realidad 27
FEDERICO.
No me decido á conceder que tengas razón, ni afirmaré que no
la tienes. Sea lo que quiera, yo no transijo. Es cuestión de
temperamento. Ciertas ideas me dominan á mí, antes que yo pueda ni
aun siquiera formar el propósito de dominarlas.
VIERA.
Ya hablaremos de eso más despacio.
FEDERICO, _para sí_.
Ha perdido toda idea del decoro de su nombre. (_Se sienta, y pone al
niño sobre sus rodillas._)
_Entra Bárbara y da una carta á Viera._
VIERA, _examinando el sobre_.
Es de Tomás. Conozco su letra jesuítica. (_La abre._) Me cita para
las tres. Eso sí: no es de los que huyen el bulto.
FEDERICO, _malhumorado_.
Bárbara, llévate este chiquillo, que molesta.
BÁRBARA, _aparte_.
Tan pronto se entusiasma con las criaturas como se cansa de ellas.
¡Ay!, de todo se cansa. (_Tratando de coger al chiquillo, que grita,
patalea y se resiste á pasar á sus manos._)
FEDERICO.
Fefé, no seas malo. Vete con tía Bárbara.
VIERA.
Prefiere estar con nosotros. El angelito gusta de la sociedad. Ea,
dámele acá. (_Le toma en brazos._) Conmigo. ¡Qué bien! Mira qué
contento. Tú eres de casta de señores. Bárbara, puedes marcharte y
que nos den pronto de almorzar. Dispongo de poco tiempo, y hay mucho
que hacer esta tarde. (_Sale Bárbara._)
FEDERICO.
¿Qué ocupaciones son esas, dí? Por Dios, yo te suplicaría..., yo te
agradecería mucho que dejases en paz á Orozco. Es un hombre excelente.
VIERA, _zarandeando al niño y haciéndole cabalgar sobre sus rodillas_.
No niego su excelencia; pero que me la pruebe pagando lo que debe...
Anda, caballo...; agárrate, valiente.
FEDERICO.
¿Pero qué crédito es ese? Sin ofenderte, yo dudo mucho que sea un
crédito real y efectivo.
VIERA, _con socarronería_.
Buena idea tienes de mí. Aquí no entendéis de negocios, y rendís
homenajes demasiado serviles á la delicadeza, madre del no comer y
amparadora de la insolvencia. Los negocios son negocios, y se tratan
con la crudeza que enseñan los números, lo cual nada quita á las
efusiones de la amistad.
FEDERICO, _inquieto_.
Cuéntame, ¿qué diantre de negocio es ese?
VIERA.
Una deuda.
FEDERICO.
Orozco no tiene deudas. Como no hayas descubierto alguna póliza
olvidada y prescrita de la _Humanitaria_...
VIERA.
Eres más inocente que este niño que galopa en mis rodillas, y se
cree que monta á caballo. ¿Me juzgas tú á mí capaz de presentarme á
Orozco sin refuerzo de documentos legales? ¿Por quién me tomas?
FEDERICO, _con embarazo_.
Es que... me causa pena recordarlo; pero debo decirte que en otras
ocasiones, Tomás te ha dado dinero por conmiseración y por evitarse
disgustos. Los hombres de orden temen á los pleiteantes enredosos
y sin ningún derecho más que á los que de buena fe reclaman su
propiedad.
VIERA, _enérgicamente_.
En primer lugar, nadie da dinero por conmiseración, ni aun en este
país tan estúpidamente platónico. En segundo lugar, yo vengo aquí
á sostener un derecho claro y terminante, no á poner una trampa de
derechos ilusorios para que caigan en ella los incautos. Y te diré de
paso que tienes de Orozco una idea equivocada. ¿Crees tú que en él no
hay más que bondad y mansedumbre, y que lleva su abnegación hasta el
extremo de dejarse explotar? ¡Qué tonto eres! Bajo aquella dulzura de
carácter, se esconden todas las marrullerías de un ingenio vividor.
