realidad 26
FEDERICO.
Silencio. Ya sé que me aborrecéis. ¡Bien merecido lo tengo por lo
bien que me he portado con vosotras!
BÁRBARA.
¡Aborrecerle! Eso sí que no, aunque usted no nos puede ver.
FEDERICO.
¿Cómo está Vicente?
BÁRBARA.
Mejor; pero no puede seguir en la ambulancia. Es preciso que le
asciendan, llevándole á la central. Usted puede hacerlo.
FEDERICO.
¡Yo!
BÁRBARA.
Sí, usted. Pero no se interesa nada por quien bien le sirve. Que
vivamos ó que nos muramos, lo mismo le da.
FEDERICO, _con desvío_.
¡Así reventarais!... Efectos de contagio. Hablando con ellas, me
siento también grosero.
BÁRBARA, _para sí_.
Está de buenas. Aquí que no peco. (_Alto._) Asciéndame usted á mi
marido.
FEDERICO.
¡Que te le ascienda yo!
BÁRBARA.
Si usted quiere, bien podrá hacerlo; pero lo dicho, no nos hace caso,
y es todo _ingratituz_. Conque me le empuja, ¿sí ó no? Basta con que
le pida una recomendación al Sr. de Orozco, que es tan amigo del
director de Correos.
FEDERICO, _con desabrimiento_.
¿Y qué tengo yo que ver con el Sr. de Orozco?
BÁRBARA.
Toma; que son ustedes uña y carne.
FEDERICO.
Vete al diablo, y déjame en paz. (_A Claudia._) ¿Quién ha venido hoy?
CLAUDIA.
Los del jubileo de todos los días. _Inglesitis._
FEDERICO.
¿Ninguno se ha roto la crisma al subir ó al bajar?
CLAUDIA.
Ninguno. Yo sí que ya no tengo crisma de tanto calcular las
respuestas que debo darles.
FEDERICO.
¿Y papá ha salido?
CLAUDIA.
Sí, señor; pero viene á almorzar.
FEDERICO.
Pues vete á la cocina, que es tarde. Ea, dame acá ese chiquillo.
(_Toma de los brazos de Claudia el niño, y le mima y zarandea._)
Ven acá, Fefé, ángel de Dios. ¡Qué gusto tener un amigo inocente y
puro, que no se permite otra malicia que tirarnos de las barbas! (_El
chiquillo suelta la risa._) Bien, bien, eres feliz conmigo. Esto
consuela.
CLAUDIA, _al chiquillo_.
Sol del mundo, soberano pontífice, regente del reino..., no le beses,
que es muy malo. Pégale, pégale.
FEDERICO, _besando al niño_.
Me quiere más que á ti. Lo que él dice ahora con esos gruñiditos es
que desea estar solo conmigo, y que os larguéis pronto.
CLAUDIA.
Gloria patri, ¿verdad que no?
BÁRBARA, _para sí_.
Acariciando al niño, nos engatusa este perro y hace de nosotras lo
que quiere.
CLAUDIA, _para sí_.
Es un buenazo. ¡Lástima que no tenga dinero! Es lo único que le falta.
FEDERICO.
¿Qué rezongáis ahí? A la cocina, tarascas, y dejarme en paz con mi
amigo Fefé.
BÁRBARA, _para sí_.
Ahí te quedas. No hay quien le sufra. Y sin embargo, ni él puede
vivir sin nuestros mordiscos, ni nosotras sin sus rasguños. (_Vanse
las dos._)
ESCENA III
FEDERICO, _con el chiquillo en brazos_; _después_ JOAQUÍN VIERA.
FEDERICO.
¡Qué noche he pasado! Esta vileza de mi hermanita ha concluído de
anonadarme. (_Se pasea.) _¿Tendrá razón Infante sosteniendo que toda
la culpa es mía? Pues aunque cien veces lo sea, no transijo con ese
cursi maldito. ¿No es verdad, Fefé, que debo mantenerme inflexible?
