2017년 3월 28일 화요일

realidad 33

realidad 33


OROZCO.
 
Sí, todo lo recuerdo; y la hermana murió á consecuencia de haberse
tragado un huesecillo de ave.
 
VIERA.
 
Sólo queda Benjamín, que ha recogido á los hijos de Adelaida Proctor.
 
OROZCO.
 
¿Y ese Benjamín es el que descubrió la obligación trasconejada?
 
VIERA.
 
Cierto.
 
OROZCO.
 
Comprendido. A ver... Venga, (_Con impaciencia.) _Quiero ver qué
trazas tiene ese documento.
 
VIERA, _flemático_.
 
Aguárdate un poco. Deseo prevenir todas tus suspicacias. Como no
podrás dudar de la autenticidad del documento, me vas á decir que ha
prescrito, pero yo te probaré que no.
 
OROZCO.
 
Seguramente ha prescrito. No habiéndose presentado en el arreglo de
1874...
 
VIERA.
 
Veo que tu memoria es flaca, querido Tomás, y que además, por querer
contradecirme, incurres en graves errores, de los cuales tu clara
inteligencia saldrá sin esfuerzo á poco que yo te ilumine. Recuerda
el caso aquel, bastante parecido á éste, en que creíamos todos que
la obligación del Banco de Navarra había prescrito, y el Tribunal
Supremo declaró que el plazo de prescripción de estas obligaciones no
podía depender de los plazos de arreglo que fijaran los liquidadores
de la _Humanitaria_. Es esto cierto, ¿sí ó no?
 
OROZCO, _meditabundo_.
 
Cierto es; pero enséñeme usted...
 
VIERA, _sacando un papel_.
 
Ahí está. Examínalo con la prolijidad que quieras. (_Mientras Orozco
examina con profunda atención el documento presentado por Viera,
éste se levanta y con las manos en los bolsillos se pasea por la
habitación, hablando para sí._) A ver por qué registro sales ahora,
jesuitón, cuáquero de mil demonios. Estás cogido. La red es hermosa,
y admirablemente tejida con hilos legales, y por más que la busques
no encontrarás malla rota para escabullirte. (_En alta voz._) ¿Qué
piensas de eso? ¿Cabe en ti la sospecha ó el recelo de que la
obligación pueda ser falsa?
 
OROZCO.
 
No; es legítima.
 
VIERA.
 
Luego yo no soy un falsario, querido Tomás. Devuélveme tu estimación,
porque..., dilo con franqueza..., cuando te anuncié mi visita
pensaste que yo te armaba alguna trampa como esas que se estudian en
los presidios, y que se llaman _entierros_.
 
OROZCO.
 
No pensé eso, aunque sí una cosa semejante.
 
VIERA, _suspirando_.
 
Estoy en desgracia contigo. Con todo, acabarás por reconocer que este
acto entraña un profundo interés hacia ti. (_Orozco hace un gesto de
asombro._) No, no hay que asustarse de lo que digo, ni tratarme como
á un loco que trastorna el sentido de los conceptos. Con la mayor
entereza y sinceridad del mundo, digo y repito que este paso que
doy, más debe ser por ti agradecido que vituperado. Tomás, te estoy
haciendo un notable servicio en la ocasión presente. (_Con gravedad
suma._) Este viaje mío y la presentación del documento que acredita
una deuda sagrada, son prueba clarísima de amistad y de la parte que
tienes en mis afectos, porque obrando así te ahorro mil disgustos,
y te facilito la solución de lo que podía ocasionarte un grave
conflicto.
 
OROZCO, _irónicamente_.
 
Gracias, gracias... Me enternece tamaña bondad. No le creí á usted
tan magnánimo, amigo Viera.
 
VIERA, _con afectada resignación_.
 
Júzgame como se te antoje.
 
OROZCO.
 
