realidad 47
OROZCO, _llevándose las manos á la cabeza_.
¿Yo? Pues no me había enterado... ¡Qué manera de delirar!... No deis
importancia á lo que no la tiene.
FEDERICO, _para sí_.
¡Hipócrita! Ya te cayó que hacer. ¿No querías ingratitud? Pues éstos,
con su gratitud impertinente, te dan taza y media.
OROZCO, _muy contrariado_.
No, no cantéis victoria, ni me atribuyáis vuestra felicidad. La plaza
en casa de Trujillo, al mismo Trujillo la debéis..., casi casi á
disgusto mío, que la había pedido para otro.
VIUDA DE CALVO.
No le creáis, no le creáis. Su modestia es tal que no parece de este
mundo.
OROZCO, _ligeramente incómodo_.
Repito que no he sido yo..., vamos. ¿Cómo lo diré? (_A Santanita._)
Lo que hemos hablado hace un momento, no lo considere usted como
efectivo. Vaya, que el niño se entusiasma por adelantado. No es más
que un proyecto, una hipótesis, que tampoco me pertenece. Sólo soy
intermediario, y lo que vaya á poder de los hijos de Viera no saldrá
seguramente de mi bolsillo.
VIUDA DE CALVO.
No le creáis... que éste las gasta así. (_Con efusión._) Si os ha
prometido algo que aumente vuestro bienestar, creed que os lo dará,
y no le hagáis maldito caso si os dice que no es él quien da. ¡Otro
más marrullero no existe bajo el sol, que alumbra tantas maravillas
de Dios! Le conozco y á mí no me trastea. Os pondrá mala cara siempre
que os encaje algún beneficio, y procurará haceros creer que lo
debéis á otro.
FEDERICO, _para sí_.
Toma ingratitud.
OROZCO, _á la viuda de Calvo_.
Señora, usted me está faltando.
VIUDA DE CALVO.
Sí, le falto á usted, me le subo á las barbas, no le permito
echárselas de hombre malo, y le arranco la careta. Conmigo
(_enarbolando el palo_) no le valen á usted sus maquinaciones
infernales.
CLOTILDE, _colgándose de un brazo de Orozco_.
Es nuestro padre, nuestro verdadero padre, y le debemos gratitud
eterna y un cariño sin fin.
OROZCO, _sacudiéndose_.
Niña, por Dios, esto ya parece burla.
SANTANITA, _intentando besar la mano á Orozco, el cual la retira_.
Nuestro padre será aunque se enoje, y diga lo que dijere, como tal le
tendremos.
OROZCO, _sofocado_.
Basta, moscones, basta. Os juro que sois los mayores tontos que he
visto en mi vida.
VIUDA DE CALVO.
Sí, adoradle, que bien se lo merece. No toméis en serio sus
farándulas. Es el santo más pillo y más embustero que hay en la
tierra.
OROZCO.
Me voy... No puedo resistir esto.
VIUDA DE CALVO.
Pues mal que le pese, le diremos que es un santo y se lo haremos
confesar... Duro en él; besadle las manos (_Clotilde y Santanita
hacen esfuerzos por besarle las manos; pero él no se deja_), y si se
resiste, le amarraremos, y con este palo... (_renqueando hacia él,
con el bastón levantado_) le convenceré de que es un farsante... y
una mala persona..., así..., toma, toma. (_Le toca en los hombros
suavemente con la punta del palo._)
OROZCO, _cogiendo del brazo á Federico_.
Vámonos de aquí. Parece que están todos locos en esta casa... ¡Almas
de cántaro!...
VIUDA DE CALVO, _corre tras ellos_, _tambaleándose_.
Adiós, adiós.
ESCENA XI
Calle.
OROZCO, FEDERICO.
OROZCO.
¿Has visto qué gente más fastidiosa?
FEDERICO.
Fastidiosos por agradecidos.
OROZCO.
Quita allá. No es para tanto. Cuando las acciones comunes se
consideran actos dignos de alabanza, es que el nivel moral desciende
hasta lo increíble. Y ahora que estamos solos, hablaremos. Tenía yo
ganas de que echásemos un párrafo.
FEDERICO, _sombrío_.
Y yo también.
OROZCO.
Por cierto que..., y perdona que me entrometa en tus asuntos...,
creo que debiste contemporizar con ese pobrecillo Luis, tu futuro
cuñado. Ya no puedes impedir el parentesco. La sociedad sanciona
los matrimonios desiguales en cuanto se convence de que no puede
impedirlos. ¿Por qué has de ser tú menos que la colectividad?
FEDERICO, _con ardor_.
¿Otra vez el mismo asunto? Soy un anticuado, y no admito en la
intimidad de mi familia á personas de esa clase, de esos hábitos y
de esos procedimientos amorosos, los cuales acusan una extracción
villana y grosera. Y no tengo más que decir.
OROZCO.
Bueno; no es preciso acalorarse. Hártate de aborrecer..., saborea las
hieles del alma. Hay personas á quienes gusta el dolor propio con
tal de producir el ajeno. No te arriendo la ganancia. Has hablado de
extracción villana, tontería impropia de ti.
FEDERICO.
Pues que lo sea, mejor. Tontería constitutiva, contra la cual no
puedo nada, como nada podemos contra nuestro temperamento.
OROZCO.
No insisto en ello. Entiéndete con tus errores. Te estás labrando tu
infelicidad.
FEDERICO.
¿Y qué?
OROZCO.
No conceptúo la infelicidad terrestre como un mal absoluto, pero
debemos evitarla.
FEDERICO, _muy displicente_.
Pues á mí se me antoja no luchar contra ella. ¿Qué quieres? Será
porque me he convencido de que me ha de vencer.
OROZCO.
Pesimista estás. La vida es un beneficio y no una carga.
FEDERICO.
Para mí no vale esa regla..., ni otras.
OROZCO.
Porque no quieres hacerla valer... Pero, en fin, no divaguemos, y
vamos á lo concreto. ¿Adivinas el asunto de que quiero hablarte?
FEDERICO, _para sí_.
¡Dios mío, ahora es ella! (_Alto._) Sí, me lo figuro.
OROZCO.
Augusta se encargó de tantear el terreno. Yo no quise hacerlo. Me
asustaban esos relinchos que da tu falsa dignidad salvaje, y recalco
la figura, porque verdaderamente es como un caballo sin desbravar...
Adelante: mi mujer me ha dicho que no aceptas.
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