Realidad 10
OFICIAL DE ARTILLERÍA, _á Augusta_.
Es gracioso: los cuatro son ministeriales, y vea usted cómo están.
Música, música. (_Augusta se sienta al piano y preludia._)
AGUADO, _aparte_.
Música tenemos. Tocará seguramente esas cosas que á mí me aburren. De
buena gana me plantaría en la calle. ¡Beethoven, Chopín! Os cambio
por una de aquellas habaneritas... Pero si lo digo, me llamarán
vulgo. Fingiré que estoy en éxtasis.
INFANTE, _corriendo hacia el piano_.
Augusta, por amor de Dios, la sonata 14, _el clair de lune_...
EXMINISTRO.
Música, arte. Parta un rayo á la política.
VILLALONGA.
Tiene la palabra el Sr. de Beethoven.
_Todos ríen, se alegran, y algunos se sientan para disfrutar de la
buena música._
AUGUSTA, _para sí, tocando_.
¡Para tocatas estoy yo! Dios tenga piedad de mí.
ESCENA VIII
Alcoba en casa de Orozco. Dos camas, una á cada lado de la estancia.
OROZCO, _sentado, meditabundo_. AUGUSTA, _que entra, vestida aún de
sociedad_.
OROZCO, _para sí_.
Ya deseaba que se fueran. Me siento esta noche más fatigado que
nunca.
AUGUSTA, _para sí_.
Gracias á Dios que me he quedado sola. ¡Tener que sonreír y tocar el
piano para que los demás se diviertan!...
OROZCO, _alto_.
La música me pone triste esta noche. ¿A qué lo atribuyes tú?
AUGUSTA, _absorta, no contesta sino después de una pausa_.
Perdona: estaba distraída.
OROZCO.
Te digo que la música me ha puesto triste...
AUGUSTA, _alarmada_.
¿Tú triste?... ¿Por qué?... ¡Ah!, la pícara imaginación. Es que de
algún tiempo á esta parte cavilas demasiado, y te fijas más de lo
conveniente en asuntos que por tu posición debieras mirar con calma.
Ahí tienes por qué te desvelas tan á menudo. Cuando no se duerme
bien, querido, toda la máquina anda mal, y el espíritu más valiente
se desmaya.
OROZCO.
De veras que duermo mal, y no sé á qué atribuirlo. Ello debe de
ser contagioso, porque tú también, al menos anoche, estuviste muy
despabilada.
AUGUSTA.
Es que cuando te siento despierto, yo no puedo dormir... No creas,
á mí no me importa. Resisto perfectamente el insomnio. Este cerebro
mío no trabaja ordinariamente lo que el tuyo. A ti te pasa lo que
á muchos que, hallándose dotados de grandes energías, no saben en
qué emplearlas, por haberse encontrado resueltos los principales
problemas de la vida. No hay ningún asunto grave, de tu propio
interés, que ocupe tu ánimo, y para llenar este vacío buscas fuera
mil extrañas cosas, y te las apropias, y les das un calor que no
debieran tener para ti.
OROZCO, _aparte, ensimismado_.
¡Qué lejos de mí, pero qué lejos, veo á mi mujer!
AUGUSTA.
Ya te afanas porque los muchachos delincuentes tengan un asilo en
que se les corrija; ya te interesas por las niñas abandonadas, como
si fueran tuyas. Ó bien das en proteger á ingratos, en salvar de la
miseria á los que se han arruinado por informales ó tramposos... No,
yo no te censuro que seas caritativo y ayudes al prójimo. Pero todo
tiene su límite, hasta la bondad. Para todo hay una medida en lo
humano.
OROZCO.
Vida mía, me juzgas mejor de lo que soy. Mira tú: si cavilo á
ratos, es porque recelo no cumplir bien los deberes que me impone
mi posición. Algunas noches he dormido mal, porque la conciencia
intranquila y como quisquillosa me turbaba el sueño...
AUGUSTA, _sorprendida_.
¡Tú... con la conciencia intranquila..., tú!... El hombre mejor del
mundo. ¡Alabado sea Dios!... (_Persignándose._) Tomás, tú no sabes lo
que te dices.
OROZCO.
En esto de la conciencia, hija mía, cada triunfo que se alcanza
trae nuevos anhelos de alcanzar más. Cuando uno se deja entumecer
por el egoísmo, la conciencia se atrofia, como órgano sin uso, y
hasta llegamos á cometer mil iniquidades sin advertirlo. Pero cuando
nos aficionamos, por esta ó la otra causa, á la contemplación de
la idea moral y á recrearnos en ella, ¡ay!..., entonces, Augusta,
mientras más horizontes se ven, más nos gusta avanzar para reconocer,
descubrir y conquistar espacios nuevos.
