realidad 25
No encontraría otras que le soportaran. Es un niño mimoso, y seríamos
tontas si hiciéramos caso de sus rabietas. Yo, mientras no le pase
esta calentura, me guardaré de ponérmele delante, porque francamente,
si me dice _pitos_, le contesto _flautas_. No tengo la paciencia
que tú para aguantar sus desvergüenzas, y me desboco. Ayer no quise
venir en todo el día, porque temo á mi dignidad, que no se anda en
chiquitas; y hoy me marcharé antes de que su señoría se levante.
CLAUDIA.
Hoy debe de estar más aplacado, porque el señorito Infante pasó ayer
con él toda la tarde y le sermoneó de firme, diciéndole unas verdades
como puños. Yo le escuchaba, poniendo la oreja en el agujero de la
llave, y te aseguro que le leyó bien la cartilla. (_Enumerando por
los dedos._) Que él era el causante de todo por tener á su hermana
abandonada y fuera de su _alimento_...
BÁRBARA.
De su elemento diría.
CLAUDIA.
Eso es, de su elemento... Que la chica no es de palo, y que á alguien
había de querer, porque la edad, el sexo, la ilusión, etcétera...
Pero el otro, más orgulloso que D. Rodrigo en la horca, no se daba
á partido, y dijo que jamás haría á Santanita el honor de mirarle.
¡Anda!
BÁRBARA.
¡Palabrería! Esas bravuras se convierten en humo. Al fin tendrá
que apencar con el hortera y llamarle su hermano; y llegará día,
acuérdate de lo que te digo, en que se vuelvan las tornas, y este
señorito tan orgulloso irá á pedirle á su cuñado un pedazo de pan.
Los muy soberbios acaban siempre á los pies de los humildes.
CLAUDIA, _con incredulidad_.
Me parece á mí que eso no lo veremos. Primero se muere él de hambre
en un rincón que rebajarse. No es como su papá, no...
BÁRBARA.
¿Y cuándo dices que llegó el señor?
CLAUDIA.
Anoche. Parece que el demonio lo hace. Figúrate que oigo llamar á la
puerta; salgo creyendo que era el carbonero, y me encuentro con D.
Joaquín. Pegué un grito como si me viera delante un toro de Miura.
No sé por qué me da miedo ese hombre, que es amable y la trata á
una como á señora... Me acuerdo de lo que padeció por él nuestra
pobrecita ama, y sus zalamerías me ponen carne de gallina.
BÁRBARA.
¡Ay, qué hombre! Créete que no viene á nada bueno. ¿Y qué hablaron
hijo y padre? ¿Cómo le recibió Federo? Cuéntame... Pero me sentaré,
que ahora estamos solas y podemos charlar todo lo que queramos.
Mi Vicente me espera para almorzar; pero déjalo que aguarde, que
bastantes plantones me ha dado él á mí en esta vida.
CLAUDIA.
Pues cuando le vió entrar, quedóse más blanco que el papel. Se
abrazaron. Luego cerró Federo la puerta, y yo más lista que él,
arrimé la oreja y oí... D. Joaquín preguntó por la niña, extrañando
no verla, y el otro, mascando mucha hiel, le contó la ocurrencia.
¿Crees tú que el padre se remontó, echando los pies por alto? No,
hija; lo tomó con calma, con mucha calma. Yo me hacía cruces oyéndole
decir que si los chicos se quieren, no hay razón ninguna para
oponerse al casorio, y que él es partidario de que no haya clases,
porque eso de las clases es un _maricronismo_.
BÁRBARA.
Ana... cronismo me parece que se dice; pero no estoy segura... Pues
ese hombre será un tarambana; pero lo que es talento, ¡vaya si lo
tiene!
CLAUDIA.
Es que se hace cargo de la razón de las cosas, y no lleva en la
cabeza tanto viento como el hijo. ¡Buena está la familia para
gastar humos! El padre hecho un judío errante por esas tierras;
Federo sin una mota, viéndolas venir y comido de deudas. (_Suena la
campanilla._) ¡Ay!, llaman otra vez. Espérame un momento. (_Sale._)
BÁRBARA, _sola, abanicándose_.
