2017년 3월 28일 화요일

realidad 53

realidad 53


JORNADA QUINTA
 
 
ESCENA PRIMERA
 
La misma decoración de la escena VIII de la segunda jornada. En el
gabinete de la izquierda, mesa puesta con dos cubiertos. Anochece.
Luz artificial.
 
FEDERICO, _que entra cabizbajo y sombrío_; FELIPA, _tras él,
esperando órdenes_.
 
FELIPA, _para sí_.
 
¡Virgen de Atocha, qué cara se trae hoy este señorito! Ni un reo en
capilla la tiene peor. ¿Qué mosca le habrá picado?... ¡Ya; que apuntó
mal anoche, y como las cartas no tienen entrañas...! ¡Lástima de
hombre, entregado á un vicio tan feo...!
 
FEDERICO, _para sí_.
 
Vengo prevenido. Si ese trasto nos acecha esta noche á la salida, le
dejo seco. (_Alto._) Dime, Felipa...
 
FELIPA.
 
Señorito.
 
FEDERICO.
 
¿Has notado tú que, por la tarde ó al anochecer, mientras estamos
aquí la señorita y yo ronde la casa alguna persona sospechosa, quiero
decir, algún quídam que curiosee ó esté á la mira de quién entra y
sale?
 
FELIPA.
 
¡Ah!, no señor, no he visto nada, ni creo que...
 
FEDERICO.
 
¿Ni te ha dicho nada la portera? Yo me figuro que el que fisgonea
vendrá muy embozadito, y se situará en La esquina ó junto á la valla
de la casa en construcción.
 
FELIPA.
 
Por esta calle, que no es más que un deseo de calle, no pasa alma
viviente, como no sean los tíos que viven en los muladares, y
esos..., ¡pobrecitos!, ya quisieran ellos embozarse, y lo harían si
tuvieran en qué.
 
FEDERICO.
 
Con todo, conviene estar alerta. Mira: esta noche, luego que venga
la señorita, sales, y con disimulo te fijas en toda persona que
veas, sobre todo si esa persona se para en la esquina ó en el portal
próximo. Procura observarle la cara, y me avisas. Verás qué pronto le
despacho yo.
 
FELIPA.
 
Saldré por precisión, pues faltan algunas cosas todavía. La señorita
dispuso que cenaran ustedes aquí.
 
FEDERICO.
 
¡Ah!, sí, no me acordaba.
 
FELIPA.
 
He traído algo de casa de Lhardy, y lo demás lo hemos arreglado entre
mi hermana y yo. La mesa está puesta en el gabinete. Allí tiene usted
la chimenea encendida. (_Vase._)
 
FEDERICO, _para sí, distraído_.
 
Como yo descubra que nos vigilan, quienquiera que sea no quedará con
ganas de vigilancia. (_Pasa al gabinete. Saca del bolsillo del gabán
un revólver, y lo oculta detrás del reloj de la chimenea. Se quita
gabán y sombrero._) No tardará... Cogería yo á ese Malibrán y le
ahogaría, así..., como á un pájaro... (_Apretando los puños._) No nos
hagamos ilusiones. Orozco no puede ignorar mucho tiempo su afrenta...
Quizás la sepa ya..., ¡y ella impávida!... Me parece que ya está ahí.
(_Entra Augusta y se abrazan._)
 
 
ESCENA II
 
FEDERICO, AUGUSTA.
 
AUGUSTA.
 
Perdis mío del alma... ¡Qué carita tienes tan, tan..., no sé cómo!
¿Has dormido mal anoche? ¿Por qué no fuiste á comer á casa? ¡Qué
sola estuve, y qué triste! Pero ya tocan á olvidar penas pasadas.
¡Qué consuelo verte!... ¡Ah!, ¿sabes?... No sé por dónde empezar...
Tantas cosas tengo que decirte, que las palabras se me enredan en la
lengua. Lo primero: sabrás que Tomás fué á las Charcas.
 
