realidad 38
AUGUSTA, _dando un gran suspiro_.
¡Ay, nobles ideas; pero qué inmateriales, querido! Son como formas
vaporosas que parecen figuras. Intentamos cogerlas, y se nos
desvanecen entre los dedos.
OROZCO.
Sutil estás.
AUGUSTA.
¿Quién no lo estará oyéndote? Inspiración contagiosa. Tu pensamiento
brilla demasiado para que en mí no se refleje algo de su luz. Mi
desgracia es que no puedo seguirte á esas esferas del bien supremo.
Veo la realidad mejor y más de cerca que tú, porque soy peor que
tú, claro está, y porque vivo más próxima al suelo. Tu proyecto
de reconciliar á Federico con Santanita, y de que vivan juntos y
confundan sus intereses, me parece un delirio.
OROZCO.
Soluciones que en principio nos parecen irrealizables, en la
práctica y por suave gradación llegan á ser posibles y aun fáciles.
Sé que Federico, al pronto, se sublevará; pero hay que empezar por
manifestarle este proyecto y sugerirle la reconciliación. Abordemos
la delicada empresa... (_Con una idea repentina._) Convendría
enterarle por escrito...
AUGUSTA, _vivamente_.
¡Ah!, sí, yo le escribiré... Es mejor; así se expresan las ideas con
claridad y se dice lo que conviene. Déjalo de mi cuenta. (_Turbada y
desanimándose._) Pero no..., no sé... ¡Ah!, Tomás, yo dudo mucho que
ese hombre...
OROZCO.
La rutina se rebela contra el bien, harto lo sé, como el niño que se
resiste á tomar las medicinas. Pero es nuestro deber mandarle que
las tome. Se me figura que dando á todos los medios de vivir bien y
de ser felices, es imposible que ellos se obstinen en amarrarse á
la desgracia. El bienestar lleva en sí mismo una fuerza persuasiva
incontrastable. Yo tengo fe, y nadie me quita este placer íntimo,
este regocijo de conciencia, por haber intentado corregir, con
medios prácticos, una grave anomalía social. Créelo, hija mía:
el único goce efectivo es éste. Lo demás es miseria, pequeñez,
satisfacción de antojos pueriles... (_Se sienta junto á la chimenea,
y contemplando el fuego, cae en profunda meditación._)
AUGUSTA, _para sí, observándole con fijeza y temor_.
Inquietud vivísima llena mi alma. No sé qué siento; no sé qué temo.
¿Esto que veo es grandeza de alma en su grado mayor, ó ebullición
intelectual producida por un desquiciamiento del cerebro? ¿Serás tú
la perfección humana, y no podré yo comprenderte por ser, como soy,
tan imperfecta? (_Con exaltación._) Impulsos siento de adorarte, como
adoramos á los seres sobrenaturales; y de rodillas ante ti, como
si estuvieras en un altar, te diría que nada hay entre tú y yo que
nos una, nada que humanamente nos ligue, nada más que el lazo del
culto que te debo y que te tributaré. Soy poco para ti en el orden
espiritual, porque soy simplemente una mujer. Eres mucho para mí,
porque has dejado de ser un hombre.
_Pone la mano sobre la cabeza de Orozco, el cual, profundamente
abstraído, parece no darse cuenta de la proximidad de su esposa._
JORNADA CUARTA
ESCENA PRIMERA
Vestíbulo del teatro Real.
MALIBRÁN, _paseándose de largo á largo, abstraído. Saluda
maquinalmente á alguna de las personas que entran dirigiéndose á la
puerta central de butacas ó á la escalera de palcos_.
¡Cuánto tarda! ¿Si no vendrá?.. (_Mira su reloj._) No son más que las
nueve y media. Rabio por darle á entender con un par de reticencias
buenas, pero buenas, de las que yo echo... cuando me pisan... que
le he descubierto la madriguera. ¡Caramba! ¡No me ha costado pocos
plantones, ni han sido breves los ratos de espionaje! Y yo me
pregunto: ¿qué sentimiento me impulsa á obrar así? ¿Será el despecho?
¿Y qué quiere decir despecho? No; muéveme la suprema ley de amor
propio, reguladora de todo el vivir humano... Esa tonta me desairó;
no supo apreciarme en lo que valgo, y debo hacerle comprender que no
se juega impunemente con una persona como esta que aquí se pasea. Lo
mejor es que, sin habérmelo propuesto, realizo un acto de justicia,
y heme aquí persiguiendo el crimen, desenmascarándolo y poniéndoselo
delante á quien debe y puede castigarlo. Porque yo no pararé hasta
no abrir los ojos á ese Orozco bendito, que para todo tiene vista de
lince y sólo para las desviaciones de su mujer padece de cataratas.
¡Yo se las batiré, como hay Dios!... (_Frunciendo el ceño._) ¿Pero
qué vocecilla impertinente se permite susurrar dentro de mí que esta
es una empresa de perfidia y traición? ¡Bah! Resabios de la moral
infantil, de todo ese estúpido fárrago de instrucción primaria que le
meten á uno en el cuerpo antes de poder distinguir racionalmente el
mal del bien. No; seamos justos con nosotros mismos: en lo que traigo
entre manos, veamos un propósito de reparación y de alta moralidad...