Posee el arte de hacerse pasar por generoso, cuando se ve en el caso
de transigir con el derecho ajeno.
FEDERICO.
Me parece que le conoces más por referencias del vulgo que por propia
observación. Tomás no es así.
VIERA.
Le he conocido niño, le vi crecer y hacerse hombre. Su padre y yo
éramos como hermanos. ¡Ah!, Pepe Orozco, grande hombre para los
negocios, sin entrañas, duro y económico en su vida interior hasta la
sordidez, también algo zorro y de doble fondo como su hijo. Créeme á
mí, que he visto mucho mundo, y he asistido al paso de una generación
á otra...; gran enseñanza. Tomás se ha encontrado la fortuna hecha,
y le ha sido fácil sentar plaza de virtuoso, de varón justo y
magnánimo. (_Con sarcasmo._) El otro trabajó como un negro, sacrificó
á las ganancias su reputación, para que ahora éste se haga pasar por
santo. Los padres se condenan para que los hijos puedan labrarse un
huequecito en el cielo. La suerte que no hay cielo ni infierno, pues
si existieran esos... locales, sólo servirían para hacer eterna la
injusticia.
FEDERICO, _tristemente_.
Estás desvariando, y no te puedo seguir.
VIERA.
Te has pasado al enemigo. Mírame cara á cara. (_Observándole con
suspicacia._) Noto en ti no sé qué... Me sorprende mucho ese interés
por una persona con quien no tienes más que relaciones superficiales,
de esas que se establecen entre un estómago agradecido y el anfitrión
que convida martes y jueves.
FEDERICO.
Le debo mil atenciones. Bien sabes que somos amigos de la infancia.
VIERA.
¿Te ha señalado dietas por hacerle la rueda á su mujer? ¿Cobras á
tanto la frase, á tanto la anécdota y el chascarrillo?
FEDERICO, _conteniendo su ira_.
No me hables de ese modo... No puedo tolerarlo.
VIERA, _riendo_.
¡Cándido! Déjame á mí, déjame, que si le saco á tu anfitrión este
platito de lentejas realizaré un acto de justicia, por dos razones:
primera, porque es de ley que me dé lo que reclamo; segunda, porque
sus bienes fueron mal adquiridos, y deben volver á la masa, al
despojado imponente á quien representamos en este instante nosotros,
los desfavorecidos de la fortuna.
FEDERICO.
Me hacen padecer horriblemente tus sofisterías. Haz lo que quieras,
y no me comuniques ni tus planes ni el resultado que obtengas. Nada
pretendo saber. Tratándose de esto, no quiero que haya entre nosotros
ni la confianza natural entre hijo y padre.
VIERA.
Gracias. Tu tontería me anonada, porque yo pensaba pagarte tus deudas
si salía bien de este negocio...; quiero decir, siempre que tus
deudas se limitaran á una cifra razonable.
FEDERICO.
Cuídate de las tuyas. (_Para sí._) Dios mío, ¡qué hombre! No hace
ni dice cosa alguna que no sea para humillarme y herirme en lo más
delicado. ¡Es fuerte cosa que no podamos aborrecer á un padre sin
atropellar las leyes de la Naturaleza!
VIERA.
No te pareces á mí más que en la figura. Eres un sonámbulo, un
cata-humos, y te pasas la vida mirando á las estrellas, viendo la
fortuna pasar, rozándote las puntas de los dedos, sin que se te
ocurra oprimir la mano y atraparla. Podrías sacar partido inmenso de
tus relaciones, de tu buen parecer, de tu arte social, que no debe
servirnos sólo para divertir á los ricos, como los bufones antiguos
divertían á los reyes, sino para compartir con ellos el imperio del
mundo. La opulencia está en el deber de compartirse con el ingenio,
y cuando no lo hace de grado, hay que llamarse á la parte, como el
galleguito del cuento, diciéndole: «¿cuánto voy ganando?»
FEDERICO, _para sí_.
No le contesto, porque perderé la serenidad.
CLAUDIA, _entrando_.
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