2017년 3월 28일 화요일

realidad 54

realidad 54


FEDERICO.
 
Tú no. Por alborotada que esté tu conciencia, no hay en ella las
luchas que agitan la mía. Yo no puedo acabar en bien. Lo menos
malo que me podrá pasar es que perezca. Por desgracia mía, quizás
la víctima que presiento será Tomás. (_Con desvarío._) Porque,
tenlo por cierto, si me insulta, cree que le mato. El derecho suyo
á injuriarme, y la justicia con que lo haría, si lo hiciera, me son
insoportables.
 
AUGUSTA, _horrorizada_.
 
¡No hables así, por Cristo! Me pones enferma. ¿Pero qué ideas traes
hoy, querido mío?
 
FEDERICO.
 
Tú contéstame á lo que te pregunto: Si yo matara á tu marido, bien en
duelo, bien en defensa propia, ¿qué harías?
 
AUGUSTA, _cubriéndose el rostro con las manos_.
 
Cállate, que me vuelves loca. ¿Y si él te matase á ti? Esa es otra.
¡Jesús de mi vida! No quiero pensarlo. ¡Pesadilla horrenda!
 
FEDERICO.
 
¿Y si te matara á ti? Según la justicia vulgar, eso sería lo más
derecho.
 
AUGUSTA, _con aflicción_.
 
¿A mí? ¿Por qué? ¿Porque te quiero? ¡Oh!, no...; no es motivo
suficiente. La idea de morir me horroriza. El sentimiento místico no
cabe en mí. Quiero vivir, ¡ay!, y gozar de la vida que Dios me dió.
Me son antipáticas las ideas trágicas y las emociones lúgubres: las
proscribo de mi cerebro y de mi corazón como algo que no es de buen
tono. Cállate, si quieres que yo no me arrepienta de haber venido á
pasar este rato contigo.
 
FEDERICO, _caviloso, con idea fija_.
 
Pues de los tres, tenlo por seguro, alguno ha de caer.
 
AUGUSTA, _envalentonándose_.
 
Por Dios, basta ya de cosas lúgubres. Yo quiero vivir y que vivan
todos: que viva él, tan bueno, tan humano; que vivas tú, perdulario
mío, porque te quiero y me haces falta. Tu existencia me es tan
necesaria como la mía propia. Que viva yo; también soy de Dios, y
aunque mala, no me resigno á morirme... ¡Ay, la vida me gusta!
 
FEDERICO, _con gran desaliento_.
 
También á mí me gustaba cuando te enamoré y me correspondiste. Pero
ya me pesa, me hastía... ¿No lo comprendes? ¿Te parece un vislumbre
de romanticismo trasnochado? Esto de que el vivir le cargue á uno
se ha hecho algo cursi; mas no deja de ser verdad en ciertos casos.
Figúrate tú: cuando las dificultades de la vida se complican de modo
que no ves solución por ninguna parte; cuando, por más que te devanes
los sesos, no encuentras sino negaciones; cuando nada se afirma en tu
alma; cuando las ideas que has venerado siempre se vuelven contra
ti, la existencia es un cerco que te oprime y te ahoga.
 
AUGUSTA.
 
Alma mía, estás trastornado de tanto cavilar en pamplinas. ¿Has
pasado malas noches? ¿Estás enfermo? Cuéntame. Descansa en mí. Reposa
tu cabecita sobre mi hombro, y échame para acá, una por una, esas
terribles penas. Verás cómo resulta que todas ellas son unas grandes
necedades. ¿Tienes ó no confianza con tu dama?
 
FEDERICO, _para sí_.
 
Si le digo que no, me comprenderá menos. Más vale callar. (_Recuesta
la cabeza sobre el hombro de su amada, y cierra los ojos._)
 
AUGUSTA.
 
Serénate. Yo te refrescaré las ideas, que están irritadas y ardientes
de tantas vueltas como les has dado en el cerebro. No hay cosa peor
que no tener un amigo á quien contarle todo lo que nos pasa. Tú te
empeñas en ser reservadito con tu dama, y ahí tienes, ahí tienes el
resultado, (_Pausa._) ¿Por qué callas? ¿Misterios tenemos, y conmigo?
No salgas ahora con la evasiva de que estás así por el asunto de tu
hermana. No es para tanto.
 
FEDERICO.
 
Mucha parte tiene en mi abatimiento.
 
AUGUSTA.
 
¡Oh, no! Hay algo más. Un pajarito que á mí me lo cuenta todo, me lo
ha dicho así.
 
FEDERICO.
 
Mis cosas no están al alcance de los pajaritos cuenteros.
 
