2017년 3월 27일 월요일

realidad 23

realidad 23


FEDERICO, _para sí_.
 
¿Qué será ello?
 
AUGUSTA.
 
Pues de algún tiempo á esta parte, noto en la bondad de mi marido
cierta exaltación de mal agüero, algo así como... vamos, que la
virtud ha llegado á ser en él una manía, un _tic_.
 
FEDERICO, _irónicamente_.
 
¡Qué salida! Eso lo dices por rebajarle á tus propios ojos, por
disminuir la inmensa diferencia de talla que entre él y nosotros hay.
 
AUGUSTA.
 
No; no me juzgues así. Lo digo porque es verdad. Como quiera que sea,
la exageración no destruye lo extraordinario, lo excepcional de su
bondad. (_Dando un gran suspiro._) Él es un santo, y yo te quiero
á ti. Ahí tienes las dos verdades capitales. No creas que trato de
buscar entre ellas una componenda hipócrita. Dejo los hechos como
están. Tú eres cobarde, y huyes. Yo soy valiente, y me quedo delante
de estas dos verdades mirándolas cara á cara.
 
FEDERICO, _para sí_.
 
Me abruma con su admirable tesón.
 
AUGUSTA, _después de una pausa_.
 
No tienes nada que contestarme, ó necesitas pensar mucho tus
argumentos. ¡Ay, qué sesudo se me ha vuelto mi borriquito, y qué gran
moralizador!
 
FEDERICO.
 
Vamos á cuentas, vida mía. ¿No has dicho que estamos en la gran
crisis, que salimos del período soñador para entrar en el práctico?
¿No quieres tú regularizarme?
 
AUGUSTA.
 
¡Ah, pillo, y te vengas ahora, proponiéndome á mí la regularidad!
¡Ingrato! Quita allá. (_Le rechaza cariñosamente._)
 
FEDERICO.
 
No, alma mía. Te expongo esta idea, como una mirada al porvenir.
Supón tú que, por unas ú otras causas, esto no pudiera continuar sin
escándalo. No habría más remedio entonces que sacrificar nuestras
relaciones.
 
AUGUSTA.
 
Por mí nunca las sacrificaría.
 
FEDERICO.
 
No lo digas tan pronto. Eso no se puede afirmar tan de ligero. Yo te
quiero demasiado para llevarte al escándalo y á la deshonra. A ti te
corresponde, como mujer, la pasión irreflexiva; á mí la serenidad.
Si hablo de esto, si suscito la grave cuestión moral, tú has tenido
la culpa, hablándome de favores que piensa hacerme tu marido, de
protecciones que sólo se dispensan á un hijo, á un hermano. Eso pone
la cuestión en el terreno de lo insoluble. Si no le impides que esos
propósitos se manifiesten, te dejo...; no puedo tolerar situación tan
degradante, tan vergonzosa. ¿No lo comprendes? ¿Es posible que no lo
comprendas?
 
AUGUSTA, _con exaltación_.
 
No; debo de ser tonta. Siento rabia de que te empeñes en hacérmelo
comprender. Para mí la situación es otra. Tú me perteneces; yo te amo
más que á mi vida, y quiero que participes de los bienes materiales
que yo poseo. Soy rica. ¿Cómo he de soportar que vivas en la miseria
y que te veas sujeto á mil humillaciones? Yo quiero compartir contigo
mi bienestar, á la faz del mundo, si es preciso. No me avergüenzo de
ello.
 
FEDERICO.
 
¿Y pretendes que no me avergüence yo?
 
AUGUSTA.
 
¡Debilidad, tonterías! ¡Si otros lo hacen!...
 
FEDERICO, _exaltándose también_.
 
