2017년 3월 27일 월요일

realidad 18

realidad 18


FEDERICO.
 
Te diré... Me gusta. Es mujer hermosa, apasionada, y tan buena por
todos estilos, que no me la merezco. Pero...
 
LEONOR.
 
Ese pero es muy salado. Di que no te entusiasma.
 
FEDERICO.
 
No es eso; despierta en mí ilusión grandísima: mas no sé qué barrera,
no sé qué zanja la separa de mí... Sería mi felicidad si entre ella
y yo se estableciese, como entre nosotros, esta confianza, esta
sinceridad, este abandono de los secretos penosos de la vida... Mi
alma se divide... La parte que tengo aquí me hacía falta llevarla
allá para completar lo otro.
 
LEONOR, _tirándole del pelo_.
 
¿Y piensas llevarla, canallita?
 
FEDERICO.
 
Es que no puedo. Estas cosas son fatales, superiores á nuestra
voluntad. Así es que faltando allá un ligamento esencial y necesario,
aquello tiene que concluirse.
 
LEONOR.
 
¡Qué cosas!
 
FEDERICO.
 
Ya ves que te hablo de mis amores. Cuéntame ahora los tuyos. ¿Sigues
con el Marqués de La Cerda? ¿No te has cansado ya del _pollo
malagueño_?
 
LEONOR.
 
Chico, el Marqués está cada día más chocho por mí; sólo que de
algún tiempo á esta parte se me ha vuelto muy cicatero, y hace
muchos números. En cuanto al pollo, verás. He estado apasionadísima,
chochísima durante unos meses. No podía vivir sin él. Ya me voy
enfriando, porque me ha hecho dos ó tres judiadas buenas. ¡Y cómo me
tira el dinero el muy tuno! ¡Pero paso por todo, porque es tan guapo,
tan zalamero!... Hace dos días tuvimos una bronca un poco más fuerte
que las de tanda. Le tiré una bota á la cabeza y le hice sangre en
la frente. Después no tenía yo consuelo. Ayer y anoche estuvimos de
monos; pero al fin tocamos á reconciliación.
 
FEDERICO.
 
¡Qué vida, chica! ¡Qué misterio en los afectos humanos! Y hay tontos
que quieren reducirlos á reglas y encasillarlos como las muestras de
una tienda.
 
LEONOR.
 
Sí que es raro lo que le pasa á una. Mírame chiflada por ese gitano,
y sin maldita confianza en él; no le fiaría el valor de una peseta,
ni nada tocante á las cosas formales.
 
FEDERICO.
 
Pues á mí me pasan hoy, además de lo que te he dicho, cosas muy
desagradables. Si tuviéramos tiempo te las contaría.
 
LEONOR.
 
Sí que hay tiempo. Son las diez y media. Yo me visto volando, y
arreglo eso en lo que se persigna un cura loco. Cuenta.
 
FEDERICO.
 
Pues he descubierto que mi hermana me ha salido enamoricada de un
muchacho de ultramarinos. Créelo: esto me produce el mismo efecto que
si me dieran de bofetadas en mitad de la calle. ¿Y qué voy á hacer
yo ahora? No lo sé. Me acostumbraré á la idea de que se ha muerto mi
hermana.
 
LEONOR.
 
¡Vaya un disparate, niño! Si la pobrecita le tiene ley á ese facha,
déjales que se casen. Guárdate el orgullo para otras cosas. Puede que
sea más feliz con él que con cualquier fantoche de esos que andan por
ahí. Yo tuve un novio barbero. ¡Ay, mi Lucas! Se llamaba Lucas... Si
me hubiera casado con él, en vez de escaparme de casa de mis tíos
con el tenientillo de Infantería que me perdió, hoy sería yo una
mujer honrada; mira tú, tendría la mar de chiquillos y... Pero no nos
descuidemos. Ya me parece hora de ocuparnos de nuestros negocios.
Saldré á eso, y luego almorzaremos juntos... Vamos á ver: ¿quedamos
en que empeño las alhajas? Si se pudiera aguardar á mañana, yo le
pediría á mi Marqués de La Cerda esa cantidad, amenazándole con
sacarle los ojos si no vomitaba.
 
FEDERICO.
 
No..., eso no. Malo es lo de las alhajas; pero lo prefiero.
 
LEONOR.
 
Pues manos á la obra. Por una casualidad, tuve noticia de este
apurillo tuyo. Fuí á ver á Torquemada, para pagarle mil reales que le
debía mi pollancón maldecido, y me dijo aquel esperpento que ya no te
da más prórrogas, que si hoy no le pagas te echa al juez. Por él supe
también la cantidad. Dime: si yo no te hubiera llamado hoy, ¿habrías
venido tú á contarme tu compromiso y á pedirme que echara el resto
por sacarte?
 
FEDERICO, _después de vacilar_.
 
Creo que sí.
 
LEONOR.
 
¡Viva la confianza! Ahora á la calle, Leonor. Voy á echarme una
falda... Al momento estoy lista. (_Vase saltando._)
 
FEDERICO, _solo_.
 
¡Qué criatura, qué arranques! Lo mismo absorbe una fortuna que la
regala. Ha arruinado á tres ricachos, y á mí me comió lo que heredé
de mi madre. ¡Pero qué simpático desorden!
 
LEONOR, _que entra en traje de calle, con mantilla y manguito_.
 
