2017년 3월 27일 월요일

realidad 19

realidad 19



lo haré yo jamás. Prefiero mil veces pedir públicamente delante de
todos mis amigos cinco duros á _La Peri_, y tomarlos sabiendo que
ella los sustrae del bolsillo de sus amantes; prefiero esto á recibir
de la mujer de Orozco esos medios de vida honrada que me ofrece.
¡Vaya una honradez! Antes me ganaría yo la vida con los oficios más
vergonzosos, en esta casa ó en otra cualquiera, envileciéndome, pero
sin engañar á nadie... (_Vuelve á pasear._) ¡Cuánto tarda Leonor! Si
no viene pronto, creo que enloqueceré. No puedo estar solo. Necesito
compañía constante. ¿Pero á quién descubrirme totalmente? ¿Cómo
contarle á la otra lo que hoy he hecho? ¿Cómo decirle: «tengo una
amiga del alma, una socia moral, que hace los mayores desatinos por
librarme de las uñas de mis acreedores»? En cuanto yo le refiriera
esto, ¡buena se pondría! ¡Qué escenita de celos y recriminaciones!
No, entre Augusta y yo, las dulzuras inefables de la confianza no
pueden existir. A Leonor sí le confío lo que es de cierto orden, mis
deudas, mis apuros. Ella lo siente, lo comprende, y me conforta y
me da la mano cuando voy á hundirme. ¡Compañerismo misterioso! Pero
si le declarara mis relaciones con Augusta, la repugnancia con que
miro sus ofertas y la inquietud inmensa que me produce el ultraje á
Orozco, de seguro no lo comprendería, ni sabría consolarme. De modo
que á una y á otra he de ocultarles algo; con ninguna puedo tener la
comunicación plena y total, consuelo del alma... Mi vida ha venido á
dividirse en dos esferas irreconciliables. Tengo que seguir en esta
incertidumbre, partiendo el alma sin poder darla entera á nadie, y
ni amiga ni amigo encuentro que me ayuden á soportar todo el peso
de tristeza que llevo sobre mí. Adelante con él; iré hasta donde
pueda... Me parece que ya viene Leonor, este diablillo de bondad.
 
 
ESCENA VII
 
FEDERICO, LEONOR.
 
LEONOR, _entrando presurosa_.
 
Hecho todo. Dame un abrazo... en premio de mi virtud.
 
FEDERICO.
 
Ahí va. (_La abraza y la besa._) Tu virtud, sí. No creas que has
dicho una broma.
 
LEONOR.
 
Basta de matemáticas, ó sea de agradecimiento. No dirás que he
tardado mucho. Fuí á casa de ese puerco de Torquemada, y desde la
puerta me volví... Se me ocurrió que era imprudencia retirar yo misma
los pagarés. Podría contarlo el muy tuno, y tus amigos creerían
horrores de ti; que yo te pago las trampas.
 
FEDERICO.
 
Has tenido una feliz idea. No había yo pensado en eso. De modo que...
 
LEONOR.
 
Te traigo los santos cuartos para que tú mismo vayas á casa de ese
judío. Échate pronto á la calle, y á ver dónde nos reunimos luego
para almorzar juntos...
 
FEDERICO, _tomando el dinero_.
 
Donde tú quieras. Estoy á tus órdenes.
 
LEONOR.
 
¡Ah! ¿No ha venido el Marqués ni ningún otro de esos cataplasmas?
 
FEDERICO.
 
No ha venido nadie.
 
LEONOR.
 
De buena lata te has librado. Mira, _chiquío_, conviene que tomemos
soleta antes que se nos plante aquí algún punto fuerte.
 
FEDERICO.
 
Sí; ¿te parece que almorcemos en un sitio reservado, en un
bodegoncito, donde nos sirvan cordero ú otro plato español de los que
á ti tanto te gustan?
 
LEONOR.
 
¡Ah, pillastre! Te avergüenzas de que te vean conmigo, y buscas un
sitio solitario para esconderte. Bien; iremos á casa de Botín, el de
la Cava.
 
