2017년 3월 28일 화요일

realidad 32

realidad 32


OROZCO.
 
Gracias. ¿Y qué es de la vida de usted?...
 
VIERA.
 
Hijo mío, mi vida es la continua privación de los bienes que apetece
mi alma. Nada más conforme á mi carácter que la estabilidad. Pues
heme aquí privado de los goces del hogar, errante por naciones
extranjeras, sin oir la voz de un ser amado, sin ver el rostro de
una persona de mi sangre y de mi raza. ¡Qué sino el mío, Tomás!
Tres grandes atractivos tiene la existencia para un hombre de mi
temple y mis inclinaciones: la familia en primer término; después la
tierra, ó sea la propiedad; después los libros, ó sea el estudio y
la contemplación de la Naturaleza. (_Con ternura y acento firme._)
Mi ideal de vida sería éste: mis hijos conmigo; debajo de mis pies,
un triste pedazo de suelo que cultivar, sin ambición, ni envidioso
ni envidiado; y como solaz, media docena de libros buenos. Créelo,
éstos son los únicos bienes apetecibles y además las únicas amistades
fecundas y verdaderas: la familia, manantial de goces infinitos; la
tierra, que te devuelve generosa los cuidados que pones en ella, y el
libro sano y ameno, que te deleita, te calma y te instruye. Pues nada
de esto me concede Dios á mí. Sin duda me priva de lo que más amo,
para concedérmelo en otro mundo mejor.
 
OROZCO.
 
Si los hechos correspondieran á las intenciones ó á las palabras, no
dudo que tendría usted todo eso que desea.
 
VIERA.
 
¡Los hechos, los hechos! ¿Sabes tú lo que has dicho? ¡Los hechos!
Eres feliz; heredaste una gran fortuna; te viste encarrilado desde
la niñez en la vida regular, y andas aún con la velocidad que te
imprimieron. Todo lo encuentras llano, fácil... Los hechos son para
ti una serie de movimientos maquinales, instintivos. Para los que
se impulsan á sí propios, los hechos son el movimiento externo, los
encontronazos, las sinuosidades del camino, pues de los obstáculos
mismos hay que valerse para dar un paso. Mis hechos, Tomás querido,
no son míos, y es injusticia juzgar estas cosas aisladamente.
Aprécialas en conjunto, abarca de una mirada el mecanismo social,
y fíjate en la posición que tenemos en él los desheredados de la
fortuna. Es preciso que todos vivamos, Tomás; no se ha hecho el mundo
sólo para que lo disfruten los capitalistas. Has visto en mí acciones
que te desagradan. ¿Pero tú, talento superior, alma elevada, aplicas
á todos los casos la moral cominera y menuda? No, hijo mío; á ti te
corresponde medir con la gran regla. Lo harías sin trabajo, si te
hubieras formado en la adversidad; pero tu talento debe suplir la
experiencia, que te falta. No me juzgues, por Dios, con el criterio
del vulgo necio. Tú no eres vulgo, Tomás, ni lo serás nunca, aunque
vivas en la atmósfera creada por él.
 
OROZCO, _con benevolencia_.
 
¡Lástima que ese gran ingenio no se emplee mejor! Suele ofrecernos la
humanidad este contraste, y es que la gente ordenada se cae de sosa,
y los traviesos y desarreglados tienen toda la sal de Dios. Sin
duda la vida aventurera, de arbitrios sutiles y de combinaciones muy
calculadas, fomenta en los hombres el donaire. No sé si Dios tendrá
dispuesto que la bohemia y los caracteres picarescos desaparezcan al
fin con la aplicación completa de la disciplina moral. Si así fuera,
¡qué lástima!, porque lo picaresco parece un elemento indispensable
en el organismo humano.
 
VIERA.
 
Sí, sí; es preciso que haya de todo, querido, y cree que el mundo no
ha de variar gran cosa en sus aspectos generales, por mucho que lo
pulimente el saber de los hombres, y eso que los periódicos llaman
conquistas de la civilización. La diversidad de medios de vivir ha
de corresponder siempre á la variedad y muchedumbre de caracteres y
de móviles. (_Con agudeza._) Si la moral de los catecismos llegara á
imperar en absoluto, y se acabaran la bohemia y la raza picaresca,
como tú has dicho, el mundo sería insoportable de insulsez. En
tal caso, la humanidad, harta de sí misma, se suicidaría, no por
individuos, sino por naciones; emplearíanse cantidades enormes de
dinamita para volar continentes enteros; nos aborreceríamos por
pueblos y por castas; nos cargaríamos tanto, que nuestras guerras
serían mil veces más feroces que las de los tiempos primitivos.
 
OROZCO, _riendo_.
 
Original, graciosísimo. Pero no perdamos tiempo, Joaquín, y sepamos
el objeto de su visita y de su viaje que, según parece, son uno mismo.
 
VIERA, _con emoción_, _estrechándole las manos_.
 
Mucho me duele que todas mis aproximaciones á ti tengan siempre un
objeto... poco grato, al menos en apariencia. No puedes figurarte la
pena que esto me causa.
 
OROZCO, _con serenidad_.
 
No se apure usted, y vea cuán tranquilo estoy. Si he de ser franco,
sus arranques de sensibilidad no me conmueven. Los miro como un medio
de insinuación, lo mismo que sus alardes de ingenio.
 
VIERA, _bajando los ojos_.
 
¡Oh!, no; te lo juro. Cree que siento en este instante una pena...
 
OROZCO.
 
¿Por qué?
 
VIERA.
 
Por lo desagradable del asunto que aquí me trae... Pero no creas;
también yo, con auxilio de mi razón, sé rehacerme y quitar á la
pena todo fundamento lógico, poniendo el acto este en su verdadero
terreno. Vamos á ver: si yo te asegurase que el asunto que aquí me
trae me parece, cuando pienso mucho en él, que envuelve un vivo
interés hacia ti, ¿qué dirías?
 
OROZCO, _riendo_.
 
Pues diría que me parece una cosa muy rara, y que sería preciso que
me lo probara usted para creerlo.
 
VIERA.
 
Te lo probaré, si tú me ayudas con tu buen juicio y tu manera amplia
de ver las cosas. El criterio vulgar diría que yo vengo á molestarte.
Si tú no fueras quien eres, lo creerías así. Siendo Tomás Orozco, no
lo puedes creer.
 
OROZCO.
 
Para que yo forme juicio, lo principal es que sepa claramente de qué
se trata.
 
VIERA.
 
Paciencia, amigo mío, paciencia. Eres un hombre superior. Si yo no
lo supiera por mi observación directa, lo sabría por la fama de
que gozas. (_Enfáticamente._) Inteligencia clara, puntos de vista
elevados, conocimiento de la realidad, ideas tolerantes; además, gran
corazón, abierto siempre á la indulgencia y á la piedad; honradez á
toda prueba, sentimiento vivo del decoro y de la posición, aptitud
grande para ver lo íntimo de las cosas...
 
OROZCO, _interrumpiéndole_.
 
Basta, basta de incienso.
 
VIERA.
 
Concluyo...; ya sé que el incienso te asfixia. Lo empleo como
argumento para decirte que siendo tú quien eres, la conciencia más
pura que hay bajo el sol, no has de tolerar nada contrario á la ley,
ni has de convertir en provecho tuyo la propiedad ajena; en suma, que
has de tener á gala y orgullo el devolver á sus verdaderos poseedores
lo que ilegítimamente, por olvido ó negligencia, no por malicia, está
en tu poder.
 
OROZCO, _agriamente_.
 
¿Y qué es eso que no me pertenece, y que yo retengo en mi poder?
Sepámoslo.
 
VIERA, _con la mano sobre el pecho_.
 
¿Dudas de mi palabra?
 
OROZCO.
 
¿Pues no he de dudar?
 
VIERA.
 
Pues mi palabra sola te ha de convencer, sin necesidad de apelar á
la prueba legal. Quiero darme el gusto de que te persuadas por lo
que yo te diga, porque tus dudas acerca de mi lealtad me lastiman
profundamente. Escúchame: ¿Te acuerdas de las obligaciones de
_Proctor y Barry_?
 
OROZCO, _reconcentrando sus ideas_.
 
Sí que me acuerdo. Todas fueron canceladas, parte hace diez años,
parte hace cinco. Sobre esto no tengo duda.
 
VIERA.
 
Todas menos una, Tomás; aguza la memoria. No se diga que estoy más
enterado de tus asuntos que tú mismo.
 
OROZCO.
 
Menos una, es cierto, que había sido reservada por el viejo Proctor
para su hija mayor, la cual tenía, además, una póliza de seguro en
la _Humanitaria_. Y la obligación esa, que no se presentó en tiempo
oportuno, se liquidó después al liquidar la póliza... Espere usted, á
ver si recuerdo bien. (_Confuso._) ¡Ah!, la liquidamos cuando murió
la hija de Proctor, allá en...
 
VIERA.
 
En Bombay. Pero no fué como tú dices, Tomás de mi vida: haz
memoria...; no fué así. Liquidasteis la póliza; pero la obligación,
que era de las de ocho mil libras, quedó pendiente por no encontrarse
el documento original. Se hizo una información, que no resultó clara,
y el asunto quedó en tal estado. Los Proctor murieron todos en una
serie de catástrofes y desgracias de familia. ¿No lo recuerdas?
Wigham, afectado de locura, se tiró al mar en la travesía de
Boulogne á Folkestone; Guillermo falleció de la disentería en Nueva
Zelanda; Isaac pereció en un naufragio...

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