan por ahí; defendamos el honor de
esta casa, y saquemos á la pobre Augusta del pantano en que ha caído.
MALIBRÁN.
¡Diantre! (_Caviloso._) Pues si ella lo agradeciera...
VILLALONGA.
Claro que lo agradecerá. La infeliz es una bendita. Ha padecido una
alucinación... ¡Ah!, el mal de la época, la diátesis de nuestros
tiempos de refinamiento social. Amigo mío, la vida esta de
recepciones, galantería, sibaritismo, comidas, y el charlar ingenioso
y pérfido entre los dos sexos, es un excitante desmoralizador. No hay
familia posible con semejante vida. Perdona que esté tan filósofo,
yo, el último de los desmoralizados, pero también el primero de los
alumnos de la gran profesora, la experiencia.
MALIBRÁN.
Si yo contara con la gratitud de Augusta, sería el primero en llevar
mi espuerta de tierra al montón que ha de cubrir el escándalo. Pero
dudo que...
VILLALONGA, _poniéndose serio_.
No seas idiota. Y en último caso, el agravio que la opinión infiere
á nuestro amigo Orozco lo hago yo mío; vamos, que me meto á paladín,
sí señor. Cuidado, pues, Malibrancito: ten juicio, pues bien pudiera
suceder que yo me amoscara... Todo está en que me dé por ahí.
MALIBRÁN.
¿Pero tú qué tienes que ver...?
VILLALONGA.
Tengo y no tengo... En fin, que me carga tu intervención, tu
espionaje y tu lamentable oficiosidad en este asunto.
MALIBRÁN, _con mal humor_.
Ea, déjame á mí... (_Cediendo._) Pero, en fin, ¿qué es lo que tú
quieres?
VILLALONGA.
Que hagas propaganda sensata. Aquí no ha pasado nada. Nuestra
conducta ha de corresponder á los agasajos de esta excelente familia.
¡Augusta se merece un sin fin de homenajes, y Orozco es tan bueno,
tan generoso...! Te diré: yo le debo el grandísimo favor de haberme
cedido su puesto en la combinación de senadores. ¡Caray, si no es por
él, me quedo también ahora en la calle muerto de risa!
MALIBRÁN.
¡Ah, mameluco, _that is the question_! Ya veo la clave de tu sensatez.
VILLALONGA.
Este pastelero mundo es una cadena, un collar, un toisón de oro, en
el cual las personas, remachadas con las ideas, somos los eslabones,
y no podemos escoger la relación ó argolla que nos une al eslabón
vecino. ¿Qué tal? ¿Estoy yo filosófico esta noche? Mentecato, ¿tú qué
te creías?... Y punto en boca que viene aquí el grande hombre.
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