2017년 3월 28일 화요일

realidad 31

realidad 31


¿Qué le hemos de creer? Para mí, Santanita se ha puesto las botas.
 
VILLALONGA.
 
Permítame usted, amigo Orozco, que no dé crédito á su modestia. Lo
mismo nos dijo usted el otro día, cuando vino á importunarle aquel
vejete arruinado de la Plaza Mayor, y después supimos que á la
calladita le puso usted una tienda nueva, un comercio de gorras.
 
OROZCO, _excitado_.
 
¿Quién ha dicho eso? ¡Es calumnia!
 
VILLALONGA.
 
¡Calumnia!
 
OROZCO, _dominándose y riendo_.
 
El que tal diga falta á la verdad. ¿Conque de gorras, eh? Tiene
gracia.
 
AUGUSTA _hace señas á Villalonga para que se calle_.
 
¡Eh!, chitón, indiscreto.
 
INFANTE.
 
Son voces que hace correr la maledicencia.
 
AUGUSTA.
 
No se hable más de eso. En resumidas cuentas, puesto que tú no
quieres proteger al rey de las hormigas, le echaremos nosotros un
cable.
 
OROZCO.
 
¡Bueno estoy yo para protecciones! ¿Quién me defenderá á mí de la
fiera que me amenaza hoy, y que no tardará en presentarse?
 
INFANTE.
 
Ya sé quién es. Joaquín Viera, el papá de Federico, que llegó anoche.
 
VILLALONGA.
 
¡Demonio! Cuidado con ese, que es el primer sable de América... y de
Europa.
 
INFANTE.
 
¿Quiere usted que le recibamos Villalonga y yo y le paremos la
estocada?
 
AUGUSTA, _con viveza_.
 
Eso sería lo mejor. Sí, sí, Tomás, que le reciban éstos y le pongan
las peras á cuarto.
 
OROZCO.
 
No puede ser. A ese maestro de maestros no le sabe parar nadie más
que yo. Dejádmele á mí.
 
AUGUSTA.
 
Hijo de mi vida, tiemblo por ti; temo á tu bondad, á tu miedo al
escándalo.
 
OROZCO.
 
¡Quiá! Que escandalice todo lo que quiera. No sé qué lío se traerá.
Ya lo veremos.
 
AUGUSTA.
 
Estoy en ascuas. No tendré tranquilidad hasta que no le vea salir de
casa. ¿A qué hora viene?
 
OROZCO.
 
A las tres. (_Hablan aparte Orozco y Villalonga._)
 
AUGUSTA.
 
Faltan diez minutos. Siento escalofríos.
 
INFANTE.
 
¿Te pones mala?
 
AUGUSTA.
 
Creo que sí, y si la visita se prolonga, quizás... Me bullen en la
cabeza presentimientos de no sé qué desdicha.
 
INFANTE.
 
Si no sales á paseo, te acompañaré en casa.
 
AUGUSTA.
 
No, no salgo. Pero no me acompañes; te aburrirías. Tengo muy mal
humor esta tarde.
 
INFANTE.
 
Yo lo tengo pésimo. Si dos negaciones afirman, de dos displicencias
puede salir un rato de agradable entretenimiento.
 
AUGUSTA.
 
No; de dos displicencias que se funden, sale de seguro la hora negra,
la hora de la contradicción y del tirarse los trastos á la cabeza.
Hoy es un día en que me peleo yo con el lucero del alba, á poco que
me exciten. Querido Manolo, si aprecias mi amistad, echa á correr y
no aportes por acá hasta la noche.
 
INFANTE.
 
Se me figura que Malibrán te ha puesto de mal humor.
 
AUGUSTA, _fingiendo tranquilidad_.
 
A mí, no. Estoy acostumbrada á sus tonterías, y le oigo como si
leyera los chascarrillos de la sección amena de un periódico.
 
INFANTE.
 
Mucho cuidado con él.
 
AUGUSTA.
 
Ya lo tengo... ¡Ah!, vaya si lo tengo. Conque, Infantito de mi vida,
¿me quieres hacer un favor? Te lo agradeceré mucho.
 
INFANTE.
 
Pide por esa boca.
 
AUGUSTA, _con zalamería_.
 
Que te marches, y perdona la grosería. Quiero estar sola con mi
marido.
 
INFANTE.
 
El egoísmo matrimonial es tal vez el más respetable. Me sacrifico,
hija, me sacrifico á tu deseo, y te ofrezco mi ausencia como el más
fino de los homenajes. (_Le estrecha la mano._)
 
AUGUSTA.
 
Oye, Infantito mío: para que tu fineza sea colmada y yo tenga algo
que añadir á la gratitud que te debo, llévate á Villalonga.
 
INFANTE.
 
Si no quiere irse _por su pie_, me le llevaré á cuestas.
 
AUGUSTA.
 
Gracias. Vales un imperio.
 
INFANTE, _á Villalonga_.
 
Eso es, entreténgase usted charlando, y la comisión de reforma del
catastro sin poderse reunir por falta de vocales.
 
VILLALONGA.
 
Tiene usted razón. Vamos allá. (_A Augusta._) Patrona, ¿será usted
tan buena que me deje marchar?
 
AUGUSTA.
 
No debiera hacerlo. Por mi gusto le pondría á usted habitación en
esta casa, y no le permitiría salir sino para dar un corto paseíto
higiénico... Pero como se trata del catastro, que es una cosa muy
buena, no quiero que me llamen rémora; no debo ser obstáculo á los
progresos de la administración, y le doy á usted permiso para que se
largue con viento fresco, cuanto más pronto mejor. (_Villalonga é
Infante se despiden de Augusta. Un criado entra y habla en voz baja
con Orozco._)
 
AUGUSTA.
 
Ya está ahí. Tenemos el cometa en casa. Tomás, por Dios, mucho pulso.
Contente. Pon frenos y más frenos á tu bondad. Trátale como merece.
(_Para sí._) ¡Dios mío, qué intranquila estoy, y qué extraños, qué
indefinibles temores me acechan en las revueltas de mi conciencia!
 
 
ESCENA VII
 
Despacho en casa de Orozco.
 
OROZCO, JOAQUÍN VIERA.
 
VIERA, _abrazándole con efusión_.
 
¡Tomás de mi alma!...
 
OROZCO.
 
Joaquín.
 
VIERA.
 
¿De salud, bien? ¿Y tu mujer? ¡Siempre tan guapa, tan buena!...
Lástima que no tengáis hijos. La felicidad parece que no es completa
en el matrimonio, cuando no hay familia menuda que lo alegre, lo
adorne y lo santifique. Pero aún puede ser que... Sois muy jóvenes...
¡Qué placer me causa verte! Te conocí niño, después mozo, hombre
por fin; y las afecciones primeras se renuevan en el alma cuando
envejecemos. Tu padre y yo, más que amigos, fuimos hermanos, y á
ti te he mirado siempre como hijo. Abrázame otra vez. Sé que no me
tienes gran afecto; mas no por eso te retiro el mío, y me sirve de
consuelo el corresponder á tu tibieza con el ardor de mi cariño. Yo soy así.

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