2017년 3월 28일 화요일

realidad 40

realidad 40


OROZCO.
 
¿Y Pepita?
 
MONTE CÁRMENES.
 
Más animada. En nuestro palco está. Pase usted á verla y se lo
agradeceré, que allí tenemos á nuestro pobre Cícero dándole matraca.
Entre él y ese tenor de la clase de grillos, me hacen la vida infeliz
las noches de ópera.
 
CISNEROS.
 
Dígame, Conde: ¿fué usted también de los que anoche se subieron á la
parra en casa de _La Peri_?
 
MONTE CÁRMENES.
 
¡Yo! D. Carlos, no me confunda con usted mismo. Yo no voy á esos
sitios execrables y pecaminosos.
 
OROZCO.
 
Si anduvo usted en malos pasos, ¿por qué negarlo ahora? Nosotros no
se lo hemos de decir á Pepita.
 
CISNEROS.
 
¡Oh!, yo sí, yo se lo diría, si este pillín no me asegurara bajo su
palabra que no estuvo.
 
VILLALONGA.
 
No; el Conde no va sino cuando no hay nadie..., como usted.
 
MONTE CÁRMENES, _mascando el cigarro_.
 
¿Yo?... ¡Buenos estamos D. Carlos y yo para fiestas! Nos hemos
cortado la coleta.
 
CISNEROS.
 
Es mucho decir. Que uno sea honesto y cumpla la ley de Dios, no
significa que se corte nada.
 
OROZCO.
 
¿Entramos ó no?
 
MONTE CÁRMENES.
 
Me parece que ha concluído el dúo. (_Tira el cigarro_.) Voy al palco
de mi primo. (_Se aleja, y retrocede llamando á Orozco._) ¡Ah!,
Tomás, se me olvidaba. Usted ¿cuándo piensa ir á las Charcas?
 
OROZCO.
 
El sábado por la noche. Vienen dos días de fiesta, domingo y lunes la
Candelaria. ¿Se anima usted?
 
MONTE CÁRMENES.
 
Es posible. (_Se dirige hacia el extremo del pasillo curvo. Orozco,
Cisneros y Villalonga entran en el palco de Monte Cármenes._)
 
 
ESCENA V
 
Interior del palco de Orozco.
 
AUGUSTA, _en el antepecho_; MALIBRÁN, _detrás. En el antepalco, la_
SEÑORA DE TRUJILLO, _leyendo La Correspondencia_.
 
AUGUSTA.
 
Ya, ya sé..., me lo ha dicho Aguado, que es, como usted sabe, el
denunciador de todas las inmoralidades. Es usted un libertino, un
escandalizador; está usted dando malos ejemplos.
 
MALIBRÁN.
 
Efectos de la murria y la desesperación. Deseo aturdirme. Quiérame
usted, y seré un modelo de templanza y virtud.
 
AUGUSTA.
 
¿Que le quiera yo? (_Con displicencia._) No sea usted mamarracho.
 
MALIBRÁN.
 
Pues acabaré por perderme... De seguro me pierdo.
 
AUGUSTA.
 
¿No está todavía bastante perdido?
 
MALIBRÁN.
 
Por usted... Pensaba contarle mis aventuras, para que se vaya
persuadiendo de que corro al abismo y se compadezca y me salve.
 
AUGUSTA.
 
¡Que le salve yo!...
 
MALIBRÁN.
 
Pero no quiero escandalizar á mi virtuosa amiga refiriéndole mis
maldades... (_Para sí._) ¡Caray, que no acierto á deslizar entre
las flores la flecha envenenada! Veremos si por este otro lado...
¡Ah!, sí. (_Alto._) Nosotros los perdidos sabemos respetar la
susceptibilidad de las almas puras, á cuyo oído no debe llegar
jamás una frase maliciosa. (_Para sí._) Allá va la punta, salga
como saliere. (_Alto._) Es usted una criatura angelical, encanto y
desesperación de los hombres imperfectos y frágiles que tenemos la
desgracia de adorarla.
 
AUGUSTA.
 
¡Ave María Purísima, hasta cursi se está volviendo este hombre!
 
MALIBRÁN.
 
