2017년 3월 28일 화요일

realidad 51

realidad 51


Tonto, tú no has pensado en ello; no te has hecho cargo todavía del
bien que te espera... A nuestra edad, pasados los treinta y cinco, un
vivir metódico y sin sobresaltos es el único vivir posible... Y no me
vengas con que la ociosidad te aburrirá, y que necesitas un poco de
movimiento. Yo te daré ocupación, yo me encargo de que no te aburras;
y con algo que ganes, y algo que recibirás de Joaquín (porque hemos
convenido en que esto es de tu padre), vivirás como un príncipe.
Tú créeme y déjate llevar. Confíate á mí, verás cómo te arreglo tu
_aurea mediocritas_. Luego la tranquilidad de la conciencia... ¿Sabes
tú lo que eso vale?
 
FEDERICO, _para sí, turbadísimo_.
 
Insisto en que este que me habla no es el Orozco de carne y hueso.
Hállome en el vórtice de una gran alucinación, y lo que veo y oigo es
hechura de mi propia idea.
 
OROZCO.
 
Entrégate á mí sin temor; á mí, que te quiero de veras y miro por tu
bien...
 
FEDERICO, _para sí, trastornado_.
 
Basta. No puedo soportar esto. (_Alto._) Adiós, Tomás; me siento mal
y tengo que retirarme.
 
OROZCO.
 
Cuídate, métete en tu casa. ¡Detestable costumbre ésta de hacer de la
noche día! Yo, no creas, tampoco me siento bien. No sé qué me pasa.
Pero con un par de días de campo me repondré.
 
FEDERICO.
 
¿Te vas á las Charcas?
 
OROZCO.
 
Pasaré allí los dos días de fiesta.
 
FEDERICO.
 
¿Vas solo?
 
OROZCO.
 
Estoy reclutando gente. Nuestro buen Cícero, el moderno Nemrod, no
puede ir. Hasta ahora sólo cuento con Malibrán.
 
FEDERICO.
 
¡Ah! ¿Vas con Malibrán?...
 
OROZCO.
 
¿Quieres agregarte?
 
FEDERICO.
 
No, gracias. Abur, abur. (_Sale presuroso del teatro._)
 
 
ESCENA XVI
 
Gabinete en casa de Federico. Es de noche.
 
FEDERICO, BÁRBARA; _después_ LA SOMBRA DE OROZCO.
 
FEDERICO, _echado en el sofá, junto al velador, en el cual hay
una lámpara_.
 
Gracias á Dios que me encuentro solo. ¿Qué mejor refugio que
mi propia casa? Creí no poder llegar á ella; de tal modo se me
trastornó la cabeza en aquella correría por las calles. El cansancio
me abruma; pero lo que es sueño, no siento maldito. Apetezco el
dormir como el mayor bien imaginable; pero la manera de lograrlo es
lo que no se me alcanza... Y sigue molestándome la sensacionita en
el corazón, aquí..., donde debe estar el vértice de esa condenada
máquina. Aguantaremos... La cabeza es la que anda peor. ¡Cuidado
que la alucinación de esta noche!... ¡Figurarme que vi á Orozco en
el teatro, y que le hablé! ¡Si me parece que oyéndole estoy aún! Ha
sido un fenómeno subjetivo, determinado por cierta idea diabólica
que me escarba en la mente...: la idea de transigir, de dejarme
querer... ¡Oh, tentación insana! Degradarme, pero vivir... Porque...,
razón tiene Orozco: ¡qué bien estaría yo si...! ¡Idea maldita, que
hace vacilar mi dignidad y trastorna mi conciencia! No, Tomás, no
insistas, no me tientes. Si me estimas como dices, no me envilezcas
más de lo que ya lo estoy.
 
BÁRBARA, _entrando de puntillas_.
 
¿Se le ofrece algo? Claudia no puede levantarse: está con un dolor en
la cadera. Me rogó que me quedase aquí esta noche, por si el señorito
volvía malo.
 
FEDERICO.
 
Nada se me ofrece. Puedes acostarte.
 
BÁRBARA, _para sí_.
 
Esa cabeza no anda bien. ¡Qué hombres éstos! Comidos de vicios, no
se hartan nunca de gozar, y cuando no pueden tenerse, vienen á que
una les cuide. Las de fuera para la diversión y el jaleíto; las de
casa para atenderles cuando están malos... (_Contemplándole._) ¡Y qué
guapín, qué simpático! Como todos los pillos.
 
FEDERICO.
 
¿Qué haces ahí, fantochona?
 
BÁRBARA.
 
