2017년 3월 26일 일요일

Realidad 9

Realidad 9



OROZCO.
 
Sí. Sólo por su sinceridad merece usted la breva. Yo siento mucho
que, sin comerlo ni beberlo, hayamos venido á ser rivales.
 
VILLALONGA.
 
Rivales no. En este caso, hay que hacer justicia al mérito y quitarle
el sombrero. La posición, la riqueza de usted justificarían mi
preterición, si no hubiera otros motivos.
 
EL EXMINISTRO, _que ha salido poco antes con ambos Trujillos de la
sala de juego, y ha oído lo dicho últimamente por Villalonga, le coge
por la solapa y con desentono le dice_:
 
Pero ven acá, impertinente, ¿para qué quieres tú la senaduría
vitalicia? ¿Crees que eso se puede cambiar por una Dirección? ¿Crees
que eso se da á la gente insegura y á los veletas como tú?
 
VILLALONGA, _reprimiendo su ira_.
 
¿Y para qué querías tú la cartera, grande hombre pequeñísimo?
 
EXMINISTRO.
 
¡Yo! ¡Si yo no la quería...!
 
VILLALONGA.
 
Que no..., ¡angelito! Como que si no te la dan te mueres. Cuántas
veces, en días de crisis, me dijiste: «Jacinto, por Dios, ¿le has
hablado al Presidente? ¿Crees tú que iré yo ahora?» Y al fin fuiste.
Y te ayudamos los amigos, jaleándote hasta tres meses después, y
dándote un bombo fenomenal. Conque prudencia; que yo no me muerdo la
lengua, y en historia contemporánea no me gana nadie.
 
EXMINISTRO.
 
Ni en hablar más de la cuenta tampoco. Siempre disolvente,
adondequiera que vas. Parece mentira que teniendo tanto talento, te
hayas empeñado en probar tu inutilidad.
 
VILLALONGA.
 
Pues te diré que... (_Conteniéndose._) En fin, no quiero enfadarme.
 
EXMINISTRO.
 
Aunque te enfadaras...
 
OROZCO.
 
Vaya, señores, envainen los aceros.
 
AGUADO, _apartando á Orozco del grupo_.
 
Deje usted á los compadres que se peleen. Buen par de chanchulleros
están los dos. Y Jacinto hace bien en tomarle el pelo al otro. Me ha
contado que le tuvo hace quince años en la redacción del _Fanal_,
trabajando de tijera. Explíqueme usted estas elevaciones. ¡Qué país!
(_Villalonga y el Exministro signen disputando con viveza, pero sin
faltar á la cortesía._)
 
OROZCO.
 
Jacinto es muy listo y vale mucho; pero su inconstancia le pierde.
Habría sido ya ministro, si no tuviera la desgracia de encontrarse
mal dondequiera que está.
 
TRUJILLO, _padre, con displicencia._
 
Todos lo mismo. Unos por consecuentes, otros por inconsecuentes,
¡bueno tienen el país, bueno!
 
VILLALONGA, _disputando con el Exministro_.
 
No hay quien te baraje. Los hombres de talento, cuando dan en
desbarrar...
 
EXMINISTRO.
 
¡Si quien desbarra eres tú! ¡Lo repito, parece mentira que teniendo
tantísimo talento...!
 
VILLALONGA.
 
No te haces cargo de nada... Pero escucha.
 
EXMINISTRO.
 
Permíteme, bruto...
 
TERESA TRUJILLO, _que sale de la sala japonesa y busca á su hijo_.
 
¿En dónde está mi artillero? ¡Ah! (_Cogiéndole del brazo._) Ven acá,
hijo de mi alma. Vámonos, sácame de aquí.
 
OROZCO.
 
¿Pero se va usted? No lo consiento.
 
TERESA.
 
¡Ay, Tomás, tiene usted su casa infestada de _Cuadradismo_! Aquí no
puede estar una persona que se interesa por la justicia.
 
OROZCO.
 
Pues yo creí que usted había convertido á mi mujer á la sana doctrina
_Saraísta_.
 
TERESA, _picada_.
 
¡Quiá!, siempre ha de llevarme la contraria. Si siguiéramos
disputando, acabaríamos por reñir, como este par de tontos. (_Por el
Exministro y Villalonga._)
 
INFANTE, _que sale con el Marqués de Cícero de la sala japonesa_.
 
¿Qué rebullicio es este? Lo de siempre, discutiendo sobre cuál ha
hecho más tonterías.
 
MONTE CÁRMENES.
 
Diciéndoles que hay crisis, puede que se pongan de acuerdo.
 
INFANTE, _interviniendo en la disputa_.
 
Señores, cese la discordia. El Ministerio está de cuerpo presente.
 
_Los disputadores no se aplacan; Infante y Monte Cármenes se ingieren
en la discusión, y Orozco, Cícero, Teresa Trujillo, su esposo y su
hijo les contemplan sonriendo. En la sala de la izquierda se quedan
solos Augusta y Federico._
 
AUGUSTA, _en pie, airada_.
 
Al fin se ha ido Manolo, el centinela de vista, y podemos hablar un
instante. Tengo que decirte que te estás portando indignamente.
 
FEDERICO.
 
Yo, ¿por qué? (_Va á la puerta, atisba y retrocede._) También yo
deseaba que estuviéramos solos, para poder decirte...
 
AUGUSTA.
 
No quiero saber nada. ¡Seis días sin verme!
 
FEDERICO.
 
Por culpa tuya.
 
AUGUSTA.
 
No; tuya, mil veces tuya... No sé qué tienes en esos ojos... La
traición, la mentira y el cinismo. (_Muy agitada._) Ya me estoy
acostumbrando á la idea de que te vas de mí, atraído por personas
indignas, que no quiero ni debo nombrar.
 
FEDERICO.
 
No digas disparates. ¿Te espero mañana?
 
AUGUSTA.
 
No, repito que no. (_Mirando al salón con recelo._) No vuelvo más; no
me mereces.
 
FEDERICO.
 
Que no te merezco, ya lo sé; ¡pero tiene uno tantas cosas que no
merece! ¡Dios es tan bueno!... ¿Irás?
 
AUGUSTA.
 
No quiero. Bien claro te lo digo.
 
FEDERICO.
 
¡Y yo que tenía que contarte tantas cosas!
 
AUGUSTA, _con viva curiosidad_.
 
¿Qué cosas? Cuéntamelas ahora.
 
FEDERICO.
 
Ahora no puede ser. Te espero allá, ¿sí ó no?
 
AUGUSTA.
 
He dicho que no voy. (_Aturdida._) Lo pensaré... No, no, y mil veces
no. Si fuera, iría para injuriarte, para decirte que te me estás
haciendo aborrecible.
 
FEDERICO.
 
Pues para eso. Vas, y allí, muy tranquilamente, nos tiraremos los
trastos á la cabeza.
 
AUGUSTA.
 
Cállate... Pueden oir... (_Con miedo._) Te escribiré dos letras...
No, no te escribo ni media letra; no me da la gana.
 
FEDERICO.
 
Pero...
 
AUGUSTA.
 
Basta... Cállate... Salgamos. (_Aparece en la puerta del salón._)
 
OROZCO, _á su mujer_.
 
Si tú no calmas á estos energúmenos, no sé qué va á pasar aquí.
Siéntate al piano, que la música á las fieras domestica.

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