¡Cuidado si es torpe la conducta de esa mujer! Si al menos faltase
conmigo á sus deberes, conmigo, que descuello sobre el vulgo por
la superioridad y la extensión de mis talentos, por mi figura...
(_Parándose brevemente ante un espejo, al dar la vuelta._) Sobre
esto no cabe duda. Yo sostengo que una de las cosas más relativas
que hay en el mundo es la moral del amor y del matrimonio. Las
faltas de más grave apariencia dejan de serlo, ó se atenúan, cuando
ponen de manifiesto el buen gusto de la culpable. ¡Pero caerse del
lado de ese vulgar y trapacero, de ese zángano, de ese ignorantón
de Federico!... ¡Qué ignominia! El grado de responsabilidad de la
mujer que se desvía, depende de la buena ó mala mano que tenga para
elegir. ¡Gallarda interpretación de la ley, que sólo podemos hacer
los que gastamos filosofías muy finas y muy hondas! Me atrevería yo á
desarrollar esta tesis y á convencer á la humanidad del alto sentido
que encierra... (_Parándose otra vez ante el espejo._) Para eso se
necesita talento, y tú le tienes... (_Sigue paseando._) ¡Qué guapo
soy! Y sobre ser tan guapo, llevo estampada en esta cara la sutileza
y finura de mi crítica moral y social. Y á modales, ¿quién me gana?
¡Caracoles, qué modales y qué distinción! Yo mismo, con estas rutinas
cursis de la modestia, no me doy cuenta de mis atractivos personales
sino por los efectos que causa en el mujerío. ¡Ay! Esta tontuela
de Augusta me pagará su necedad... La he cogido, ¡pero qué bien!,
en su propia trampa. ¡Y cuidado si tomaron precauciones los muy
zorros! ¡Escondrijitos á mí! No, conmigo no os valdría el ocultaros
en el centro de la tierra... ¡Vaya que tiene suerte ese botarate
de Federico! A lo que él va, ya lo sé yo: á buscar quien le pague
las trampas. Ya estoy viendo las partidas que la señora le carga en
cuenta á su marido por el capítulo de alfileres... No están malos
alfileres, bribona, los que tú gastas... ¡Qué obcecación de mujer!...
¡Simpleza mayor que no quererme á mí! Lo que yo digo: es estúpida,
de lo más estúpido, de lo más negado que Dios ha echado al mundo.
Sólo tiene aquel barnicillo de cultura, graciosa y chispeante...
¿Pero qué puede esperarse de una mujer que dice que le gusta el
barroquismo, de una mujer que aborrece el arte ojival, que detesta
á los místicos y á los dramaturgos, y pone en solfa á Rafael y á
Racine?...
ESCENA II
_El mismo._ CISNEROS, VILLALONGA.
CISNEROS, _por Malibrán_.
Aquí le tiene usted. Con esa carita de _santi boniti barati_, es el
más desorejado galopín que anda por estas tierras.
VILLALONGA.
Y el corruptor de las personas graves y sesudas como yo. Este fué el
que me arrastró á la _juerga_ de anoche, de que le hablaba á usted
hace un momento.
MALIBRÁN.
No, D. Carlos, él fué mi Mefistófeles. Yo estoy en mi oficina tan
tranquilo, y se aparece allí este genio del mal y me saca por los
cabellos para llevarme á lugares nefandos. No hay defensa contra él,
y esas canas que gasta le sirven para engañar más fácilmente á los
jóvenes inexpertos como yo.
CISNEROS.
Buen par de tomos están los dos, el uno con sus honradas canas
y el otro con sus cuernecitos ó sortijillas sobre la frente...
(_Observando el pelo de Malibrán._) Y á mí no me la da usted,
Cornelio; usted se tiñe el pelo y la barba.
MALIBRÁN, _bromeando_.
Ya lo creo. Con la tinta del tintero. Vaya, no sea usted envidioso,
Carlitos, y resígnese á su vejez caduca. Villalonga y yo somos pollos
tiernos todavía, aunque usted no quiera.
CISNEROS.
Sí, ya sé que anoche os habéis puesto como pellejos en casa de _La
Peri_.
MALIBRÁN.
¿Quién se lo ha contado á usted?
CISNEROS.
Este felpudo. Por supuesto, no me digáis á mí que os divertís los
muchachos ó viejos verdes de esta generación. Ya no hay alegría, ya
no existe el dulce humor, ni el delirio de bacanal de otros tiempos.
Desde que ha cundido esto que llaman ilustración, los muchachos, ya
sean jóvenes absolutos, ya jóvenes relativos como vosotros, no saben
divertirse. Se ha perdido la norma del escándalo gracioso y de los
desatinos con donaire...
VILLALONGA.
¡Vamos, que si hubiera usted venido con nosotros anoche...!
CISNEROS.
¿Yo? Me divertí en mi tiempo más de lo que quise, y con una
intensidad de alegría de que no podéis tener idea. Porque ya no hay
buen humor; es más, yo sostengo que ya no hay mujeres.
VILLALONGA, _con malicia_.
Pues mire usted, éste nos refirió anoche cosas que prueban que las hay.
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