Ya me voy... Estaré con cuidado por si usted llama. (_Detiénese
en la puerta, y desde ella le observa._) ¡Qué desmejorado y qué
alicaído!... Esas bribonas le consumen. Si las cogiera yo... Pero él
es el primer causante de su malestar. ¡Ay, qué hombres éstos! Son
como las veletas. Hoy apuntan para aquí, mañana para allá.
 
_La sombra de Orozco aparece sentada frente á Federico. Éste la
contempla un rato sin pestañear. Después habla._
 
FEDERICO.
 
Dispensa, Tomás, no te había visto. Me adormecí un poco. ¡Cuánto te
agradezco que vengas á visitarme! ¡Si vieras qué malo estoy!
 
LA SOMBRA.
 
No te acobardes. Mal de imaginación, desasosiego del espíritu y nada
más. Tranquilízate, hazte dueño de tu voluntad, y te sentirás bien.
 
FEDERICO.
 
Lo que anda peor es la cabeza, que á veces se me trastorna de
una manera... Figúrate que esta noche me aluciné hasta el punto
de verte y hablar contigo en un teatro... Tan claras fueron las
falsas percepciones de mis sentidos, que aún me cuesta trabajo
diferenciarlas de las percepciones reales... He pensado en lo que
hablamos en casa de San Salomó. No puede ser, Tomás; no puede ser. Te
lo agradezco infinito.
 
LA SOMBRA.
 
¡Es lástima, porque estarías tan bien...!
 
FEDERICO, _acometido de nerviosa risa_.
 
Como estar bien, ya lo creo. Si otra cosa he dicho..., no hagas
caso..., charla, sofistería. ¡Ay, no sabes cuánto apetezco la
tranquilidad, aunque mi vida resulte de las más modestas; trabajar
algo, tener seguros el hoy y el mañana, y luego una familia en cuyo
seno encontrar el amor y la paz!
 
LA SOMBRA.
 
Todo eso y mucho más podrás tener.
 
FEDERICO.
 
¿Pero cómo pretendes tú que lo acepte de ti, habiéndote burlado como
te burlé, habiendo pervertido á lo que más amas en el mundo, que es
tu mujer?
 
LA SOMBRA, _con frialdad suma, sin accionar_.
 
Empequeñeces el asunto subordinando su resolución á las fragilidades
de una mujer. Elevémonos sobre las ideas comunes y secundarias.
Vivamos en las ideas primordiales y en los grandes sentimientos de
fraternidad; y cuando hayas acostumbrado tu espíritu á esta luz
superior, comprenderás que el amor material queda en la categoría de
instinto y es enteramente libre.
 
FEDERICO.
 
Por Dios que te explicas bien, y me consuelas con tus explicaciones.
Pero oye: ese disparate también se me había ocurrido á mí.
 
LA SOMBRA.
 
Has dicho que me habías ofendido quitándome mi mujer. ¿Qué quiere
decir eso? Augusta no es mía. Considera que en esta esfera de las
ideas puras adonde nos hemos subido, los seres todos gozan de
omnímoda libertad. Nadie es de nadie. La propiedad es un concepto
que se refiere á las cosas, pero á nada más... Los términos _mío_
y _tuyo_ no rezan con las personas. Nadie pertenece á nadie, y
Augusta, como todo ser, dueña es de sí misma. (_Con ligera inflexión
humorística en su acento._) Hemos convenido tú y yo en que se
quedaron allá abajo, en las capas donde el vulgo rastrea, todos
esos convencionalismos pueriles, y los aparatos legales que arma la
sociedad por el gusto ridículo de dificultarse su propia vida.
 
FEDERICO.
 
¡Ah, Tomás, toda esa argumentación ya ha pasado por mi cerebro, que
hierve! Tú me estás engañando; tú me estás echando cloroformo en la
conciencia, para luego arrancármela sin que yo lo note y envilecerme.
No, no me dejo adormecer por ti. Estoy bien despabilado.
 
BÁRBARA, _observándole desde la puerta_.
 
Pobrecito. ¡Qué agitación la suya! Parece que delira y que sueña,
pero con los ojos abiertos. Si se dejara arrullar por mí, yo le
tranquilizaría.
 
LA SOMBRA, _inclinándose hacia él en ademán cariñoso_.
 
No te engaño... Deseo tu bien, y que reformes tu vida. Te daré
asimismo una ocupación para que no estés ocioso.
 
FEDERICO, _riendo desentonadamente_.
 
Me darás un estanco, y tendré por colega al marido de Claudia.
 
LA SOMBRA, _riendo también_.

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