realidad 42
FEDERICO.
¿No puedes decidirlo desde ahora?
AUGUSTA, _bajando más la voz_.
No... Depende de que él vaya á las Charcas. Te escribiré... Ahora,
chitón. Entra á saludar á Teresa. (_Pasa Federico al palco. Aguado
sale, á punto que entran Orozco y Villalonga._)
ESCENA VII
Gabinete en casa de _La Peri_. Es de día.
FEDERICO, LEONOR.
FEDERICO.
Buenos días, Leonorilla.
LEONOR.
_Bonyú, mon ti cherí..._ ¿Qué te creías tú, que yo no sé francés? El
marqués me lo está enseñando. Ya sé porción de frases, y con ellas
y con decir á todo _pagardón, pagardón_, podré entenderme con el
franchute que sepa más.
FEDERICO, _sin prestarle atención_.
Bien.
LEONOR.
Pero qué, ¿tienes mal humor?
FEDERICO.
De mil diablos.
LEONOR.
Ya... La condenada sota, ¿verdad? ¡Cuando te digo yo que no te fíes
de esa!... Es más mala que el cólera.
FEDERICO.
Pues no, no se ha portado mal. (_Saca un puñado de billetes._) Mira.
LEONOR, _cruzando las manos y dando un grito de alegría_.
¡Billetes! ¡Ay, qué calorcito me corre por todo el cuerpo! Déjame
que los toque. Me muero por ellos.
FEDERICO.
Son para ti. Hace dos noches que me sopla un poco la musa. Es una
racha que pasará pronto. Por eso, antes que venga la mala, quiero
cumplir contigo. Toma esos ocho mil realetes, y ve reuniendo para
sacar tus alhajas.
LEONOR, _echando la zarpa á los billetes_.
Ay, hijo de mi alma, ¡qué bueno eres! Dame acá. Me hace una falta
atroz. ¿Y tú, cómo estás de trampas y trópicos?
FEDERICO.
Absolutamente desahuciado. No tengo salvación. Los compromisos
son tales, y se van enredando de tal manera, que pronto daré el
barquinazo gordo.
LEONOR.
Ganarás, mico.
FEDERICO.
Gane ó pierda, no puedo salir á flote. Me ahogo sin remedio. No veo
ni aun probabilidades de evitar la insolvencia y la deshonra.
LEONOR, _con alma_.
No te apures. Confía en Dios. Puede que te caiga alguna herencia.
FEDERICO.
¡Herencias á mí!
LEONOR.
¿Sabes que se me ha ocurrido un gran negocio que podríamos emprender
los dos? ¿No aciertas lo que es? Pues te lo diré: consiste en poner
tres ó cuatro casas de citas de muchísimo lujo, pero de un lujo...
asiático, todas ellas combinadas con una timba tremenda, y de
muchísimo lujo también, como esas que hay en Baden y en Montecarlo...
Te explicaré la combinación... Es cosa de ganar millones.
FEDERICO, _displicente_.
No, no me expliques nada. No sé cómo se te ocurren tales disparates.
LEONOR.
Pues, hijo, yo tengo que inventar algún negocio. Debo más que el
Gobierno, y ese condenado pollo va á dar con mis pobrecitos huesos
en un hospicio. Cuentas de sastre, cuentas de café, cuentas de la
Taurina, y cuentas de la santísima carandona de su madre. Todo lo
tengo que pagar yo, y ya me voy cansando, como hay Dios.
FEDERICO, _tirándole suavemente de una oreja_.
Eso le pasa á esta pájara por no hacer caso de mí. Bien te dije que
ese pollo era una calamidad. ¿Por qué no te fiaste de mí en eso como
en todo?
LEONOR.
Chico, porque cuando tocan á enamorarse pierde una el sentido. Eso
del amor es capítulo aparte, y los consejos y la amistad son para
otras cosas. Ya sabes que me dió muy fuerte, que me cegué por él y me
puse como los mismos hornos. Pero ya me voy enfriando, y conozco que
es un grandísimo _lipendi_... Otro más carantoñero y de más figuras
no lo hay. Ahora está conmigo hecho un merengue. Como que necesita
cuartos. Pues dice que soy yo otra como la _Traviatta_, y que él me
va á redimir y á volverme honrada...; ¡qué risa! Parece que ahora
va á venir su padre para quitarle de mí y llevársele, y él pretende
que, cuando su papá venga á verme, haga yo el papel de tísica
arrepentida, tosiendo con sentimiento y pintándome ojeras..., vamos,
como la _Traviatta_, para que el buen señor se ablande y nos eche su
santa bendición...; ¡qué risa! Con estas farsas, ello es que me está
dejando por puertas. (_Federico vuelve á mostrarse triste y caviloso,
sin prestar atención á su amiga._) ¿Pero qué ocurre hoy? ¿Qué te pasa?