AUGUSTA, _para sí_.
Ya tenemos en planta la idea fija de estas últimas noches...
OROZCO.
Mi mayor satisfacción sería que mi mujer comprendiera esto... Creo
que al fin lo entenderás.
AUGUSTA, _acariciándole_.
Mira, hijito, acuéstate y procura dormirte. Si la conciencia te
quita el sueño á ti, á ti, que eres tan bueno, ¿quién, dímelo, quién
dormirá en este mundo?
OROZCO.
Los muertos y los egoístas, que vienen á ser lo mismo. (_Con
jovialidad._) Oye, Augustilla: esta noche deseo el descanso, y me
propongo arrojar de mi cerebro toda idea que no sea la de mi propio
bien. Ea, durmamos. (_Se dispone á acostarse._)
_La doncella aparece en la puerta, y Augusta pasa con ella á otra
habitación para cambiar de ropa._
OROZCO, _solo, acostándose_.
Sí, es preciso descansar, transigir con este mecanismo brutal y
tonto en que estamos metidos. Aquí, solo dentro del círculo de mis
pensamientos, apartado del mundo, ante el cual represento el papel
que me señalan, restablezco mi personalidad, me gozo en mí mismo,
examino mis ideas, y me recreo en este sistema..., lo llamaré
religioso..., en este sistema que me he formado, sin auxilio de
nadie, sin abrir un libro, indagando en mi conciencia los fundamentos
del bien y del mal... ¡Qué placer descubrir la fuente eterna, aunque
no podamos beber en ella sino algunas gotas que nos salpican á la
cara! Hay en el mundo más de cuatro necios que me creen fanatizado
por las prácticas de esta ó la otra religión positiva. Su error me
encubre. No les sacaré de él... Una sola idea me aflige, y es que mi
mujer está aún distante, pero muy distante de mí. Miro para atrás,
y apenas la distingo. Cada noche, al quedarnos solos en este dulce
retiro, libres de la estolidez humana, arrojo á su entendimiento
algunas ideas..., hoy ésta, mañana aquélla, como el novio que tira
chinitas al balcón de su amada para llamar la atención. No las recibe
mal; pero no se halla todavía en estado de asimilárselas. Creo que
al fin se enterará. Es buena, y su corazón está preparado para
limpiarse de egoísmo... ¡Limpieza en extremo difícil!..., ¡vaya si es
difícil!... (_Se adormece._)
AUGUSTA, _entrando de puntillas, en traje de noche_.
Dormido ya; pero esto no es más que el primer sueño, breve y
profundo, que le dura apenas media hora. Y yo, ¿por qué me acuesto
si sé que no he de dormir? ¡Habla de conciencia intranquila!...
Este bienaventurado no sabe lo que es vivir con los pies sobre la
tierra. Él tiene alas. (_Se sienta junto á su lecho, y apoya el
brazo en él y la frente en la mano._) Si mi fe religiosa fuera más
viva... me consolaría. Pero mis creencias están como techo de casa
vieja, llenas de goteras. De esto tiene la culpa el trato social,
lo que una piensa, y lo que oye, y lo que ve... Por ese lado no hay
esperanza. (_Mirando á su marido, que duerme._) Si Dios se ocupa de
nuestras pequeñeces, sabrá que quiero tiernamente á este hombre,
que su salud me interesa más que la mía; sabrá también que esta
unión no satisface mi alma, que otro cariño me salió al paso y lo
tomé, porque me llena la vida hasta los bordes. Esto ha venido á
ser esencial en mí. Mi conciencia es voluble, y suele regirse por
las impresiones que recibo y por los movimientos del ánimo. Cuando
estoy contenta y satisfecha, y los celos no me punzan, mi conciencia
se relaja, se hace la tonta, y me dice que mi falta no es falta,
sino ley del espíritu y de la naturaleza. Pero cuando mi pasión se
alborota con las contrariedades, y el alma se me revuelve, y se
enturbia con sus propias heces que suben, pierdo la tranquilidad y
me tengo por mala, por indigna de perdón... ¿Qué es lo que siento
esta noche? Inquietud, temor de no ser amada. El despecho y la ira
se me vuelven remordimientos. Casi casi me dan impulsos de abrir
el alma delante de mi marido y contarle todo lo que me pasa. ¿Y
para qué? ¿Para renegar de mi error y prometer la enmienda? No, no
tendré fuerzas para enmendarme, ni hipocresía para hacer promesa
tan imposible de cumplir. Me confesaría, simplemente por el consuelo
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