FEDERICO.
 
No; es que...
 
LEONOR.
 
Te veo, besugo... Tu señora, quienquiera que sea, estará celosa, y
puede que te ande buscando las vueltas.
 
FEDERICO.
 
No es eso, tonta. Pero no nos detengamos.
 
LEONOR.
 
A la calle. (_Cantando._) ¡Españoles, venid! Nos separaremos en el
portal, y luego, fíjate bien, te espero en la Plaza Mayor. No me des
plantón.
 
 
En la escalera.
 
FEDERICO.
 
¡Quita, pues no faltaba más!...
 
LEONOR.
 
¡Ah!, me olvidaba de contarte... ¿Sabes á quién me encontré ahora?
Al abuelo Cisneros. ¡Qué terne está! Me paró y me dijo que fuese á
verle. Mira tú, á ese tío marrullero le sacaría yo de buena gana diez
mil realetes para dártelos á ti... No seas tonto y no pongas esa
cara. ¡Vaya! Lo que ya hice una vez, ¿por qué no repetirlo ahora?
 
FEDERICO, _contrariado_.
 
Por Dios, Leonor, que se te quite eso de la cabeza.
 
LEONOR.
 
¿Escrupulitos tenemos? ¡Qué tonto te me has vuelto, chico! Déjame á
mí, que entiendo el tinglado del mundo mejor que tú. ¿Para qué quiere
tanto dinero ese viejo chinche, más malo que la sarna? Nosotras somos
las repartidoras de la riqueza y niveladoras de las fortunas mal
distribuidas. No, no te rías. Cisneritos me tiene que pagar la última
que me hizo, cuando me prometió el tapiz y luego se llamó Andana. Se
la guardo, sí, porque es la única persona que me ha engañado en este
mundo. Déjale venir, tonto, y como yo le dé unos cuantos pases, el
tapiz es mío, y luego lo empeñamos si nos hace falta dinero, ó lo
vendemos si te conviniere...
 
FEDERICO, _con hondo disgusto_.
 
Leonorilla, no me mezcles á mí en esas historias...
 
LEONOR.
 
¡Ay, qué guasa! El diablo harto de carne...
 
FEDERICO.
 
No es que me meta á fraile, sino que... Cállate, cállate.
 
LEONOR.
 
¿Pues sabes lo que se me ocurre en este momento? Que yo, preparando
con tiempo una combinación, podría agenciarte, en el golfo que
jugamos en casa por las noches, alguna cantidad gorda.
 
FEDERICO, _apartándose de ella_.
 
¡Qué ignominia! Me causa horror tu proposición.
 
LEONOR, _con calma bonachona_.
 
Pero qué, ¿tu tranquilidad no vale una trampa?...
 
FEDERICO, _aterrado_.
 
Ni en broma me lo digas... ¡Si esto lo oyera alguien! ¡Si esto se
supiera...!
 
LEONOR.
 
¡Pero como nadie lo ha de saber!... El honor y el deshonor dependen
de que las cosas se sepan ó no se sepan. De forma y manera que si lo
que debe quedar secreto quedara siempre, esas palabrillas, honor y
deshonor, habría que suprimirlas de la conversación.
 
FEDERICO.
 
Filosófica estás... (_Llegan al portal._) Bueno; no nos entretengamos
charlando.
 
LEONOR.
 
¡Eh, niño!, no vayas á distraerte y á darme un esquinazo. Porque tú
las gastas así.
 
FEDERICO.
 
Descuida. Seré puntual. (_Se separan en la calle._)
 
 
ESCENA VIII
 
Dos habitaciones comunicadas, pequeñas, puestas con dudosa elegancia.
En la de la derecha, sofá, butacas, un secreter, velador con tapete,
un entredós con lámpara de bronce, cortinas de seda, chimenea
encendida, sobre la cual hay un gran espejo. En la de la izquierda,
tocador con colgadura, una silla larga, banquetas de pelouche,
armario de luna, lavabo. En el fondo de este gabinete, la puerta que
comunica con una alcoba. Es de día.

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