realidad 56
FEDERICO.
No puedo hacer esas cuentas galanas. Y aunque las haga, la
monstruosidad no desaparece.
AUGUSTA.
¡Fantasmón, esclavo de la letra y de la forma! Sacrificas tu
felicidad y la mía al respeto social, á esa paparrucha del _qué
dirán_, á la opinión de cuatro estúpidos que censuran lo que ellos
harían si pudieran.
FEDERICO.
Prescindo de la opinión, si gustas, y no veo frente á nosotros más
que á tu marido solo. Sin que yo me precie de austero, mi conciencia
no puede soportar la contradicción horrible de ultrajarle gravemente
y recibir de él limosnas de tal magnitud. ¿Es posible que no lo
comprendas así? ¿Cabe en tu mente aberración semejante?
AUGUSTA, _ligeramente desconcertada_.
Yo no pienso ni siento más sino que tú padeces, y que por este medio
no padecerás.
FEDERICO.
Pero hay otra razón más poderosa que las razones de honor. ¿Crees que
tu marido va á ignorar mucho tiempo _esto_?
AUGUSTA.
No, verás como no.
FEDERICO.
¡Inocente! ¿A qué crees tú que ha ido Malibrán á las Charcas?
AUGUSTA, _pensativa_.
¡Si sucediera lo que temes!... No, no sucederá: el corazón me dice
que Tomás no sabrá nada, y el corazón no me engaña nunca á mí.
FEDERICO.
Y aún no sabemos si el viajecito al monte será simulado, con el
piadoso objeto de sorprendernos. (_Mirando con recelo á las puertas
cerradas._)
AUGUSTA, _con pavor, agarrándose á él_.
Por tu salvación, no me asustes. ¡Sorprendernos! ¿Te has propuesto
martirizarme esta noche? (_Rehaciéndose._) No, no puede ser. Peligros
que sólo están en tu imaginación. Esos viajes fingidos y esas
sorpresas por escotillón sólo ocurren en los dramas.
FEDERICO.
Y también en la vida.
AUGUSTA, _con gravedad_.
Oye tú: voy á revelarte un secreto. Me determino á ello... por ser
cosa importante, que tal vez modifique tus ideas y te quite ese
sobresalto.
FEDERICO.
¿Qué es?
AUGUSTA.
Algo que te indiqué otras veces como sospecha, pero que ya es
evidencia.
FEDERICO.
¿Referente á mí?
AUGUSTA.
Referente á Tomás. La observación atenta de estos últimos días
me lo ha comprobado. Ese afán de prodigar y repartir beneficios,
ocultándolos como si fueran faltas; ese horror al agradecimiento;
ese anhelo de una falsa reputación de egoísmo, vienen á ser...
¡Ay!, no te lo quería decir, porque me causa inmensa pena, y...
Pues bien, eso que parece una exaltación de bondad, no es sino
locura, hijo mío, locura que no se manifiesta aún ante el mundo,
pero que en la intimidad de la vida doméstica resulta bastante clara
para que yo la comprenda y la deplore. No lo dudes, Tomás tiene un
principio de parálisis general. Con sana razón, no puede existir
virtud semejante... ¿Y qué más? (_Bajando la voz._) El mismo caso
sobre que estamos disputando, la sutil combinación para darte á ti
lo que, según él, corresponde legalmente á tu padre, ¿no es obra
de un cerebro enfermo? ¿Qué persona medianamente sensata ha podido
discurrir cosa semejante? Dar por válida, en conciencia, una deuda
que los tribunales no acertarían á poner en claro; reconocer
como acreedor á tu padre, que adquirió el crédito por una bicoca;
darle á él parte mínima, y lo demás á ti y á tu hermana...; eso
que presentado así, en pocas palabras, resulta hermoso y hasta
sublime, es, no lo dudes, ebullición de la mente atacada del delirio
humanitario.
FEDERICO.