AUGUSTA.
 
Yo te digo que sí lo están. Además, yo no necesito que las aves me
traigan secretos al oído para saber los tuyos: La ciencia sola del
amor me da suficiente penetración para comprender que tus afanes de
estos días, y tu tristeza de reo en capilla, obedecen á... (_Con
arranque._) ¿Pero á qué vienen esas delicadezas y esos tapujos,
tratándose de mí, que soy tu amiga del alma...
 
FEDERICO, _para sí_.
 
Mi amiga no, mi amiga no.
 
AUGUSTA.
 
... y estoy en la obligación de compartir tus penas? Sean comunes
nuestros bienes y nuestros males, como es común la responsabilidad.
Juntos vamos por el camino de la vida, y resulta monstruoso que
mientras yo no carezco de nada, vivas tú como vives. No, no lo eches á
broma: tú estás mal, muy mal, y sin duda has llegado á una situación
insostenible, ahogadísima, de naufragio irremediable... (_Federico
deniega enérgicamente con la cabeza._) Por Dios, no me atormentes; no
me prives del mayor placer de mi vida, goce del alma tan puro, que no
cabe mayor pureza; no me quites esta ilusión, que me compensa de los
malos ratos que paso por ti, la ilusión de favorecerte... Y no diré
_favorecerte_, porque te molesta la palabra. Si la idea de protección
te humilla, diré... lo que quieras. Yo pongo los hechos: pon tú las
palabras. Considera que no te doy nada, sino que tomas lo tuyo, porque
lo mío es tuyo... Di una cosa: si tú fueras rico y yo pobre, ¿no me
darías todo lo que yo necesitase?
 
FEDERICO.
 
Es diferente. Yo quisiera, vida mía, que no hablaras de estas cosas.
No sé cómo responderte sin lastimarte. Tu bondad me confunde. Si te
contesto que nada necesito, que mi situación es buena, creerás que
miento y que sobrepongo mi orgullo á mi necesidad por no rebajarme...
¿Crees eso?
 
AUGUSTA, _impaciente_.
 
Palabrería, chico, palabrería. Estamos haciendo frases estúpidamente,
cuando lo que importa es hablar con claridad. Por mucho que disimules
conmigo tu mala situación, no te vale. ¡Ni que fuéramos criaturas!...
Ea, confianza, pues sin confianza no hay amor. Fuera caretas, perdis
mío. Oye la palabra de Dios que sale de mis labios. (_Con secreteo
cariñoso._) ¡Tengo una hucha... más rica!... En previsión de tus
ahogos, que también son míos, vengo llenándola tiempo ha... Si
quieres que no riñamos, di á todo que sí, y déjate guiar, muñeco.
 
FEDERICO, _sonriendo con tristeza_.
 
Cuando me ahogue, te avisaré. Sigue engordando la hucha. Por ahora
floto perfectamente.
 
AUGUSTA.
 
¡Qué has de flotar, mico, qué has de flotar, si llevas al pescuezo
una piedra muy gorda!... (_Echándole los brazos al cuello._) ¿Ves?,
aquí tienes la piedra: ahógate, ahoguémonos juntos, y despertaremos,
como dicen los amantes suicidas, en un mundo mejor... Eh, ¿qué
suspiro tan grande es ese? ¿Qué tienes tú dentro de ese pecho que no
quiere salir?
 
FEDERICO, _sin aliento_, _oprimiéndose el costado_.
 
Nada, es cosa puramente física: un dolor aquí. No, no es dolor, una
opresión; tampoco es opresión: un estímulo, no sé qué...
 
AUGUSTA.
 
Pobretín. ¿Dónde? ¿Aquí? (_Le frota suavemente el costado
izquierdo._) ¿Se pasó ya?...
 
FEDERICO.
 
No se pasa, no. Sensación más rara no creo que exista. Me gustaría
poder meterme los dedos por aquí hasta tocarme el corazón.
 
AUGUSTA.
 
¡Mimoso, aprensivo!... Pero estamos hechos aquí un par de tontos,
olvidando la cenita que he mandado preparar. Tengo hambre. ¿Y tú?
 
FEDERICO.
 
¿Yo? Pues mira, que sí. Mi desgana se ha convertido súbitamente en un
apetito brutal.
 
AUGUSTA, _riendo_.
 
¡Vaya con tus enfermedades!... ¡Bobalicón, cuánto te quiero, qué loca
estoy por ti! Ea, cenemos, y después se hablará otra vez de lo mismo.
(_Pasan al gabinete y se sientan á la mesa. Les sirve Felipa._)
 
FEDERICO.

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