Ya estoy. No te muevas de aquí. Yo te lo arreglaré todo. Torquemada
está á dos pasos, calle de Tudescos... Me parece que llevo
bastante... género. (_Mostrando varios estuches envueltos en un
pañuelo._) Llevo los tres solitarios, el collar de perlas, los
pendientes, la mariposa de brillantes... Con esto creo poder llegar
á las trece mil pesetas. Si no es bastante, Valentín me dará lo que
falte, prometiendo llevarle alguna alhaja más.
 
FEDERICO.
 
Haz lo que quieras. Te pintas sola para estas cosas. Aquí te aguardo.
 
LEONOR.
 
Si viene el Marqués, no me le entretengas, á ver si se larga. Dices
que no me has visto, que cuando llegaste ya había salido yo. Si le
hablas del crimen ese, te advierto que es _Cuadradista_ rabioso, y
que quiere ahorcar á todo el género humano, menos á la madrastra.
Dale por ahí mucho jabón. Si cuando yo venga está él aquí, salúdame
como si no me hubieras visto hoy. Ya buscaré un pretexto para
escaparnos, dejándole en el chiquero.
 
 
ESCENA VI
 
FEDERICO, _solo, paseándose_.
 
¿Esto qué es? ¿Es la mayor de las degradaciones, ó acaso hay en
esta amistad algo de bien moral, tan legítimo como lo más legítimo
que en el mundo existe? ¿Es cierto que acepto estos auxilios en
reciprocidad de otros prestados por mí, y es cierto que no encuentro
en ellos nada de vergonzoso? Escudriño en mi conciencia llena de
susceptibilidades, y ningún remordimiento descubro por tales actos.
Busco y revuelvo más, y mi orgullo no parece por ninguna parte. Anda
huído por los rincones y escondrijos del alma. ¿Será que el tal
orgullo es ley tiránica ante la sociedad, y todo licencia y anarquía
para las acciones desconocidas de la gente? Entonces, el culto de
la dignidad será, ni más ni menos, el arte de no dejar traslucir
nuestro rebajamiento... Hay en mí dos hombres: el Federico Viera que
todo el mundo conoce, y el amigo de _La Peri_. ¿Cuál es el verdadero
y cuál el falsificado? Me marea esta duda, y no sé qué pensar de
mí. (_Pausa. Trata de ordenar sus ideas._) ¿En qué consiste que
cuando me agobia un pesar, lo primero que se me ocurre es venir á
contárselo á esta mujer? Para todos es ella el vicio, el embuste y
la dilapidación; para mí es como un apoyo moral... Me espanto de
decirlo. ¿Acaso le tengo amor? No; no es eso, porque sus amantes
no me infunden celos. Amistad es, sí, y de las más atractivas.
¡Enigma tremendo! ¿Por qué me inspira esta mujer una confianza que
no siento por ninguna otra?... (_Herido por un recuerdo._) ¡Ah!,
ya no me acordaba. Esta tarde, entrevista con Augusta. Parece que
la idea de la cita ha brotado en mi mente con un ligero chispazo
de disgusto. ¿Qué significa esto? ¿La quiero, sí ó no? No puedo
dudar que me interesa, y no obstante, desearía que ella se cansase
y me propusiese el rompimiento... Pero no lo hará. Mujer soñadora y
altanera, tiene entusiasmo, la exaltación temeraria de las almas de
complexión robusta. Bien sabe Dios que no quisiera lastimarla. Me
gusta, me ilusiona, me embriaga á ratos; pero no me inspira la dulce
familiaridad con que estoy ligado á esta bribona de Leonorcilla. La
otra pertenece á la sociedad, y ante ella, por una serie de actos
maquinales, me revisto de mi orgullo, me lo pongo (_haciendo ademán
de vestirse_) como me pondría el frac. Soy su amante, su amigo no.
Por nada del mundo le confiaría los abrumadores aprietos en que me
veo una semana sí y la otra también. Por nada del mundo admitiría
de ella lo que admito de esta pobrecilla y despreciada _Peri_. La
quise y la seduje por estímulos obscuros de la imaginación y de los
sentidos, y por ella he faltado á la consideración que debo á un
amigo. ¿No es esto más villano que empeñar las alhajas de _La Peri_
para pagar mis deudas? (_Con rabia._) Y sin embargo, el mundo no
lo ve así. Por lo que aquí ha pasado hoy, algunos quizás dejarían
de saludarme; por lo otro me envidiarían... (_Agitadísimo._) Lo
indudable para mí es que con unas y otras cosas, la vida se me va
haciendo muy pesada y me cuesta ya trabajo cargar con ella. No hay
en mi existencia un rato de tranquilidad, y adondequiera que me
vuelvo, doy con mi cara en un poste. Y para acabar de anonadarme,
viene mi padre, como llovido, á turbar más mis ideas y á ponerme en
el disparadero. Porque, no tengo duda, el objeto de este viaje es
un bien combinado ataque al bolsillo de Orozco. ¡Esto me faltaba!
(_Pateando._) Luego la casquivana de Clotilde... No, no soporto tanta
mengua. No puedo más; mi resistencia se acabará pronto. (_Se sienta.
Larguísima pausa._) Ya, ya sé la cantinela de Augusta esta tarde. Me
parece que la oigo: que desea regenerarme; que debo pensar en vivir
de un modo regular; el estribillo de la última tarde que nos vimos. Y
para eso me ofrecerá sus riquezas. ¡Qué oprobio! ¡Aceptar tal cosa,
vivir y vivir bien con la fortuna del hombre á quien ultrajo! Esto no

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