2017년 3월 26일 일요일

Realidad 5

Realidad 5


Está usted perdonado; pero déjeme acabar... Pues en aquel tiempo se
defraudaba tanto como ahora, ó quizás más, mucho más. Cierto que
usted fué siempre de los puros, en eso estamos... Si lo sabemos, si
es artículo de fe: no se apure. Yo reconozco que usted se enfurece
ahora con muchísima razón, y que si quiere volver allá es para
corregir todas aquellas infamias que antes no corrigió.
 
AGUADO.
 
Permítame...
 
AUGUSTA.
 
¡Día feliz el día en que usted vuelva!
 
INFANTE.
 
Se extirpará de raíz el cáncer.
 
MONTE CÁRMENES.
 
Y aquello será la delicia del mundo.
 
VILLALONGA, _mandando callar_.
 
Dejarla, dejarla.
 
AUGUSTA.
 
Pues haría muy mal el señor de Aguado en meterse á cirujano de
cánceres. Dirían de él los horrores que ahora dicen de los otros.
 
AGUADO.
 
Pero como yo desprecio la calumnia...
 
AUGUSTA.
 
Justo es despreciarla. En fin, yo reconozco, todos reconocemos que
usted hace allí mucha falta; y si yo fuera Ministro del Cáncer...,
digo, de Ultramar, ahora mismo extendía la credencial.
 
AGUADO.
 
Gracias..., estimando.
 
AUGUSTA.
 
Y usted me mandaría, por el primer correo, cigarros para mi marido, y
para mí cascarilla, de esa tan buena que usan allí las señoras.
 
AGUADO.
 
¡Quiá! Usted no la necesita... con ese cutis.
 
AUGUSTA.
 
Ó dulces, piñas, guayaba.
 
AGUADO.
 
Si es usted más dulce que todas las jaleas del mundo.
 
AUGUSTA.
 
En fin, váyase usted pronto, á ver si arreglando aquello no se vuelve
á mentar la dichosa inmoralidad. Ya empalaga. Me gusta más oir hablar
del crimen famoso, que al menos interesa por sus lances dramáticos y
sus misterios de folletín.
 
AGUADO.
 
Eso á mí no me divierte. Mientras ustedes desmenuzan el crimen, voy á
echar un vistazo á los tresillistas. (_Pasa al salón._)
 
VILLALONGA.
 
¡Adelante con el crimen!... En el Casino he oído novedades estupendas.
 
AUGUSTA.
 
¿Qué se dice?... ¿A ver?
 
 
ESCENA IV
 
_Los mismos._ FEDERICO VIERA.
 
INFANTE, _aparte, retirándose del grupo_.
 
¡Qué hermosa está, qué simpática y qué mona es esta maldita, y
cómo me fascina y enloquece!... ¡Ah!, paréceme que oigo la voz de
Federico en el salón. (_Entra en el salón Federico Viera, y habla
con Aguado._) Él es, sí. Observaré la cara que pone mi prima cuando
él entre. ¿Por qué mis sospechas, sin fundamento formal, sobreviven
á todas las razones y se rebelan contra las pruebas en contrario?
Acechando rostros y palabras espero sorprender algún indicio, y
coger la punta del hilo por donde se saque el ovillo de la realidad.
Este bendito Marqués de Cícero me servirá de garita para ponerme
de centinela. (_Llevándole hacia la consola que está junto á la
puerta._) Querido Marqués, el domingo sentí mucho no ir á pasar el
día en las Charcas.
 
CÍCERO.
 
Pues acertó usted quedándose, porque el día, que amaneció
hermosísimo, se nos puso infernal. Tomás no fué tampoco, ni Malibrán;
sólo estuvimos Villalonga y yo; pero Jacinto, viendo el mal cariz, se
metió en la casa. Yo, siempre impertérrito, me corrí hacia el puesto
con el guarda, porque me daba la corazonada de que habían de venir
las perdices. Lo que venía, hijo de mi alma, era el chubasco número
uno. Pero yo..., impertérrito con mi capote de monte. El macho que
llevamos es un macho que no nos lo merecemos, ni se lo merecen ellas
las muy correntonas; ¡venga agua!, y el macho impertérrito, cantando
que se las pelaba, _chiquití_. Por fin, ¿creerá usted que parecieron
por allí las muy...?
 
INFANTE, _aparentando atender al Marqués, y contestándole con
cabezadas_.
 
Yo... ¡oh!, yo no creo... (_Aparte._) Ya se acerca. Disimulo, y mucho
ojo á la cara de esa hipócrita. Que no se me escape ni la inflexión
más ligera.
 
AUGUSTA, _para sí, fingiendo prestar atención á lo que le dice
Villalonga_.
 
Ahí está ya. Cara mía, ojos míos, haceos de piedra. Que ninguna
suspicacia, ninguna curiosidad os sorprendan en un descuido de
expresión. Ese pillo de Manolo me está observando... A buena parte
viene. El corazón me salta en el pecho; pero la cara, bien prevenida,
se mantiene firme; y aquí no pasa nada. Indiferencia afectuosa...,
distracción..., no le siento entrar. (_Entra Federico._)
 
INFANTE, _para sí_.
 
No repara en él...
 
FEDERICO, _saludando_.
 
Aunque usted no quiera... Augusta...
 
AUGUSTA, _fingiéndose sorprendida, y sin ninguna emoción visible_.
 
¡Ah!..., parece que entra usted como los ladrones. ¡Cuánto tiempo...!
¿Ha estado usted malo?
 
FEDERICO.
 
Un poquillo.
 
AUGUSTA.
 
Pues no se le conoce en la cara. Me alegro de verle. ¿Nos trae usted
noticias nuevas del crimen?
 
INFANTE, _para sí_.
 
Pues señor, cualquiera les descubre á éstos. ¿Tocaré yo el violín á
toda orquesta? ¿Correré tras un fantasma?
 
FEDERICO, _sentándose_.
 
Traigo noticias... para chuparse los dedos. Esta tarde se dice
que la muerta no es quien se creía, sino otra persona. ¿Qué tal?
¡Equivocarse en la identificación! Esta sí que es gorda.
 
AUGUSTA.
 
¿Pues quién era?
 
FEDERICO.
 
Una señora recién venida de Cuba, y cuyo nombre nadie sabe.
 
AUGUSTA.
 
Vamos, eso es ya delirar.
 
VILLALONGA.
 
Ganas de aumentar la confusión. No, sobre la persona de la víctima
no puede caber duda. Estas bolas las hacen correr los curiales con
la idea de desorientar al público, á fin de que no se fije en los
verdaderos asesinos.
 
AUGUSTA, _convencida_.
 
Para mí, el matador es Segundo Cuadrado, ese pillo á quien algunos
quieren hacer pasar por santo, porque ayuda á misa y se reza tres ó
cuatro rosarios al día. Creo además que es instrumento de personas
muy altas.

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