FEDERICO.
Ya debes figurarte que no estaré para ponerme á tocar las
castañuelas. Tú sabes bien lo que me sucede. Tengo una hermana que
es mi desesperación, mi vergüenza; tengo un padre que me abochorna
siempre que viene á Madrid.
LEONOR.
Anoche contaron aquí que vino á cobrarle á Orozco unas cuentas
que debía. ¿Sabes?, cosas allá muy gordas, de ingleses..., pero
de Inglaterra; y que el otro fué más listo que él y le engañó,
recogiéndole el papel por un pedazo de pan. Ese Orozco se pierde de
vista, y gasta unas como caretas de hombría de bien con las cuales
emboba á la gente.
FEDERICO, _caviloso_.
No creas nada de eso. Es un desatino.
LEONOR.
¿Pero á ti qué te importa que sea Orozco el engañado ó que lo sea
tu padre? Allá ellos. Y en cuanto á lo de tu hermanita, yo la
dejaría casarse con el nuncio si le gustaba, digo, con el monago
de la Nunciatura... (_Tirándole suavemente de la oreja._) También
tú, con tanto pesquis como tienes, necesitas que te enseñe á vivir
una tonta como yo. ¡Haces y piensas cada simpleza...! El casarse,
hijo mío, debe ser una cosa muy liberal; quiero decir, que la mujer
debe escoger á quien le entre por el ojo derecho, y nada más. Ya
no estamos en los días de la Inquisición...; no sé si me explico.
Anoche dijeron aquí que tú eres un hombre del tiempo en que había
Inquisición, y cadenas, y despotismo, y otras cosas muy malas...
FEDERICO, _sonriendo con tristeza_.
Tiene gracia.
LEONOR.
Pero á mí no me la pegas tú. La causa de que estés ahora tan
_cabistivo_ y _pensibajo_, no es ni lo de tu padre ni lo de tu
hermana. Es otra cosa. Si yo te calo muy bien, si yo te entiendo. Tú
guardas un secreto, que no quieres confiarme, y haces mal; porque
yo, que soy una pública, tengo corazón, y no me faltan entendederas
para decirte esto y lo otro que te pudiera consolar. Sé lo que son
penas, y en lo tocante á penas de amor, no hay quien me baraje á mí.
Podía poner cátedra de esto en la Universidad, y saldría yo, con mi
birrete color de rosa y mi toga de batista, á explicar á los chicos
el tratado de las fatigas de amor con todos sus pelos y señales.
FEDERICO.
¡Qué mona! Figúrate si eres salada, que me haces reir hoy á mí.
LEONOR, _poniéndose en la cabeza, ladeado, el hongo de Federico_.
Conque, ó hay confianza ó no hay confianza entre este par de peines.
¿No te cuento yo á ti hasta mis pensamientos más íntimos? ¿Por qué
no has de hacer tú lo mismo con esta pájara? A ver, desembucha. Tú
tienes amores, y amores muy por lo alto. Mira que si no te explicas,
saco las cartas y te descubro todo el enredo.
FEDERICO.
Cierto que entre nosotros debiera existir una confianza sin límites.
Mi decoro no padece nada en mis tratos contigo, que no son nada
buenos. ¡Excepción inexplicable! Yo tan meticuloso fuera de aquí
en cuestiones de dignidad, en tu casa soy tu propia imagen. No lo
entiendo, pero es así. Sin embargo, te soy franco: hay cosas mías,
secretos si quieres, que dejo siempre de la puerta afuera cuando
entro á visitarte.
LEONOR, _impaciente_.
¿Cantas ó no cantas? Un hombre como tú no pone esos morros sino por
una pasión fuerte. Yo sé lo que es apasionarse, irse del seguro. Lo
pruebo todos los semestres.
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