Realidad 13
JORNADA SEGUNDA
ESCENA PRIMERA
Antesala de un círculo de recreo. Sucesivamente cambia en escalera,
en calle y en café, según se indica.
FEDERICO VIERA, MANOLO INFANTE.
FEDERICO, _que sale por el fondo_.
¡Maldita sea mi suerte! ¡Necio de mí! Debí prever este desastre,
pues cuando nos amenaza un día de prueba, la noche que le precede
es siempre una noche de perros. Las desdichas, como las venturas,
no vienen nunca solas: vienen en parejas, como la Guardia civil. Si
mañana (debo decir hoy, porque son las dos) ha de ser para mí un
día tremendo, ¿cómo no calculé que esta noche no podía ganar? Las
vísperas de los días malos son... peores. (_Un lacayo le pone el
abrigo._)
INFANTE, _que entra por la derecha, como viniendo de la calle_.
¡Hola..., Federico el Grande..., qué oportunidad!...
FEDERICO.
Infantillo, ¿venías á buscarme?
INFANTE.
Justamente, á eso vengo... Salía de mi honrado Círculo de Ingenieros,
y dije: «voy á subir un momento allá, á ver si está ese perdío y le
arranco al nefando tapete, para llevármele á tomar chocolate y echar
un párrafo con él».
FEDERICO.
¡Cuánto te hubiera agradecido que me arrancaras al nefando tapete!...
¡Noche más infame!... Vámonos, vámonos. (_Bajan la escalera._) ¿Tenías
que decirme algo concreto, ó simplemente charlar?
INFANTE.
Nada concreto.
FEDERICO.
¿De veras? Tú eres muy ladino, y con esa apariencia de _bon enfant_,
tienes tus trapacerías, y en la conversación un gancho invisible para
extraer las ideas.
INFANTE.
Me juzgas á mí por ti mismo. Indeliberadamente, atribuimos á los
demás nuestras propias cualidades.
FEDERICO.
En este caso, el listo eres tú..., y yo también un poco, porque
adivino de qué quieres hablarme.
INFANTE.
Mejor; así no necesitaré exordio. Cuando nos atormenta una idea
fija, nos arrimamos á las personas que pueden darle pábulo. Es una
necesidad del alma. Sí..., confieso que te busco para charlar, pero
siempre con ánimo de que la conversación recaiga en lo de siempre, en
mi prima.
FEDERICO.
Creí que con lo que te dije hace dos días quedabas convencido y
satisfecho.
INFANTE.
Lo estoy por lo que á ti se refiere. Te he borrado de la lista de
sospechosos; pero puedes volver á ella cuando menos lo pienses. Te
absuelvo libremente, pero quedas sujeto á las resultas del proceso...
Y en cuanto á ella, ¡qué bien defiende su enigma! Mas yo he jurado
ante la laguna Estigia descifrárselo, y se lo descifraré. Estas
noches he puesto varias trampas. Hubo momentos en que creí ver caer
en ellas á Malibrán, á ti, al oficialito de Artillería, al propio
Calderón de la Barca... Pero no cayó nadie. Todos los indicios son
tan vagos, que nada racional puedo fundar en ellos.
Calle.
FEDERICO.
¡Qué noche tan clara y serena! Se ensancha el alma mirando el cielo
estrellado y espaciándose por ese azul inmenso. Las noches de Madrid
son mejores y más bellas que los días, y en mi opinión, toda la vida,
la política, los negocios, el comercio y la poca industria que hay,
debiera hacerse de noche.
INFANTE.
A eso vamos.
FEDERICO.
¡Mira ese cielo; pero míralo, hombre. Observa qué templado ambiente!
INFANTE.
Sí, sí; pero no varíes la conversación. Oye una cosa. Dice
Schopenhauer que cuando sufrimos un fuerte dolor físico, si nos
ponemos á analizarlo, aplicando á él todo nuestro espíritu con
insistencia, el dolor se alivia.
FEDERICO.
¿Te has consolado así? Vaya, menos mal.
INFANTE.
Déjame concluir. Verás cómo hago mi análisis. Empiezo por
preguntarme: «¿pero estoy yo realmente enamorado? ¿Esto que siento
es lo que llaman amor? ¿Hállome dispuesto al sacrificio, á la
abnegación, á posponerlo todo al objeto amado?» ¡Ay!, me temo que si
tocaran á sacrificarse mucho, yo, francamente..., vamos, que no.
De lo cual deduzco que lo que siento es una pasión de amor propio,
la pasión de las sociedades refinadas, como dice Malibrán. Lo que
tomamos por amor no es más que el afán de vencer y de halagar nuestro
orgullo. Te confieso que quiero á esa mujer como se quiere lo que
llega á constituir un gran empeño de nuestra vida, lo que representa
un triunfo, una gloria, el colmo de nuestros afanes. He dado con el
vocablo: no debo decir que amo á mi prima, sino que la ambiciono.
FEDERICO.
Lo comprendo; pero como en mí se ha extinguido hace bastante tiempo
toda ambición, no siento bien lo que me dices. Vamos, tú corres
detrás de ella como otros detrás de un acta, de una gran cruz ó de
una cartera.
INFANTE.
No es enteramente lo mismo; pero en fin, hay alguna semejanza.
FEDERICO.
Pasión de vanidad, ó si quieres, pasión de gloria. Vencer, ganar una
batalla, descubrir un territorio, inventar una máquina.
INFANTE.
Algo así, algo así... Y en suma, lo que me trae á mal traer es la
rivalidad, sentimiento profundamente humano, la envidia (demos á las
cosas su nombre), el temor de que la batalla que yo debía ganar la
tenga ya ganada otro, que otro inventor haya descubierto lo que yo
inventar quise. Y persigo á mi rival con ensañamiento. Si eres tú el
que busco, dímelo por Dios; si sabes algo de otro, dímelo también.
FEDERICO, _fríamente_.
Pues sí sé... Vaya si lo sé..., y contando con tu discreción, voy á
decírtelo.
INFANTE.
Bendita sea tu boca, si no te sales con alguna extravagancia.
FEDERICO.
Pues sí, Augusta está enamorada... de su marido.
INFANTE.
¡Ay, qué pillín! Como si no supiéramos con cuánta sandunga concilian
ellas sus deberes con sus caprichos. Estiman á sus maridos, les
respetan, hasta les aman; pero luego hacen en la trastienda de su
alma unas distinciones jesuíticas, que son lo que hay que ver.
FEDERICO.
Eso no reza con nuestra amiga, que tiene á su marido un cariño firme
y leal.
INFANTE.
Te diré... Razonemos. A mí me parece que Augusta estima á su marido,
y le quiere, y no le pondrá en ridículo por nada del mundo. No
hay miedo de que dé escándalos; y si tiene, como pienso, algún
drama íntimo de estos imposibles de evitar en las altas clases
sociales, uno de estos..., llámalos errores, llámalos derivaciones
espiritualistas ó materialidades que nacen de la excitación de la
vida elegante, en fin, dales el nombre que quieras...; pues digo que
si se sale de la vía legal, ha de ser con sensatez y buenas formas,
guardándole á su marido todo el respeto, y hasta el cariño... que...
Mira tú, para aclarar esto, sería preciso que antes fijáramos todas
las categorías y formas del amor, las cuales son tantas que no se
cuentan nunca, y cada día encontramos una categoría y una forma nuevas.
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