FEDERICO.
 
¿Solo?
 
AUGUSTA.
 
Con Malibrán.
 
FEDERICO.
 
¡Y tú tan tranquila!
 
AUGUSTA.
 
¡Oh!, no; no estoy tranquila ni mucho menos. ¿Crees tú que...?
¡Ay! Por tu vida, no me asustes. Esta noche quiero ser feliz, ó
hacerme la ilusión de que lo soy. La dicha pasa tan pronto, que
debemos andar muy listos y cogerla y gozarla antes de que vengan las
complicaciones. Y aún espero yo que las venceremos. ¿No lo crees tú
así? Dime que las venceremos, confórtame, anímame.
 
FEDERICO, _sombrío_.
 
Ten por seguro que nuestro secreto no puede defenderse ya.
 
AUGUSTA.
 
¡Ay, qué pesimista! Yo rabiando por hacer aquí un paréntesis, un
refugio, un mundo aparte, y tú empeñado en traer á este rinconcito
los afanes de allá. Aislémonos, cortemos la comunicación con el
mundo, querido.
 
FEDERICO.
 
No es posible cortar la comunicación cuando nos amenazan graves
sucesos.
 
AUGUSTA.
 
¡Ay, qué miedo! Bueno, hijo mío, si quieres que llore, lloraré; ¡yo
que venía dispuesta á reirme y hacerte reir! Y no creas, traigo muy
pensados mis argumentos. Hoy me propongo convencerte, y para ello no
habrá monería que yo no emplee.
 
FEDERICO, _tedioso_.
 
Convencerme..., ¿de qué?
 
AUGUSTA.
 
De que debes someterte á mi voluntad, grandísimo pillo.
(_Acariciándole._) ¿Qué tienes tú que hacer más que vivir
exclusivamente para mí? Yo soy para ti el mundo entero, y agradarme y
tenerme contenta es tu único fin. Si me dices que no, te arranco todo
el pelo, y te dejo más calvo que la ocasión..., pintada.
 
FEDERICO, _abatido_.
 
Palabras muy bonitas, pero inoportunas. Tú no te has hecho cargo
del peligro que nos acecha. Mi opinión es que tu marido sabe ya...
esto. El viaje á las Charcas es capcioso, una ausencia figurada para
sorprendernos aquí.
 
AUGUSTA, _ocultando la cara en el pecho de su amigo_.
 
¡Oh, qué espanto! De sólo pensarlo, paréceme que pierdo el sentido...
(_Rehaciéndose._) Pero no puede ser. No me metas miedo. ¡Cuánto me
haces sufrir! No nos sorprenderá.
 
FEDERICO.
 
Por mí no me importa. Estoy dispuesto á todo. A quienquiera que entre
por esa puerta le suelto seis tiros.
 
AUGUSTA, _temblando_.
 
¡Ay, qué horror! Por la Virgen Santísima, no hables de tiros, ni de
que aquí va á entrar alma viviente. Tú estás alucinado, nervioso.
Sueñas con peligros que no existen, y ves fantasmas en tus propios
dedos. ¿Qué te pasa?
 
FEDERICO, _levantándose como con necesidad de expansión_.
 
¡Ay, Augusta! Yo no puedo vivir así; yo tengo sobre mi alma un
peso insoportable. Déjame explayarme contigo, y no te asustes si
digo algún despropósito..., algo que no ha de serte grato. Se ha
complicado esto de tal modo, que es preciso echar una víctima al
monstruo, al problema, y la víctima, ó mucho me engaño, ó seré yo.
 
AUGUSTA.
 
¡Por Dios, querido mío, no hables de víctimas! Es hasta de mal
gusto... En todo caso, la víctima sería yo, como la más culpable: tú
eres hombre, eres libre. Yo soy mujer casada, y falto á mis deberes.

댓글 없음: