realidad 17
Vase Infante. Federico pasa á la alcoba._
ESCENA V
Gabinete lujoso en casa de _La Peri_. Es de día.
FEDERICO, LEONOR.
FEDERICO, _entrando precedido de una criada._
Pásale recado en seguida. Si hay alguien y tengo que hacer antesala,
me marcho, porque no estoy de humor de plantones.
CRIADA.
No hay nadie; digo, sí, está ese, que es lo mismo que decir nadie.
Pero al momento se va... (_Poniendo atención._) ¿Oye usted? Ya
sale... como siempre, metiendo mucho ruido.
FEDERICO.
Pues anda, dile á tu ama que estoy aquí, y que si no sale pronto me
colaré adentro.
CRIADA.
Siéntese usted un ratito. Leonor sabe que es usted, porque me dijo:
«corre á abrir, que debe de ser ese...» Ahora saldrá. (_Vase._)
FEDERICO, _sentándose en un sillón_.
Aquí todos somos _eses_. ¡Bueno, bueno, bueno!
LEONOR, _que sale presurosa, muy maja, con bata negra de seda,
adornada de lazos rosa-té, la cara recién empolvada, el pelo recogido
con horquillas de concha_.
Niño, buenos días. Hay que echarte memoriales para verte.
(_Poniéndole la mano en la cabeza._) ¿Cómo estás? ¿A ver esa
carátula? Palidez tenemos, y ojeritas... ¡Ay, ay! Habrás dormido
mal... ¡Pobrecito de mi alma!
FEDERICO, _estrechándole la mano_.
Yo, así, así. ¿Y tú, como estás? (_Se sientan juntos. Leonor le pasa
la mano por el pelo._)
LEONOR.
¿Recibiste mi papel?
FEDERICO.
Sí, esta madrugada, al llegar á casa. Te agradezco mucho la buena
voluntad.
LEONOR.
El agradecimiento está de más. Pues oye: supe ayer por Torquemada
lo que te pasa, y la que te tenían armada para hoy ese pillo y su
compinche Bailón. Me entraron ganas de echar un capote por ti, como
tú lo has echado por mí, cuando me he visto en la cuna de la fiera.
FEDERICO.
Conozco tu buen corazón y tus desplantes de generosidad. Puesto
que entre los dos hay confianza, hablemos. Nunca siento ante ti el
embarazo que estas materias me producen ante otras personas con
quienes tengo amistad.
LEONOR.
Es que yo soy tu amiga de... de la entraña, y los demás lo son de
aquí. (_Tocándose la punta de la lengua._) Estoy contenta; esta
mañana te eché las cartas, y en ellas vi que saldrías bien del
soponcio.
FEDERICO.
¡Qué célebre! (_Riendo._) ¿Y qué te dijeron los naipes?
LEONOR.
Primero salió _disgusto grande_..., ya sabes, el siete de espadas,
_en un corto camino_, _cuerpo y pensamiento de un hombre moreno_. La
cosa era bien clara...
FEDERICO, _burlándose_.
Clarísima; ya lo creo.
LEONOR.
No lo tomes á broma. Pues rezados los tres Padre-nuestros con
muchísima devoción, y encendida la lamparilla á San Antonio, volví á
echar _lo que ha de venir_, y ¿qué creerás que salió? Pues recelo por
la mañana, el caballo de bastos, que eres tú, la mujer de buen color,
y por fin, el as de oros. ¿No sabes lo que significa el as de oros?
FEDERICO, _impaciente_.
Signifique lo que quiera, vamos al grano, Leonorilla. No hay tiempo
que perder, y es preciso plantear la cuestión lisa y crudamente.
¿Tienes dinero?
LEONOR.
¡Dinero!... (_Mirándose las uñas._) Lo que es dinero, muy poco tengo
disponible; pero se puede agenciar de aquí á la noche.
FEDERICO.
Imposible esperar de aquí á la noche.
LEONOR.
Tienes razón. Salió el dos de bastos, que quiere decir _corto
camino_... Bueno; pues para no cansar, empeñaré todas mis alhajas, ó
las que sean menester. ¿Qué quiere decir la sota de copas junto al as
de oros sino que _la mujer de buen_ color llevará á Peñaranda sus
joyas? ¿Te parece bien?
FEDERICO.
Paréceme atroz, y lo acepto por la terrible ley de la necesidad,
con pena, pero sin rubor. Pásmate, como se pasmaría el mundo si lo
supiera. ¡Qué extrañas relaciones estas! No somos amantes: lo fuimos.
Somos tan sólo amigos, pero esta amistad nuestra es un fenómeno
psicológico... ¿Sabes lo que es psicológico? Pues quiere decir _del
alma_, un fenómeno...
LEONOR.
Mira (_con ademán de pegarle_), no me llames á mí fenómeno, ni
tampoco á nuestra amistad...
FEDERICO.
Quiero decir que esto nadie lo entiende más que nosotros. Por
nada del mundo acepto yo de un amigo de mi clase ciertos favores.
¿Por qué los acepto de ti sin que mi decoro se sienta herido? No
puedo explicármelo claramente. ¿Qué significa esta fraternidad que
entre nosotros existe? ¿Se funda quizás en nuestra degradación? Yo
degradado, tú también, nos entendemos en secreto... Quizás si tus
auxilios se hicieran públicos yo los rechazaría con horror. Pero es
el caso que de otras personas, bien seguro estoy de ello, no los
recibiría ni aun ocultándolos con el mayor sigilo. Mi orgullo tiene
esta debilidad contigo, quizás porque entre tú y yo hay un parentesco
espiritual, algo de común, que no es honroso, sin duda: la desgracia,
Leonor, el envilecimiento... Esto me confunde.
LEONOR, _sin entender estas psicologías_.
No, tonto; es que nos sale de dentro el ser amigos.
FEDERICO.
Amistad es ésta que Dios debiera tener en cuenta. En ella se funda
algo, que si no es virtud, se le parece; en ella puede haber
abnegaciones y hasta sacrificios. No es por alabarme; pero conviene
recordar que yo también supe ayudarte en trances críticos de tu vida,
como tú me ayudas ahora. Me compadeces, como yo te he compadecido.
Pues aunque seamos un par de pícaros tú y yo, este sentimiento que
uno á otro nos inspiramos, ¿no es de la mejor ley?
LEONOR.
Yo no sé lo que me pasa contigo. Bueno debe de ser esto, porque
yo, aunque corra mis temporales de amor, siempre tiro hacia ti
como la cabra al monte. Cuando pasan muchos días sin verte, estoy
intranquila, y si oigo decir que estás enfermo, me pongo de mal
temple. Me enamoro de éste y del otro, me chapuzo, me emborracho;
pero no me importa engañar al que más me entusiasma y encajarle una
mentira. Pues no teniendo amores contigo, como no los tengo, primero
me corto la lengua que decirte una falsedad. Esto sí que es rarísimo.
No sé...; pero como vivo sin familia, me parece que tú eres para mí
algo como hermano, como padre..., y si tú dices: «Leonorilla, tal
cosa te conviene», lo hago con los ojos cerrados. ¿Consiste en que tú
solo me hablas con verdad? Por esto debe de ser. Eres el perdis más
caballero que hay bajo el sol.
FEDERICO.
Y tú la perdida más señora que hay bajo la luna. Te profeso un
cariño fraternal. ¡Caso extraño! En cuestión de amores, tú vas por
tu lado, yo por el mío. Después de rodar cada cual por distinta
órbita, venimos á juntarnos en este punto inexplicable de nuestra
confianza, que es para mi alma un gran consuelo. (_Para sí._) ¿Será
verdad lo que estoy diciendo, ó me engaño y me ilusiono con palabras
artificiosas? ¿Será que me he connaturalizado con la degradación,
como los seres que viven en una sentina y no pueden respirar si se
les saca del aire corrupto? Es triste que haya venido á encontrar el
único afecto reposado y noble en el trato de esta mujer envilecida.
LEONOR, _que le ha observado cariñosamente_, _tratando de penetrar el
objeto de su meditación_.
¿En qué piensas, monín?
FEDERICO.
En cosas que á mí me pasan.
LEONOR.
¿Amores? ¡Ah!, pizpireto, no me lo niegues. Como entre tú y yo no
hay lío, puedes contarme tus penitas. Dime: ¿A qué señora trasteas,
pillo? Porque señora ha de ser, y de las buenas.
FEDERICO.
Pues... algo hay. Pero la confianza contigo tiene su excepción, y lo
que es el nombre no hay para qué sacarlo á relucir.
LEONOR.
Bueno; guárdate el nombre. No le vaya á dar el aire. ¿La quieres mucho?
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