Realidad 15
INFANTE.
Dios quiera que mañana salgas bien de tus conflictos.
FEDERICO.
Saldremos, sí. Hay fe en la Providencia. Como si yo no tuviera hoy
bastantes pesadumbres sobre mi alma, me ha caído una que... Vamos, te
la cuento.
INFANTE.
Gracias á Dios que me confías algo.
FEDERICO.
Y la cosa es grave. (_Avanzan hacia el extremo de la calle._) Sigamos
hablando hasta el Prado, y luego volveremos. Esta es mi casa.
(_Señalando á la derecha._)
INFANTE.
Noticia fresca. Como no digas más...
FEDERICO.
Quedamos en que ésta es mi casa. Bueno. Mira ahora la de enfrente.
INFANTE.
La miro, y no veo en ella nada de particular.
FEDERICO.
Fíjate en la planta baja..., en la tienda...
INFANTE.
Veo un rótulo de ultramarinos que dice: _Santana. Géneros del Reino y
extranjeros_.
FEDERICO.
Perfectamente. Más arriba verás dos ventanas, que corresponden al
entresuelo de la derecha. Ahí tiene su escritorio ese animal.
INFANTE.
Todo lo veo, menos la relación que eso pueda tener contigo.
FEDERICO.
Te lo diré. En el escritorio trabaja un chiquillo como de veinte
años, un hortera que le hace guiños á mi hermana.
INFANTE.
¡Ah!, ya...
FEDERICO.
Y no es eso lo peor, sino que la muy tonta se deja querer de
semejante mequetrefe. Lo descubrí ayer, y me volé... Escena terrible
en mi casa. Tengo que hacer un escarmiento con esas lagartonas que me
sirven, y plantarlas en la calle.
INFANTE.
Cuestión delicada es esa para resolverla _ab irato_. Considera que tu
hermana no vive en la esfera social que le corresponde. Está en la
edad crítica del amor... No ve á nadie... Ha visto á ese chico...
FEDERICO, _irritándose_.
Cállate. No puedo soportarlo... ¡Mi hermana dejándose impresionar
por un tipo de esos...! Tú conoces mis ideas. Soy un botarate, un
vicioso...; pero hay en mi alma un fondo de dignidad que nada puede
destruir. Llámalo soberbia, si te parece mejor. No me resigno á que
ese vil hortera haya puesto los ojos en Clotilde. Soporto menos que
ella guste de vérselos encima. Te aseguro que habrá la de San Quintín
en mi casa. A mi hermanita la meteré en un convento de Arrepentidas,
y al danzante ese, como yo le coja á mano, como le sorprenda en la
escalera de mi casa..., tengo sospechas de que hay aproximaciones...,
como le sorprenda, te juro que no le quedarán ganas de volver.
INFANTE.
Moderación. Esas ideas son del siglo XVII, clavaditas. Comprendo
que no te agrade la elección de tu hermana; pero fíjate en las
circunstancias. ¿Acaso la has puesto tú en condiciones de elegir?
FEDERICO, _nervioso_.
No me vengas á mí con esa clase de reflexiones. La tapadera de las
circunstancias sirve para encubrir los ultrajes al honor. Que mis
ideas son anticuadas en este particular, lo sé, lo sé; pero son así,
y no admito otras. Aunque me llames extravagante, te diré que no me
cabe en la cabeza la igualdad. Yo no soy de esta época, lo confieso;
no encajo, no ajusto bien en ella. Ya sabes mi repugnancia á admitir
ciertas ideas hoy dominantes. Eso que en lenguaje político se llama
pueblo, yo lo detesto, qué quieres que te diga, y no creo que con la
gente de baja extracción vayan las sociedades á nada grande, hermoso
ni bueno. Soy aristócrata hasta la médula..., no lo puedo remediar...
Eso de la democracia me ataca los nervios. Gracias que no es verdad,
ni hay tal democracia, pues si la hubiera... ¡Dios nos asista!
INFANTE.
Tú podrás pensar lo que gustes; pero como los hechos se sobreponen
á las ideas, si tu hermanita se empeña en democratizarse, se
democratizará... á despecho de tu aristocracia.
FEDERICO.
Prefiero verla muerta.
INFANTE.
Piénsalo bien... Esas cosas se dicen pronto..., pero luego la
realidad... (_Aproxímanse á la puerta de la casa._)
FEDERICO.
¿Dónde estará ahora ese maldito sereno? Quizás durmiendo la mona en
el hueco de alguna puerta. (_Suena la cerradura, y observan que la
puerta se abre por dentro._) ¡Ah!, escucha, mira. Alguien sale...
ESCENA II
_Los mismos._ SANTANITA.
_Ábrese la puerta y aparece Santanita, el cual, al ver á los dos
amigos, retrocede asustado y como si quisiera volver á meterse en el
portal._
FEDERICO, _con súbita ira_.
¡Rayos y demonios!... ¡Eh!... ¿Quién es usted? (_Echándole mano al
pescuezo._)
SANTANITA, _con terror suplicante_.
¡Ay, ay!... ¡Por Dios, D. Federico, no me mate usted!
FEDERICO.
Badulaque, mequetrefe, tú vienes de mi casa. (_Le sujeta con nerviosa
energía. Infante interviene en ademán pacífico._)
INFANTE.
¡Por Dios... Calma...! ¡Qué atrocidad! (_Tratando de calmar á su
amigo._)
FEDERICO.
Si no fuera quien soy, le ahogaría... ¡Miserable! ¿Qué hacías en esta
casa?
SANTANITA.
¡Señor, óigame usted!... (_Anonadado y trémulo._) Subí sin más objeto
que hablarle... por el ventanillo..., nada más. Yo se lo juro..., y
puede usted comprobarlo arriba.
INFANTE.
Basta... Retírese usted.
FEDERICO, _soltándole_.
Sí..., que se vaya... La escena es repugnante. (_Mirando á Santanita
con desprecio._) ¡Qué ignominia! Si en vez de ser un bicho fuera un
hombre, acabaría con él, puesto que no hay tribunales que castiguen
estas infamias.
INFANTE.
Concluyamos. (_A Santanita._) ¿Todavía está usted aquí?
FEDERICO.
Ya has oído, muñeco, que no me rebajo á castigarte. Otra cosa será si
llego á cogerte en mi casa.
INFANTE.
Largo... Se acabó la cuestión.
SANTANITA, _recogiendo su sombrero, que en la refriega se le ha
caído_.
Don Federico, usted abusa de su posición. No es caballero todo el que
lo parece, ni para serlo basta llevar sombrero de copa. Puesto que
usted se pone en ese terreno, á él iremos todos. (_Se aleja._)
FEDERICO, _sin poder contenerse_.
¡Pues no se atreve...! ¡Si me provoca...!
INFANTE, _sujetándole_.
Déjale, por Dios. Ya ves que huye.
SANTANITA, _desde lejos_.
Don Federico, usted se empeña en luchar con la corriente, imponiendo
á todo el mundo su quijotismo, y usted se fastidiará. (_Vase calle abajo._)
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