realidad 35
OROZCO.
¡Válganos Dios! Si no es eso... Mi mujer, siempre que usted me hace
alguna visita, teme que yo le reciba con demasiada benevolencia.
VIERA.
¿Es cierto eso, Augusta?
AUGUSTA.
Ciertísimo.
VIERA.
No me doy por vencido. ¡De este modo, ingrata, paga usted los elogios
que le hice y los piropos que le eché!... ¡Ay, qué mala se va usted
volviendo! Tomás, Tomás, ten cuidado con ella.
AUGUSTA, _para sí_.
No puedo resistir el cinismo de este hombre.
VIERA.
Paciencia. He caído en esta casa con mala suerte. Recibís como á
enemigo al que viene con bandera de paz... (_Para sí._) Si no recojo
velas estoy perdido. (_Alto._) Tomás, ¿quieres que aplacemos para
otro día la cuestión que ha dado motivo á estas diferencias, y no
pensemos más que en renovar nuestra antigua amistad, en gozar de ella
como de un bien inapreciable? Yo tengo debilidad por ti, Tomás; yo te
quiero como á mi hijo...
OROZCO.
La comparación no resulta, porque es dudoso que usted quiera bien á
sus hijos.
VIERA, _aparte_.
Este cuáquero maldito me tapa todas las brechas... (_Alto._) ¡Si me
niegas hasta los sentimientos primordiales del hombre, entonces...!
(_Con fingida pena._) Amigo mío, quizás sin mala intención me estás
agraviando, sí, con verdadera saña. Tú no sabes lo que es amor de
hijos, porque no los tienes. En tu hogar falta la alegría, que es
fuente de la piedad y de la indulgencia. Augusta, ¿por qué no ha dado
usted familia menuda á este hombre? Amiga mía, yo quería encontrar á
usted un defecto, y al fin he dado con él. Si en este hogar hubiera
hijos, el pobre amigo menesteroso no sería recibido tan mal.
AUGUSTA.
Si doy ó no doy hijos á mi marido, eso no es cuenta de usted.
VIERA.
¡Quién sabe si se los dará todavía! Yo espero que sí. Hago votos
porque así sea.
AUGUSTA, _para sí_.
Su sarcasmo me envenena la sangre. (_Alto._) Me parece que esta
conversación es bastante impertinente.
VIERA, _para sí, con rabia_.
¡Grandísima tal, hállome atado de pies y manos ante ti, por
desconocer los enredos que de fijo tienes!
OROZCO.
Demos por terminado este asunto, y que esta conferencia sea la
primera y la última. Yo escribiré á usted, y le haré una proposición.
Si la acepta, bien, y si no, tiene el camino libre para proceder como
quiera.
VIERA.
_All right..._ He tenido la desgracia de encontrar aquí los corazones
abroquelados contra mi cariño. El uno con su desconfianza y la
otra con su huraña virtud, no han sabido comprender el celo y la
abnegación con que les sirvo. (_Afectando dignidad._) Está bien;
por eso no dejaré yo de ser quien soy. Mi conducta no variará. Soy
incapaz de venganza, y aunque sintiera estímulos de maldad, no los
dirigiría nunca contra personas para mí tan caras, contra personas
que considero buenas, deplorando su obcecación. Tomás, no te
molestará más este amigo, á quien no quieres comprender. Aguardo
en mi casa, hasta mañana, la proposición que te dignes hacerme.
Quédate con Dios... (_Da la mano á Orozco. Éste se la estrecha con
frialdad._) ¡Qué triste me voy... y qué daño me has hecho! (_Con
emoción muy bien fingida._) Dios te lo perdone. Y usted, Augusta,
sea feliz, ignore siempre cuánto me duelen sus palabras incisivas y
desdeñosas, y siga siendo compañera de este buen hombre, siga siendo
ornamento de la sociedad y orgullo de su familia y de sus amigos.
Dios quiera que pueda apreciar algún día que este infeliz no merece
ser recibido tan mal. Adiós. (_Retírase afectando profunda aflicción.
Para sí, en la puerta._) ¡Negocio destripado!... ¡Maldita sea mi
suerte, y mala peste os devore, cuáquero indecente y virtud relamida!
Si buen punto es él, buena punta es ella... Volveré. (_Sale._)
ESCENA IX
AUGUSTA, OROZCO.
OROZCO.
¿Has visto qué farsante, qué monstruo de astucia?
AUGUSTA, _recostándose en un sillón_.
Deja, deja que me reponga del terror que me causa. No lo puedo
remediar.
OROZCO.
¿Terror, por qué? A mí me causa risa. Es un histrión perfecto; pero
yo le calo la intención; la máscara que usa se transparenta á mis
ojos, y veo la cara del truhán verdadero bajo las muecas del falso
amigo.
AUGUSTA.
¡Qué hombre! Cuéntame. ¿Qué te proponía? Yo rabiaba de curiosidad, y
abrí un poco la puerta. Pero no pude enterarme bien... Creí entender
algo de una obligación olvidada.
OROZCO.
De las que llamamos _Proctor y Barry_.
AUGUSTA.
¿Pero es legítima? Porque ese pillo sería capaz de falsificar la
escritura como falsifica los sentimientos.
OROZCO, _pensativo_.
Es legítima. No creas que me pesa su descubrimiento. Puesto que la
obligación existía, vale más que se presente de una vez. Tengo la
seguridad de que no hay ninguna otra. Respecto á si ha prescrito ó
no, puede haber dudas, y de fijo un abogado travieso, con el sin fin
de leyes y disposiciones que rigen sobre la materia, encontraría
fundamentos legales en que apoyar la no cancelación.
AUGUSTA.
Yo temí que tu bondad te llevara á transigir; recelé que tus
escrúpulos de conciencia pudieran más que el sentido práctico de la
justicia. Pero he visto con gusto que por esta vez has puesto á un
lado tus filosofías, y que te resistes á pagar una deuda prescrita.
OROZCO, _después de una pausa_.
Hija mía, estás en un error. No has penetrado mi pensamiento.
AUGUSTA, _alarmada_.
Pues ¿entonces...?
OROZCO.
Aunque, contando con el dédalo de nuestras leyes, pudiera sostenerse
la prescripción, yo no la admito, no puedo admitirla, y el crédito
ese, como deuda sagrada, debe pagarse.
AUGUSTA, _cruzando las manos_.
¡Dios mío, ten piedad de mi pobre marido que ha perdido la razón!
OROZCO.
No digas disparates, ni juzgues tan de ligero lo que no has
comprendido bien todavía. Voy á explicarte mi pensamiento, y el plan
que he concebido...
AUGUSTA, _inquietísima_.
Tomás de mi alma, ¿serás capaz de dejarte coger en las malvadas redes
de ese miserable? ¿Serás capaz de dejarte conmover por su refinada
astucia y por su adulación infame?
OROZCO.
No te acalores antes de enterarte bien...
AUGUSTA.
Es que te veo al borde del abismo de tu bondad, de esa bondad que es
una desdicha, créelo, un pecado, una sugestión satánica...
OROZCO.
Ten calma, mujer.
AUGUSTA, _levantándose_.
No puedo tenerla. Tu filantropía ha venido á ser una verdadera
demencia. ¡Tomás, Tomás!
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