Bien merecido le está á ese botarate lo que le pasa; pero muy bien
requetemerecido. ¡Empeñarse en que ha de haber clases, cuando la
realidad ha dispuesto que no las _haiga_! ¡Cabeza más dura! Y que no
las hay, no las hay, aunque lo pida el _Sursum corda_. Lo que dice
mi Vicente: «Con la libertad todos somos todo, y nadie es nada.» Ese
tonto de Federo bien sé yo lo que pretende: vivir él como un duque
y que Clotilde sea su esclava. Bien sabe él ponerse su frac todas
las noches para ir á comer á las casas grandes... Y la niña hecha
un pingo, sin tratar con personas finas. Eso es, como dijo el otro,
abrir un abismo... Anda, fachendoso, para que vuelvas otra vez á
jugar con abismos. Ó hay igualdad ó no hay igualdad. Santanita vale
tanto como tú ó más que tú, porque sabe la partida doble, y tú no
entiendes más libro que el de las cuarenta hojas.
CLAUDIA, _entrando_.
Otra fiera. Esto no es vivir. Ya no sé qué decirles. Pero al fin,
éste lleva cuerda para veinticuatro horas... Pues, como te decía, el
padre está blando, pero muy blando. Dijo que pensaba ver á Clotilde
mañana mismo (por hoy), y Federo, sacando la voz de los talones,
le contestó: «Véala usted si quiere. Para mí es como si se hubiera
muerto.»
BÁRBARA.
¡Habrá pillo!... ¿Y tú has visto á Clotilde?
CLAUDIA, _en voz muy baja_.
Sí que la he visto. Cállate la boca. Cuidado cómo te das por
entendida. Anoche dí un salto á casa de la viuda de Calvo, donde está
depositada, ¿sabes?, aquella señora tan vieja y tan acartonadita que
parece de caoba. Según dicen es muy sabia, pero muy sabia, y más
antigua que Jerusalén. Vive ahí en la calle de Atocha. Rabiaba yo por
ver á la niña y decirle que ha llegado su papá, que viene tierno y
que le dará el consentimiento. No pude hablar con ella más que dos
palabras, porque la de Calvo estaba presente y me ponía una jeta que
daba escalofríos. Pero, en fin, allá le soplé lo que más importaba.
El papá debe de estar allá. Salió muy temprano..., serían las
ocho..., y dijo que vendría á almorzar. Anoche estuvo Federo hasta
las tantas escribiendo cartas. Cosas de mujeres, y líos mil que trae
siempre entre manos. Hombre de más _enreditis_ no creo que exista, y
lo mismo se aplica á las altas que á las bajas.
BÁRBARA.
¿Qué es eso de altas y bajas? Todas somos iguales. El arrastrar
terciopelos ó ajustarse una mala saya de tartán no significa
diferencia más que en lo de fuera. Como no salgan diferencias en el
honor, créete que en los trapos no la hay... ¿Y dices que escribió
muchas cartitas? ¡Valiente trapacero! ¡A quién engañará ahora!
CLAUDIA.
Vete á saber.
BÁRBARA.
Si se acostó tarde, no se levantará en todo el día, y podré estar
aquí. Francamente, temo encararme con él.
CLAUDIA.
Pues mira, hija, me parece que... (_Acércase á la puerta del foro y
aplica el oído._) ¿Sabes que me parece que anda ya por ahí?
BÁRBARA, _levantándose azorada_.
¡Ay, hija, no me lo digas!
CLAUDIA.
Bien puedes echar á correr. Levantado está.
ESCENA II
_Las mismas._ FEDERICO, _que entra por el foro_.
BÁRBARA, _tratando de escapar por la derecha_.
Por aquí me escabullo.
FEDERICO.
¡Eh!... ¿Quién es esa que huye de mí? Bárbara.
CLAUDIA.
Quédate, mujer, que no te comerá.
BÁRBARA, _medrosa y turbada_.
Mi marido me espera.
FEDERICO.
Tu conciencia no te permite ponerte delante de mí.
BÁRBARA.
¿Mi conciencia? Yo no tengo culpa de nada. (_Temblando._) Bastante le
dije á la niña que no hiciera locuras.
FEDERICO.
¡Valiente hipócrita estás tú! Entre las dos me habéis jugado una
partida serrana. Debiera poneros en la calle, después de daros una
mano de azotes.
CLAUDIA.
¡Pues no dice que nosotras...! ¡Josús! ¡No me incomode..., después que...!
댓글 없음:
댓글 쓰기