2017년 3월 28일 화요일

realidad 39

realidad 39



CISNEROS.
 
Hola, hola...
 
MALIBRÁN.
 
No fué nada, D. Carlos; bromas de este bigardón.
 
VILLALONGA.
 
Bien sabe usted que es un gran investigador de Bellas Artes, punto
fuerte en pintura antigua. Pues ahora se ha dedicado á descubrir
cuadros vivos.
 
CISNEROS.
 
¡Ah, pillo!
 
VILLALONGA.
 
Y tiene un ojo de perito, que vale cualquier cosa. Aquí donde usted
le ve, con su diplomacia y su... equilibrio europeo, tiene la
intención de un Veragua; y como le dé por los descubrimientos, crea
usted que hemos de ver cosas muy buenas.
 
CISNEROS, _con buena sombra_.
 
Hablad con claridad, hijos míos, que el lenguaje enigmático ya sabéis
que no se ha hecho para mí. Me gusta expresar las ideas directamente,
y detesto los rodeos y parábolas. ¿De qué nefando contubernio se
trata? Decídmelo; ya sabéis que lo admitiré, porque en su propia
naturaleza lleva el hecho la verosimilitud. Y si me apuráis, no sólo
lo admito, sino que lo disculpo, porque de menos nos hizo Dios. Somos
frágil barro.
 
VILLALONGA.
 
¡Y tan frágil!... Que le cuente á usted Cornelio...
 
MALIBRÁN, _con socarronería_.
 
Nada, D. Carlos, es que descubrí un cuadro de los muchos que hay
ocultos y perdidos. Y no es de autor anónimo, ¡caracoles!...; asunto
erótico... Las figuras no las conoce usted...
 
CISNEROS.
 
Como si las conociera. ¿Y qué? Sois los mayores mentecatos que
me he echado á la cara. ¿Creéis que yo me asusto de vuestros
descubrimientos? ¿Qué podría resultar?, ¿que fueran personas
conocidas, amigas mías ó de mi familia?
 
MALIBRÁN, _vivamente_.
 
No, no lo son.
 
CISNEROS.
 
Pues entonces... (_Restregándose las manos._) Contar, contar. Vengan
ratas.
 
VILLALONGA.
 
Muy sencillo: éste dió en buscarle las vueltas á la mujer de un amigo
nuestro, que tiene fama de virtud arisca, la mujer, se entiende.
 
CISNEROS.
 
¿Mujer de un amigo nuestro?...
 
MALIBRÁN.
 
¡Si aunque se vuelva loco no lo ha de acertar usted!...
 
_Entran de la calle Orozco y Augusta._
 
 
ESCENA III
 
_Los mismos._ OROZCO, AUGUSTA.
 
CISNEROS.
 
¡Qué horas de venir!
 
AUGUSTA.
 
¿En qué acto están?
 
MALIBRÁN.
 
Han empezado el segundo.
 
OROZCO.
 
Hemos comido tarde... Día para mí de ocupaciones fastidiosas... No
me dejan vivir. Son como las moscas, que si uno se las sacude, se
irritan y vuelven con más coraje.
 
CISNEROS.
 
No se puede ser modelo de nada en estos tiempos. Como den en llamarle
á uno modelo de cualquier cosa, aunque sea de ciudadanos, ya se
puede encomendar á Dios. ¡Ah!, y á propósito. Yo decía: «le tengo
que contar una cosa á Tomás», y no acertaba con lo que era. Ya me
acuerdo. ¿Sabes que estuvo Joaquín Viera á despedirse de mí?
 
OROZCO.
 
¿Sí? Pues por casa no ha parecido.
 
_Augusta toma el trazo de Malibrán para subir al palco. A su lado,
Villalonga. Detrás, á bastante distancia, suben Cisneros y Orozco._
 
CISNEROS.
 
Está furioso contra ti. Dice que le recibiste como á un perro.
 
OROZCO.
 
Como se merecía. (_Con satisfacción._) Y hablará perrerías de
nosotros.
 
CISNEROS.
 
Lo que no puedes figurarte. Que eres un ingrato, un egoísta sin
entrañas, y no sabes comprender la abnegación con que mira por tus
intereses.
 
OROZCO.
 
No creo que exista tunante más gracioso.
 
CISNEROS.
 
Dice que por no chocar, y por darte una prueba más de benevolencia,
acepta la proposición denigrante que le hiciste.
 
OROZCO.
 
Denigrante..., eso es. Así la llama en la esquela que me escribió
cerrando el trato. ¿Pues qué quería? He sido con él generoso hasta la
esplendidez.
 
CISNEROS.
 
Habías de oirle. ¡Qué lengua! Ya sabes que yo no me espanto de nada.
Pues tuve que suplicarle mudara de conversación. En fin, que se
marcha mañana.
 
OROZCO.
 
Ya lleva cuerda para algún tiempo. No tiene motivos de queja, pues
por una obligación prescrita le he dado casi el doble de lo que pagó
por ella... ¿Y habló con usted algo de su hija Clotilde? Porque tengo
curiosidad de saber...
 
CISNEROS.
 
¡Ah!, sí... Pues contentísimo. Es hombre de una llaneza patriarcal.
Ni asomos de los escrúpulos de su hijo. Por él, si la niña quiere
casarse con el verdugo, que se case. En medio de su extravagancia,
tiene rasgos de ingenio donosísimos. Asegura que en la determinación
de Clotilde influye el instinto de renovación de la raza española,
repugnando los entronques aristocráticos y similares, y prefiriendo
el cruce con las razas inferiores, que son las más sanas.
 
OROZCO.
 
Tiene chiste.
 
CISNEROS.
 
Vamos, que me reí un rato con él; y al fin volvió á vomitar denuestos
contra ti, llamándote jesuitón, cuáquero, chupador de la sangre del
pobre, rico avariento, y qué sé yo qué.
 
OROZCO.
 
Bien, bien, bien.
 
_Augusta y Malibrán entran en el palco. Villalonga, Orozco y Cisneros
se detienen en el pasillo, donde aparece el conde de Monte Cármenes._
 
 
ESCENA IV
 
OROZCO, CISNEROS, VILLALONGA, MONTE CÁRMENES.
 
MONTE CÁRMENES.
 
Aquí estoy esperando á que se acabe el dúo. No puedo resistir al
tenor, con ese braceo como si estuviera cogiendo moscas, y esa voz
que parece la de un gato cuando le pisan la cola.
 
VILLALONGA.
 
¿Y cómo no dice usted _bien, perfectamente bien_?
 
MONTE CÁRMENES.
 
Yo no juzgo al tenor, y si lo he juzgado, me desdigo. No me gustan
juicios temerarios. Sólo que no me divierto oyéndole, y mientras él
se gana el pan pegando gritos, yo salgo á fumar un cigarro.

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