Pertenece usted á la escuela de su marido, que fingiéndose insensible
á las desdichas humanas, realiza en secreto las obras de caridad más
admirables.
 
AUGUSTA, _mirándole con cierto temor_.
 
¿Qué...?
 
MALIBRÁN, _aguzando su ingenio_.
 
Nada, amiga mía; que no le valen á usted sus disimulos ni sus
artimañas de modestia para asegurarse la indiferencia pública. La
admiración, como la envidia, engendra la curiosidad, y la curiosidad
acecha la virtud para descubrirla y sacarla de las tinieblas. Hay
espionajes que los mismos ángeles no desdeñarían, porque tienden á
indagar los pasos más silenciosos de la virtud para denunciarlos al
agradecimiento de la humanidad; y este espionaje santo la sigue á
usted hasta descubrir las guaridas apartadas y excéntricas adonde
va secretamente en busca de miserias que aliviar y lástimas que
socorrer, cumpliendo la obra misericordiosa de consolar al triste.
 
AUGUSTA, _para sí, turbada, mirando con los gemelos á la escena_.
 
¡Maldito seas tú y toda tu casta!
 
MALIBRÁN, _para sí_.
 
Sacúdete la banderilla, tontaina... (_Alto._) ¿Qué dice usted?
 
AUGUSTA.
 
No he dicho nada. Pensaba que está el diplomático esta noche más
tonto que de costumbre, ó como dicen en la ópera, _che dall’ usato,
piu noioso voi siete_; pero no me determiné á decírselo.
 
MALIBRÁN.
 
Sí, estoy yo muy tonto... (_Para sí._) Vamos, que si me apuras
te suelto el nombre de la calle, el numerito y hasta el piso...
(_Alto._) Admirable cosa es la modestia, y adorno lindísimo de la
verdadera virtud. Pero no le vale, no le vale...; no puede usted
evitar nuestros homenajes.
 
AUGUSTA, _que mira á los palcos para disimular su ira, y crispa los
dedos, oprimiendo los gemelos. Para sí._
 
Ya te daría yo á ti homenajes, y te estrellaría en la cara los
gemelos.
 
MALIBRÁN.
 
Es natural que mi ilustre amiga se enoje conmigo porque le descubro
las perfecciones.
 
AUGUSTA.
 
¿Enojarme yo? ¿Piensa usted que escucho sus bobadas? (_Sonriendo sin
espontaneidad, y queriendo dar á su despecho un acento de broma._)
¡Antipático!
 
_Se adelanta la señora de Trujillo._
 
MALIBRÁN.
 
Se habrá enterado usted de que el papel _Cuadradista_ está muy en
baja.
 
TERESA.
 
Y tan en baja... que ya no lo quiere nadie ni regalado. ¿Ha leído
usted la declaración del cura de San Lorenzo, según el cual, Cuadrado
confesaba una semana sí y otra no?
 
AUGUSTA, _con hastío_.
 
¡Ay, Teresa!, ya el crimen apesta.
 
TERESA.
 
Pues para mí no perderá su interés hasta que no vaya al palo esa
tarasca... Pero dejémoslo ahora. ¿Sabes que el tenor este parece el
sereno de mi calle? Tenemos un empresario que también debería ir al
palo. ¡Qué adefesios nos trae! ¡Quién oyó esta ópera por la Lagrange,
Fraschini y aquel Varessi...! (_A Malibrán._) ¿Alcanzó usted á
Varessi?
 
MALIBRÁN.
 
Le oí en Italia. ¡Qué pedazo de barítono!
 
TERESA, _llamando la atención de Augusta_.
 
Dime, ¿qué promontorio es aquel que se trae en la cabeza la de
Barragán?
 
AUGUSTA, _sin dejar de mirar con los gemelos_.
 
Estoy estudiándolo y no puedo entenderlo. Es un tocado Directorio, de
una exageración... ¡Qué mamarracho!
 
MALIBRÁN.
 
No quieren comprender que estos prendidos Directorio y Primer
Imperio, hoy tan en boga, exigen un corte de busto muy airoso, y las
que no tienen arte para saber adaptarse las modas, se ponen hechas unos esperpentos.

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