2017년 3월 29일 수요일

realidad 63

realidad 63


FELIPA.
 
Bueno. ¿Me manda algo más?
 
AUGUSTA.
 
Que te des mucha prisa. ¡Ah! Y que no me olvides los visillos...
 
FELIPA.
 
Estamos en ellos. Buenas noches. Que ustedes descansen. (_Vase._)
 
OROZCO.
 
Si no tienes sueño, pasa á mi despacho y hablaremos un ratito.
 
AUGUSTA.
 
Si que pasaré. ¿Piensas velar?
 
OROZCO.
 
Es posible.
 
AUGUSTA, _recelosa_.
 
¿Tienes que hacer? ¡Qué afán de calentarte los cascos en cosas que no
nos importan!
 
OROZCO.
 
Si nos importan ó no, lo veremos... Allí te aguardo.
 
AUGUSTA.
 
Iré. (_Se incorpora._)
 
 
ESCENA XIII
 
Despacho de Orozco.
 
AUGUSTA, _envuelta en su cachemira, se acomoda en una butaca junto á
la chimenea, muy cargada de lumbre_; OROZCO, _junto á la mesa, en la
cual hay una lámpara encendida_.
 
OROZCO.
 
Qué... ¿tienes frío?
 
AUGUSTA.
 
Un poco; pero ya voy entrando en calor. (_Para sí._) No sé por qué,
tiemblo. Su mirada me desconcierta.
 
OROZCO.
 
No es tarde. Si te encuentras bien, hablaremos un poco de asuntos que
á entrambos nos interesan.
 
AUGUSTA.
 
¿Asuntos?... Tú siempre discurriendo empresas ó aventuras
humanitarias...
 
OROZCO, _interrumpiéndola_.
 
No es eso...
 
AUGUSTA.
 
Vale más que te acuestes y descanses.
 
OROZCO, _acercándose á ella_.
 
Descansaría si pudiera. Pero por mucho dominio que uno tenga sobre
sí propio, por grande que sea nuestra energía para disciplinar las
ideas, hay ocasiones, querida, en que las ideas ahogan la necesidad
de reposo, y el sueño es imposible.
 
AUGUSTA, _para sí_, _con espanto_.
 
Llegó el momento de las explicaciones. Estoy perdida. ¿Lo sabe, ó desea
saberlo? (_Mirándole fijamente á los ojos._) ¿Quién podrá descifrar el
jeroglífico de ese rostro de mármol?
 
OROZCO, _para sí_, _mirándola á su vez con atención profunda_.
 
¿Será capaz de confesar? Me temo que no.
 
AUGUSTA, _para sí_.
 
No nos acobardemos. Me adelantaré gallardamente á sus preguntas.
(_Alto._) ¿Por qué me miras así? ¿Es que quieres decirme algo y no te
atreves?
 
OROZCO.
 
Te observo temerosa, y esperaré á que te tranquilices.
 
AUGUSTA.
 
¡Temerosa yo! (_Para sí._) Fingiré un valor que no tengo... Hasta
para confesar lo necesitaría, pues si me rindo, conviéneme hacerlo
con dignidad.
 
OROZCO.
 
Ya sé que eres valiente. No necesitas demostrármelo con palabras. Yo
también lo soy, más que tú, mucho más, pues tengo ánimo suficiente
para poner la verdad por encima de los afectos grandes y chicos,
para reducir á la insignificancia las pasiones cuando contradicen el
sentimiento universal.
 
AUGUSTA, _para sí_.
 
Desvaría. El delirio humanitario se ha apoderado de él. Esto me
envalentona. Veámosle venir.
 
OROZCO.
 
Yo había pensado educarte en estas ideas, iniciarte en un sistema de
vida que empieza siendo espiritual y difícil y acaba por ser fácil y
práctico. Ahora no sé si debo insistir en mi propósito. Se me figura
que no ha de gustarte esta creencia mía, adquirida en la soledad á
fuerza de meditaciones y de magnas luchas.
 
AUGUSTA, _para sí_.
 
¡Ay, Dios mío, cómo se evapora el pensamiento de este hombre! Si me
hablase en lenguaje humano, que moviera mi corazón y mi conciencia,
me impresionaría; pero estas cosas tan etéreas no se han hecho para
mí, amasada en barro pecador. (_Alto._) Ya sé que eres un hombre
sin segundo, al menos entre los que yo conozco. Has cultivado, á la
calladita y sin que nadie se entere, la vida interior; has conseguido
lo que parece imposible en la flaqueza humana, á saber: no tener
pasiones, subirte á las alturas de tu conciencia eminente y mirar
desde allí los actos de tus semejantes, como el ir y venir de las
hormigas; aislarte y no permitir que te afecte ninguna maldad, por
muy próxima que la tengas. ¿Es esto así? ¿Te he comprendido bien?
(_Orozco hace signos afirmativos con la cabeza._) ¿Y quieres que yo
te acompañe en esa purificación? ¡Ay!, bien quisiera; pero no sé si
podré. Soy muy terrestre; peso mucho, y cuando quiero remontarme,
caigo y me estrello.
 
OROZCO.
 
La gravedad se disminuye limpiando el corazón de malos deseos y el
pensamiento de toda inclinación mala.
 
AUGUSTA.
 
¡Ay!, yo limpio, limpio; pero se vuelven á ensuciar cuando menos lo
pienso.
 
OROZCO.
 
Yo te enseñaré la manera de triunfar si te confías á mí; pero por
entero; confianza ciega, absoluta. Revélame todo lo que sientes, y
después que yo lo sepa... hablaremos.
 
AUGUSTA, _para sí_.
 
¡Confesar!, esto me aterra. Si él fuera más hombre y menos santo, tal
vez...
 
OROZCO.
 
¿No contestas á lo que te digo? Descúbreme tu interior; pero con
efusión completa.
 
AUGUSTA, para sí.
 
Lo sabe y quiere arrancarme la confesión. ¿Cómo lo habrá sabido? ¿Se
lo dije yo? Esta duda me vuelve loca. Tomemos la ofensiva. (_Alto._)
¿Qué quieres que te descubra? ¿Sospechas de mí? Empieza por decirme
en qué se funda tu suspicacia, y yo veré lo que debo contestarte.
 
OROZCO, _con determinación_.
 
Inútiles y ridículos escarceos. Vale más que hablemos con claridad.
Desde que apareció muerto Federico, tu nombre anda en lenguas de la
gente. No necesito añadir más. Lo que haya de verdad en esto, tú me
lo has de decir. Si es falso, desmiéntelo; si no lo es, que yo lo
sepa por ti misma. Esta ocasión es solemne, y en ella he de saber
quién eres y lo que vales.
 
AUGUSTA, _turbada_.
 
¿Pero tú... crees...?
 
OROZCO.
 
Yo no creo ni dejo de creer nada. Espero á que tú hables.
 
AUGUSTA, _para sí_.
 
¡Confesar!... ¡Antes morir!... ¡Siento un pavor!... (_Alto._) Pues te
diré: extraño mucho que des asentimiento á esas infamias.
 
OROZCO, _flemáticamente_.
 
Luego es falso lo que se dice.
 
AUGUSTA.
 
¿Y lo dudas?
 
OROZCO.
 
No afirmo ni niego. Aplazo mi juicio, porque te veo cohibida por el
temor y te incito á sosegarte y reflexionar. Tiemblas. Tu cara es
como la de un muerto.

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