Tú estás en lo cierto. Yo soy como soy, y no puedo ser de otra
manera... (_Confuso._) Y en verdad que no puedo entender por qué
causa me es insoportable este vilipendio, mientras que acepto otros
y los llevo conmigo, acostumbrándome á su peso como al peso de la
ropa que me cubre. Lo que llamamos dignidad, ¿será función social
antes que sentimiento humano? ¿Será ley de ella escandalizarnos de
la ignominia que se hace pública y apechugar con la que permanece
secreta?...
VIERA, _entrando por la izquierda_.
Bien por los hombres madrugadores. ¡Levantado á las doce del día! Yo
pensé que almorzaría solo, y almorzaremos juntos. _All right_. (_Se
sienta en un sofá._) ¡Pero, chico, qué cambiado está nuestro viejo
Madrid! Hasta pisos de madera me le han puesto. El lugareño con
botas de charol. He salido á dar una vuelta, y el plum-plum de las
caballerías sobre el entarugado, el sordo ruido de los coches y el
olor de la creosota me daban la impresión de Londres ó París.
FEDERICO.
Sí; ha cambiado algo por fuera en los últimos tiempos. Pero por
dentro está como tú lo dejaste.
VIERA.
Siempre es el perdido de buena sombra y de muchas trazas, que
se contenta con las apariencias del vivir, viviendo en realidad
muy mal... ¿Sabes lo que pareces tú ahora? Un San Cristóbal, de
esos que hay en las catedrales. Y el nene es precioso. ¿A quién
sale, siendo su padre más feo que su madre, que es cuanto hay que
decir?... No (_observando al chiquillo_), no puede ser obra de
Pepe. (_Alzando la voz, mira hacia la puerta de la derecha._) ¡Ah,
Claudia, Claudia, veo que siguen los descuidos!... (_A Federico, que
se pasea meditabundo._) Dame pronto de almorzar, que tengo muchísimo
que hacer. Y te advierto que mi primera diligencia es ir á ver á
Clotilde. No, no te enfurruñes. No puedo seguirte por el camino de la
intolerancia caballeresca. Cada uno obra según su carácter y el medio
en que respira. ¡Vivimos en atmósfera tan distinta! Yo en un país
democrático y rico, donde los apellidos y las posiciones aparentes
no suponen nada; tú en un país sin dinero, donde la exterioridad
lo suple todo, y donde las posiciones oficiales hacen las veces de
riqueza. Nunca aspiré á que mi hija se casara con un noble, con un
millonario. Modestísimo en mis pretensiones, y conociendo el país,
me ilusionaba con verla esposa de un capitancito de Artillería ó
Ingenieros, ó con un abogadillo de chispa, que andando el tiempo se
hiciera diputado, y quizás ministro. A ti, que hacías veces de padre,
te correspondía el arreglarlo de este modo. ¿Pero qué pasó? Que
dejaste á la niña entregada á sí misma, y la pobre tuvo que elegir
entre lo que veía. Si en vez del capitancito de Artillería nos ha
resultado un chico de mostrador..., es sensible; pero ya no tiene
remedio. Claro que no me gusta; pero yo no forcejeo con la realidad.
¿Qué? ¿Hemos de abandonar á la pobre niña? ¿Estamos en el caso de
hilar muy fino, muy fino? ¿Quién sabe si el joven ese saldrá listo y
trabajador, y poseerá el arte de estos tiempos, que consiste en traer
legalmente á las arcas propias el dinero que anda por las ajenas?
¡Quién sabe si Clotilde habrá labrado, sin saberlo, su porvenir, y el
tuyo y el mío, y estará en estos instantes preparándonos una vejez
decorosa y tranquila! Ea, no seamos intransigentes ni pesimistas.
Aceptemos la realidad, y dentro de ella, saquemos el mejor partido
posible de los hechos que no dependen de nuestra iniciativa.
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