¡Ay, la pícara idea moderna, contra la cual yo estoy á matar! A todo
el que piensa ó hace algo extraordinario le llaman loco. Es que esta
innoble sociedad, sin religión, sin ningún principio, no comprende
nada grande. El genio poético y la inspiración, locura; locura las
acciones maravillosas; locos los criminales, para dejarles impunes;
locos los grandes hombres, para empequeñecerles. ¿Pretenden sin duda
establecer un nivel de tontería y vulgaridad del cual no rebase
nadie? No, yo protesto contra esa idea. ¡Orozco demente! ¡Oh, Dios
de justicia! ¿Y por qué? ¡Porque imaginó aquel plan admirable en
beneficio mío y de mi hermana! Idea encantadora, original y atrevida;
idea tan alta, que no se puede uno elevar hasta ella y hacerse
digno del que la concibió, sino no aceptándola. Sí, rechazarla es
merecerla, querida mía, y aceptarla es una indignidad... Créelo, si
aquí hay locos, somos nosotros, tú y yo, que estamos discutiendo una
cosa tan clara y sencilla.
AUGUSTA, _contrariada_.
Lo claro y sencillo es que no tienes sentido común..., ó en ti no hay
más que orgullo, soberbia, hinchazón, caballería andante y ganas de
hacer el paladín.
FEDERICO.
Ni comprendo yo cómo podría ser amado un hombre capaz de envilecerse
hasta ese punto. Yo mujer..., ¡quita allá!, sentiría asco del hombre
que en un caso semejante no procediera como yo procedo.
AUGUSTA, _retirándose de la mesa y arrojándose en un sofá_.
Será que estoy imposibilitada de verlo así por mi ceguera, porque
todas las potencias del alma me las tiene secuestradas el amor. (_Con
arrogancia._) No me pesa ser así, ni me concibo de otra manera. Pudo
asustarme esta falta mía cuando á ella me vi lanzada; pero una vez en
el camino, las cuestas, y aun los despeñaderos, no me asustan. Todas
las consecuencias que pudieran sobrevenir, yo las soporto. A veces me
doy á imaginarlas muy terribles, y créelo, las miro sin pestañear.
Queriéndote yo, y queriéndome tú, para nada me faltan alientos.
Paréceme que no hay ningún interés superior al de tu tranquilidad, y
que la logres por mi mediación será mi mayor dicha.
FEDERICO, _agitado y hosco_.
No puede ser, repito que no puede ser.
AUGUSTA, _con súbita energía_.
Pues lo será, quiéraslo ó no. ¿Se ha de hacer siempre lo que á ti se
te antoje?
FEDERICO.
En cosas que á mí sólo atañen, sí. ¡Pues no faltaba más...!
AUGUSTA, _con exaltación_.
Tienes el deber de complacerme, de sacrificarme tu orgullo, á mí,
á mí, que me he deshonrado por quererte... Vengamos á cuentas. ¿No
puedes tú deshonrarte un poco por mí?
FEDERICO.
Augusta, mi sacrificio en ese caso sería superior al tuyo.
AUGUSTA.
Egoísta.
FEDERICO.
Egoísta tú...
AUGUSTA, _levantándose poseída de furor_.
Pues tiene que ser, porque yo te lo mando... Necio, si ya no puedes
evitarlo. Estás cogido. Te lo diré, para que te sometas á los hechos
consumados. Esta mañana han estado en casa dos de tus acreedores.
Les citó mi marido para tratar con ellos de la manera de recoger tus
pagarés.
FEDERICO, _con menosprecio_.
¡Mujer!... Déjame en paz. Usas un argumento capcioso para doblegarme.
AUGUSTA.
Te doblegarás, aunque no quieras. Lo hecho, hecho está, y que patalee
tu ridículo orgullo. Y si te obstinas en luchar con nosotros, te
aborrezco, te abandono á tu suerte... (_Nerviosa y trémula coge una
copa de champagne, como con intención de beber; pero de improviso la
estrella contra la pared próxima._) ¡Maldita sea yo mil veces!
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