Pues si insistes en eso, he de hablarte con claridad, como no lo he
hecho nunca. ¡Hace tiempo que yo siento una pena, un sobresalto...,
más claro: un remordimiento por el ultraje que infiero al hombre más
generoso, más digno que existe en el mundo!... Quisiera que fueses
siempre mía; pero las cosas de la vida, ¿van por ventura al compás
de nuestros deseos?... ¿Ya no hay ley, ya no hay principio alguno que
deba ser respetado? Todo tiene su límite, y yo sería un miserable si
no te dijese ahora que intentes, que lo intentes siquiera, consagrar
á tu marido todos los afectos de tu corazón. Ya sé que el amor es
extravagante. Ya sé que cabe en lo humano, mejor dicho, que es muy
humano no amar á un hombre de grandes cualidades y prendarse de un
cualquiera. Pues bien: protestando de que me gustas hoy lo mismo que
ayer, tengo el valor de incitarte á que me sacrifiques, á que entres
en la ley, á que vuelvas los ojos á aquel hombre tan superior á
mí..., superior á mí hasta físicamente, para colmo de lo absurdo.
 
AUGUSTA, _con rabia_.
 
¡Qué manera tan suavecita de decirme que no me quieres ya! Ningún
hombre enamorado sugiere á su querida la idea de volver al deber.
Dímelo, háblame claro, porque esa moralidad tuya de última hora es
ridícula y hasta poco delicada.
 
FEDERICO.
 
No, porque yo, al proponerte con honrada convicción lo que te
propongo, estoy dispuesto, si no lo aceptas, á ir contigo hasta donde
quieras, menos á la ignominia de recibir beneficios materiales de tu
marido.
 
AUGUSTA.
 
Está bien. (_Llorando._)
 
FEDERICO, _con súbito arranque_.
 
Me revelo á ti con absoluta ingenuidad. Te diré que me creo bastante
indigno, y no quiero serlo más.
 
AUGUSTA.
 
¡Indigno tú! Recurres al argumento de sensación para apartarme de ti.
No, no; tú no eres indigno.
 
FEDERICO, _amargamente_.
 
No sabes lo que dices; no me conoces. Por algo te oculto las miserias
de mi vida. Si conocieras ciertos oprobios que hay en mí, quizás
no tendría yo que hacerte ningún argumento para que me dejaras y
volvieras á la ley.
 
AUGUSTA, _arrojándose á él_.
 
¡No; dejarte, nunca! Porque si fueras el último de los bandidos, te
querría lo mismo que te quiero.
 
FEDERICO, _con cierto desvarío_.
 
Yo no te merezco. Regenérate huyendo de mí, y entregando los tesoros
de tu alma al hombre más digno de poseerlos.
 
AUGUSTA, _con exaltación sublime_.
 
No me da la gana. Cuéntame tus cosas. Unámonos resueltamente en
todas las esferas de la vida. Todo lo mío es tuyo.
 
FEDERICO.
 
Eso jamás.
 
AUGUSTA.
 
Arreglaremos nuestras entrevistas con un misterio tal, con un arte
tan soberano, que sólo Dios pueda saberlas.
 
FEDERICO.
 
No puede ser. Orozco las descubrirá; ya verás cómo las descubre. Y
cuando pienso en esto, la terrible muralla se levanta entre nosotros
más fuerte, más alta que nunca.
 
AUGUSTA, _estrechándole en sus brazos_.
 
Pues yo la destruyo, yo la hago pedazos, la rompo con mil y mil
besos. Y si tú eres un presidiario, yo seré una presidiaria; si tú
eres un pillo, yo seré una bribona; seré lo que tú quieras que sea,
menos...
 
FEDERICO, _para sí, confuso_.
 
Nada puedo contra este corazón monstruoso. Las ideas morales se
estrellan en él, como migas de pan arrojadas contra el blindaje de un
acorazado...
 
AUGUSTA.
 
¿Qué piensas?
 
FEDERICO, _con pasión_.
 
Pienso que no hay nada mejor que condenarse contigo. (_Para sí._) ¡Y
qué hermosa la muy...! Toda la legalidad del mundo no vale lo que sus
ojos.
 
AUGUSTA.
 
¿No me quieres ya?
 
FEDERICO.
 
¿Y tú á mí?
 
AUGUSTA.

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