¿Cuánto tiempo ha empleado usted en Londres preparando este negocio?
Y para lanzarse á perseguir la obligación perdida, ¿vino usted de
Nueva York á Inglaterra hace tres meses? ¿Por cuánto la ha vendido
Benjamín Proctor?
 
VIERA, _secamente_.
 
No la he comprado. Tengo poderes del poseedor para gestionar el
pago..., ¿quieres verlos?..., y para proponerte un arreglo que te
facilite la cancelación.
 
OROZCO.
 
La deuda es legal: yo no lo niego; pero surge la duda de que esta
obligación esté comprendida en el arreglo que se hizo en 1874. La
cuestión no resulta tan clara como usted supone. Es, por lo menos,
discutible el derecho de Benjamín Proctor á realizar este crédito.
 
VIERA.
 
Él lo juzga clarísimo, y quería desde luego ponerte en un aprieto,
planteando la cuestión jurídica. Yo, que te conozco y sé tu horror á
la curia y al papel sellado, quise prestarte un servicio, y propuse
á Benjamín intentar directamente un arreglo amistoso. Discutimos
el caso; hícele ver las dificultades y dispendios de un pleito en
España; le ponderé tu carácter conciliador, inclinado siempre á la
justicia, y por fin convino en contentarse con la mitad, cuarenta mil
libras, al contado... Te juro, amigo de mi alma, que he puesto de mi
parte en este asunto una desinteresada adhesión á tu persona y una
defensa leal de tus intereses, pues la comisión que me da Proctor,
en caso de éxito, apenas me basta para los gastos de viaje. Ahora
resuelve tú. (_Se sienta._)
 
OROZCO, _levantándose, entrega la obligación á Viera_.
 
Tome usted su papel.
 
VIERA.
 
¿Qué decides?
 
OROZCO, _con frialdad y aplomo_.
 
Decido... no pagar.
 
VIERA.
 
¿No reconoces la legalidad de la deuda?
 
OROZCO.
 
La reconozco; pero la declaro prescrita.
 
VIERA, _desconcertado_.
 
Reflexiona, Tomás; no te arrebates... Piensa en la sentencia aquella
del Supremo. Benjamín pleiteará, y te verás metido en un lío
espantoso, y perderás con costas.
 
OROZCO, _paseándose y mirando al suelo_.
 
Lo veremos. La cuestión es muy problemática, pues podremos sostener
que la sentencia del Supremo sólo comprendía las obligaciones de la
serie D.
 
VIERA, _clavándole la mirada_.
 
Eso no puede sostenerse, Tomás; eso es absurdo. Reconoce la lealtad
de la intención con que me presento á ti, y confórmate con el arreglo
que te propongo.
 
OROZCO.
 
No quiero. (_Plantándose ante él, y resistiendo con fría tranquilidad
la penetrante mirada de Viera._) Y voy á explicarle á usted la razón
de esta resistencia que, según veo, le sorprende tanto. Es que me
he cansado del papel de hombre recto y juicioso, que la opinión
pública se ha empeñado en hacerme representar. He visto que la
rectitud, practicada tan en absoluto, me trae más males que bienes.
Y resulta una cosa, amigo Viera: antes que los atenienses se aburran
de oir llamar justo á Arístides, el mismo Arístides se ha cansado de
serlo, y quiere igualarse á los demás. Yo había dado en la manía de
no ir con el vulgo, y ahora caigo en la cuenta de que se va mejor
por el camino que traza la muchedumbre. ¿Qué tal? Esta salida ha
desconcertado al amigo Viera, al ingenioso arbitrista, al aventurero
sagaz. (_Con cruel humorismo._) ¡Ah!, usted no contaba con ésta,
¿verdad?; dígalo con franqueza; usted fiaba en la decantada severidad
de mis principios, en esa fama que me han dado algunos tontos, la
cual ha venido á cargarme tanto, pero tanto, que me propongo no
perdonar ocasión de desmentirla.

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