realidad 46
FEDERICO.
No disputemos sobre eso. Se puede discutir todo menos sobre las
simpatías y antipatías personales. Lo que pertenece al orden de los
sentimientos, sea cariño, sea rencor, es sagrado. Dejémoslo como está.
VIUDA DE CALVO.
Es cierto. Los odios están erizados de picos, y por mucho que las
palabras froten sobre ellos no los suavizarán. Las palabras son
blandas, los odios son duros. Las asperezas de la vida, ayudadas del
tiempo, sí que liman bien. Déjale, déjale. Si no quiere hacer las
paces con tu futuro, que no las haga. Por de pronto las ha hecho
contigo, y esto ya es algo.
CLOTILDE.
¿Serás tan ingrato, tan duro, tan orgulloso, que no asistas á mi boda?
FEDERICO.
No asistiré. No puede uno desmentirse á sí mismo en tan breve tiempo.
Sostengo que no es decoroso para mí ni para él que yo asista.
VIUDA DE CALVO, _irónicamente_.
Tiene razón. En ley de caballería, no se olvidan de hecho las ofensas
tan pronto como se dice. Que no se vean. Vale más que no se vean...,
no vaya á resultar que se coman.
CLOTILDE, _animosa_.
Pues yo digo que se han de ver. Que quieras que no, has de darle la
mano.
FEDERICO, _para sí_.
Me despediré... (_Saludando á la viuda de Calvo._) Señora mía...
CLOTILDE, _cogiéndole de una mano_.
No, no te dejo ir. Un momentito... En seguida sale. Está en ese
gabinete con el señor de Orozco.
FEDERICO.
¡Con Tomás!
CLOTILDE.
¿A qué viene ese espanto? Con Orozco, sí; con tu amigo, un señor muy
bueno, que nos protege y no nos abandonará nunca.
FEDERICO, _desasosegado_.
Adiós.
CLOTILDE, _tirándole del brazo_.
Que no te vas, digo.
VIUDA DE CALVO.
Más vale que le dejes. Le molesta sin duda ver á los que le dan una
leccioncita de tolerancia.
FEDERICO.
Es la verdad, y como me molesta me voy.
ESCENA X
_Los mismos._ OROZCO, SANTANITA, _que salen por la derecha_.
OROZCO.
¡Tanto bueno por aquí!
FEDERICO, _cohibido_.
Lo bueno estaba antes de venir yo: lo bueno eres tú.
OROZCO, _queriendo hacerse el insignificante_.
El amigo Santana y yo tratábamos de un asunto..., menudencias, nada
en suma. Me gusta verte aquí. Eso me prueba que corren vientos
conciliadores.
CLOTILDE.
Paces, D. Tomás; paces tenemos. Pero la fiera no está aún
domesticada, y es preciso pasarle la mano por el lomo un poquito más.
OROZCO, _festivamente_.
Cese la ruin discordia. Que esto sea como el _tableau_ con que acaban
las comedias. Reconciliación, tolerancia, y lo pasado, pasado. Haya
aquello de _¡hermano mío!_, y abrácense todos, y caiga el telón sobre
un final de buenos propósitos.
FEDERICO, _con escepticismo_.
Pues si en las comedias el telón volviera á levantarse, se vería que
los buenos propósitos eran conversación.
CLOTILDE, _aparte á Federico_.
Da la mano á mi Luis. Mira, el pobrecillo está asustado y no se
atreve á dirigirte la palabra. Háblale tú.
FEDERICO.
¿Que le hable yo?... ¡Tonta!
OROZCO, _observando á Federico y á Santanita_.
¿Qué pasa? ¡Ah!, que no se doblan esos rígidos caracteres. Uno y otro
se encariñan con su agravio y no quieren echarlo de sí. ¡Bonita cosa
guardáis! Sois un par de majaderos. Sí, defended vuestros rencores
como si fueran un hallazgo precioso que alguien os disputa.
VIUDA DE CALVO.
Señor de Orozco, usted que es tan cristiano y posee como nadie el
arte de mover los corazones, ponga en paz á estos desdichados, pues
de fijo á usted le harán más caso que á nosotras. Yo por vieja, con
un pie en la sepultura, y ésta por niña, acabada de nacer, carecemos
de autoridad.
OROZCO, _con fingido egoísmo_.
Señora mía, nunca me ha gustado ser redentor de nadie, ni quiero
meterme en libros de caballería. Además, conviene respetar las
disensiones de familia, que en algo se fundan, cuando existen. Cada
uno tiene bastante con sus propios afanes. ¿A qué afanarse por el mal
ajeno?
FEDERICO, _para sí_.
¡Hipócrita!
OROZCO.
Fijaos bien en este principio: lo que cada cual no haga por sí
mismo no debe esperarlo de los demás. Conque, jóvenes inflexibles y
caballerescos, si no simpatizáis, buen provecho os haga. No seré yo
el que se desviva por zurciros las voluntades. Si esperáis á que yo
os reconcilie, medrados estáis.
FEDERICO, _para sí_.
¡Farsante! (_Alto, á la viuda de Calvo._) ¿Lo ve usted?
VIUDA DE CALVO.
De los dichos á las acciones hay á veces mayor distancia que entre lo
fingido y lo real.
CLOTILDE.
Pues yo insisto en que des la mano á Luis. ¿Te irás sin darme ese
gusto?
FEDERICO, _secamente_.
Todo lo que yo podía hacer por ti, ya lo he hecho.
OROZCO, _burlándose_.
Eso es: carácter, firmeza, tesón. No se empeñe usted, Clotilde, en
abatir esa fortaleza inexpugnable. Que no le da la mano, que no se la
da...
SANTANITA, _queriendo aparecer sereno_.
Pero es preciso hacer constar que yo no he deseado que me la dé.
Conste esto.
OROZCO.
Sí, hombre; constará todo lo que usted quiera. Tratándose de
tonterías por una y otra parte, hay aquí mucho que apuntar para
enseñanza de las generaciones futuras.
SANTANITA.
Y conste también que nada absolutamente tenemos que agradecer
Clotilde y yo á las personas que más debieran mirar por ella, ya que
no por mí...
OROZCO.
Vamos, también eso constará, si se empeñan en ello.
SANTANITA.
Y que toda nuestra gratitud, toda nuestra consideración y nuestro
cariño son para usted, que se ha conducido con nosotros como un padre.
OROZCO, _riendo_.
¡Ave María Purísima! ¡Qué exageración, qué tontería, qué final de
comedia cursi!
SANTANITA, _con efusión_.
Y nosotros le reverenciaremos como hijos amantes y sumisos, porque
nos ha dado medios de vivir honradamente y de combatir la miseria.
La felicidad que llevábamos como en germen en nosotros mismos, usted nos la hace patente y efectiva.
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