2017년 3월 28일 화요일

realidad 52

realidad 52


No es eso. Badulaque, tú y yo podemos emprender un trabajo común,
que nos distraiga, y al mismo tiempo nos sostenga el espíritu á
constante altura sobre las miserias humanas.
 
FEDERICO.
 
Nos haremos pastores, marchándonos á una región distante y sosegada,
donde impere la verdad absoluta.
 
LA SOMBRA.
 
Eso es.
 
FEDERICO.
 
¿Y dónde se toma billete para ese viaje? Porque yo estoy dispuesto á
irme ahora mismo contigo.
 
LA SOMBRA, _con acento revelador_.
 
Para trasladarse á esa región de paz y de justicia no se toma
billete. Todos los humanos tenemos bajo el corazón, aquí, en
semejante parte... (_Se toca el pecho en la parte inferior del
costado izquierdo._)
 
FEDERICO.
 
Sí..., justamente donde yo siento ese estímulo indefinible.
 
LA SOMBRA.
 
Pues ahí tenemos un lóbulo, una concreción... Tócate y verás. Es algo
semejante al botón de un timbre eléctrico. Nada, te lo aprietas con
un poco de coraje, y te trasladas en un abrir y cerrar de ojos.
 
FEDERICO, _riendo_.
 
¿Me traslado... suavemente... sin que me pase nada en el camino?
 
LA SOMBRA.
 
Sin sentirlo.
 
FEDERICO.
 
¡Excelente idea! Porque aquí los dos vivimos deshonrados: yo por
haber seducido á la que el mundo llama tu mujer, y tú por ser ley
que se deshonre el que pierde á su compañera, aunque ella sola sea
responsable de la falta. ¡Caramba! Se ven cosas en este mundo, que si
uno las contara en el otro no las creerían.
 
LA SOMBRA, _con humorismo_.
 
Es cierto; tú y yo hemos perdido lo que aquí se llama el honor, una
especie de cédula ó cartilla, sin la cual no se puede vivir en estos
barrios, que alumbran el sol y la luna. Tontería insigne es la tal
cédula; pero como la piden á cada paso que das, ello es que, no
teniéndola, no podemos vivir. Debemos, pues, largarnos pronto. (_Se
levanta._)
 
FEDERICO.
 
Yo estoy listo. Ve tú por delante. (_Oprimiéndose el costado
izquierdo._) Tomás, Tomás, yo aprieto, yo oprimo el condenado botón,
y no siento que me traslade á ninguna parte. Sigo aquí... Espera.
 
LA SOMBRA, _dando vueltas por la habitación_.
 
No te apures. Lo mismo da hoy que mañana. Aprieta más fuerte; todo lo
fuerte que puedas.
 
FEDERICO.
 
¿Te has ido tú? No te veo.
 
LA SOMBRA, _desde lejos_.
 
Estoy aún aquí.
 
FEDERICO, _removiéndose inquieto en el sofá_.
 
Tomás, cualquiera diría que deliramos tú y yo... Sea lo que quiera,
conste que yo no acepto ni puedo aceptar tu donativo. Mi dignidad lo
rechaza.
 
LA SOMBRA, _volviendo hacia él rápidamente_.
 
Imbécil, ya no evitas eso que los puritanos llamamos deshonra, pues
todos nuestros amigos dicen que Augusta te paga las trampas y te da
para tus gastos. Ya no te libras de esa opinión, ni adelantas nada
con delicadezas de última hora. Tu ignominia no crece ni mengua
porque aceptes ó dejes de aceptar.
 
FEDERICO, _llevándose las manos á la cabeza_.
 
No me lo digas, que me vuelves loco de pena.
 
LA SOMBRA, _remedando su movimiento_.
 
¡Pobre hombre! Vives de ideas circunstanciales y de artificios
jurídicos.
 
FEDERICO.
 
Siento una ansiedad que me anonada. Yo quiero morirme. Espérate.
¡Pero si por más que oprimo el botón y me introduzco los dedos hasta
el alma no puedo dar el salto! Aguárdate; no me dejes en esta soledad.
 
LA SOMBRA, _con naturalidad_.
 
Pero qué, ¿crees tú que yo no tengo nada que hacer? Mi mujer me
aguarda.
 
FEDERICO, _burlándose_.
 
¡Tu mujer! Pero si tú apenas haces ya vida marital con ella. Lo sé,
tonto, lo sé... Tu perfección moral te ha elevado sobre las miserias
del mundo fisiológico. ¡Mérito grande! Pero Augusta no entiende de
esas perfecciones: me lo ha dicho. Es humana, y no le hace maldita
gracia parecerse á los serafines.
 
LA SOMBRA.
 
¡Simple, confundes á Augusta con _La Peri_!
 
FEDERICO.
 
Yo no tengo líos con _La Peri_, fuera del trato de amistad y de las
relaciones económicas. Leonor, para mí, rivaliza en pureza con los
arcángeles.
 
LA SOMBRA, _gravemente_.
 
Cuestión de apreciación. Todas son ángeles cuando no están en
contacto con nosotros, que las humanizamos y las corrompemos... Y no
me detengas más. Abur.
 
FEDERICO.
 
No te vayas. Tu compañía, que antes me era tan desagradable, ahora me
gusta.
 
LA SOMBRA.
 
No puedo entretenerme. ¿No ves que viene el día? Me voy con la noche.
(_Desaparece._)
 
FEDERICO, _fijándose en la claridad que entra por el balcón_.
 
Pues es verdad. ¡Amanece, y yo sin acostarme! ¡Oh, que luz tan viva!
¡Si yo dormir pudiera...! Tomás, Tomás, ¿tú no duermes? (_Cierra los
ojos, apretando los párpados._)
 
BÁRBARA, _arropándole_.
 
¡Pobrecito! Le atormenta su propio pensar. ¡Cómo castañetea los
dientes!... ¡Ay, bueno le han puesto esas bribonas! Todo por la manía
de que hay clases; pues si se persuadiera de que se acabaron las
tales clases y de que todas somos lo mismo, se arreglaría de otra
manera, y la felicidad reinaría en su casa. Señorito, ¿quiere una
taza de te?... Nada, no responde. Inmóvil y frío. Le daré friegas...
(_Se las da._) ¡Señorito!
 
FEDERICO.
 
¡Ay!, me lastimas. ¿Se fué Tomás?... No le vi salir. (_Abriendo los
ojos y mirándola estupefacto._) ¡Ah!, Bárbara. Eres un ángel...,
digo, precisamente un ángel, lo que se llama un ángel, no; pero...
 
BÁRBARA, _para sí_.
 
¡Qué simpático, qué mono!
 
FEDERICO.
 
Pero sí una hembra mestiza, hermosa y espiritual mula, nacida de
la yegua humana y del asno divino. Dime, ¿quién me salvará á mí?
¿Dónde encontraré yo la compañera de mi vida, la que reúna en un solo
sentimiento el amor y la confianza, la ilusión y la amistad?
 
BÁRBARA.
 
Pues eso..., en cualquiera de las que pertenecen al bello sexo lo
podría encontrar. ¡Somos tantas...! Pero olvide sus preocupaciones, y
tire el orgullo por la ventana. ¿Quiere que le acueste?
 
FEDERICO.
 
Sí..., sálvame tú..., líbrame de esta opresión. Quiero decir, que me
desabroches el chaleco y me quites las botas.
 
_Bárbara le sirve de ayuda de cámara._

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