Realidad 8
OROZCO.
Bien... Pues francamente, yo tampoco me acordaba. Ha hecho usted una
buena obra: Ese joven es hijo de una pobre viuda...
MALIBRÁN.
No tiene que agradecerme su colocación... Yo lo he hecho por usted.
OROZCO.
¡Por mí!... Si apenas le conozco. Me lo recomendó... (_Haciendo
memoria._) Pues no me acuerdo, ni hace al caso. Ello es que hay
tanta miseria en este mundo, que se llega á perder la cuenta de los
desfavorecidos de la suerte que pordiosean en una ú otra forma.
AGUADO.
Es verdad; el desequilibrio entre las necesidades y las posiciones
es tal, que el sablazo ha venido á ser continuo y denso, como una
granizada; y no cae sólo sobre la cabeza del rico, sino también sobre
los que vivimos con modesto pasar. Sablazos en la calle y en la
casa, por la mañana y por la tarde, en pleno día y á la melancólica
hora del crepúsculo; sablazos de dinero, de recomendaciones, de
influencias. Aseguro á usted que comemos de milagro.
OROZCO, _distraído_.
De milagro...
AGUADO.
Admiro la paciencia de usted y su longanimidad. (_Siguen hablando,
Malibrán pasa al salón y se encuentra con Villalonga, que ha salido
de la sala japonesa._)
VILLALONGA.
¿Te vas ya?
MALIBRÁN.
Sí, voy á despedirme de la ingrata.
VILLALONGA.
¿Y cómo va eso?
MALIBRÁN.
Desastrosamente. No he adelantado ni un solo palmo de terreno. Me
confirmo cada día más en la certeza de lo que hablábamos anoche.
VILLALONGA.
¿Crees que hay moros por la costa?
MALIBRÁN.
Como creo en Dios. Y esa morisma hace tiempo que piratea. Nada,
Augusta tiene su enredito. Y ten por cierto que tiro de la manta y
se lo descubro.
VILLALONGA, _con sorna_.
Sí; véngate. A estas virtudes enfatuadas hay que arrancarles la
aureola. ¡Cuidado si será tonta esa mujer! No quererte á ti, tan
buena figura, tan sacadito de cuello, entendidito en pintura,
familiarizado con la política extranjera, y muy fuerte en todo lo que
sea _triples alianzas_. Por supuesto, yo creo que te idolatra y lo
disimula; también ella tiene sus puntas de diplomática.
MALIBRÁN.
No te burles. Y que está enamorada no ofrece ya duda para mí.
¡Ah, tengo yo un olfato...! He rastreado mil síntomas infalibles.
Cualquier día se me escapa á mí una pieza de esta clase.
VILLALONGA.
Grandísimo adúltero, de quien está prendada es de ti.
MALIBRÁN.
No, no.
VILLALONGA.
¿En quién te fijas, pues?
MALIBRÁN.
Qué sé yo. En Calderón, la ostra de la casa, en el artillerito ese,
en Federico Viera, en Manolo Infante.
VILLALONGA.
El más verosímil me parece Infante. Ese las mata callando.
MALIBRÁN.
Pues no sé qué te diga. Déjame proseguir mis estudios y mis...
diligencias. Ahora... (_bajando la voz_) la estoy acechando en sus
salidas de casa, y créelo, le deshago el tapadijo; créelo como ésta
es noche.
VILLALONGA.
Estás trastornado, Cornelio.
MALIBRÁN.
Chico, cuestión de amor propio. Todas las pasiones son eso y nada más
que eso. Llámalo _el diablo_. Tal como están hoy las sociedades, con
las religiones abatidas y la moral llena de distingos, el amor propio
nos gobierna. ¿Ves á Orozco, á quien todos llaman la mejor persona
del mundo? Pues es que se ha impuesto ese papel, y lo sostiene por
algo que se asemeja á la vanidad del artista. Si estuviéramos en
época en que la santidad fuera moda, ese se haría canonizar por
pintarla, y extremaría sus actos benéficos hasta el sacrificio y la
mortificación, todo por orgullo, por el culto del arrastrado Yo.
Ley primaria del mundo es el amor propio. Todos hacemos un altar
donde nos ponemos á nosotros mismos, y nos adoramos con un dogma
cualquiera. Mi dogma es vencer en empeños amorosos.
VILLALONGA.
Vencerás. Así tuviera yo tan seguros el cielo y mi canonjía del
Senado. Por cierto que el empeño de meter á Orozco en la combinación
me ha hecho bajar un puesto en la lista.
MALIBRÁN.
Tontería. ¡Si Tomás no lo desea!
VILLALONGA.
No te fíes de apariencias. Ya sabes que tengo á nuestro amigo por un
poquitín hipócrita. Esa modestia, esos ascos al bombo son afectados.
Cada cual se busca su toque ó manera en la sociedad, y el toque de
ese es decir «no quiero, no quiero», para que se lo den todo, y tres
más.
MALIBRÁN.
Puede que tengas razón... En fin, es muy tarde, y yo me voy.
VILLALONGA.
¿A casa de Leonor?
MALIBRÁN.
Después. Sobre la una. Abur. (_Entra en la sala japonesa, se despide
y sale de la casa._)
ESCENA VII
_Los mismos, menos_ MALIBRÁN.
OROZCO, _pasando con Aguado al salón_.
Apuesto á que todavía están apurando el tema del crimen.
MONTE CÁRMENES, _que sale de la sala japonesa_.
¡Crimen y siempre crimen! Augusta quiso entrar en la orden del día;
pero Teresa se rebeló contra la presidencia, y ahora está haciendo
una excursión patibulario-comparativa al campo de la historia,
analizando la vida y milagros de la Bernaola, Vicenta Sobrino y otras
tales.
OROZCO.
Mi mujer se pirra por los crímenes, y Teresa es capaz de traerse
el verdugo en el bolsillo. Yo que el Gobierno, crearía con ellas y
otras damas la policía judicial que tanta falta nos hace. ¿Verdad,
Villalonga?... Venga usted para acá. Parece que está usted de puntas
conmigo. Le prevengo que no he dado paso alguno para entrar en la
combinación. Es cosa de los amigos de usted. Yo lo agradezco sin
solicitarlo, y lo aceptaré si me lo dan, así como me quedaré tan
fresco si me lo niegan.
VILLALONGA, _para sí_.
¡Valiente jesuitón estás tú! (_Alto._) Para mí es cuestión de
amor propio y, ¿á qué negarlo?, de conveniencia. Necesito el cargo
para bandearme. Estoy cansado de luchar; tengo, como cada hijo de
vecino, mi _serie de lamentables equivocaciones_. Llámelo usted mala
cabeza, vértigo político; llámelo usted temperamento anárquico, si le
parece mejor. Pero ya voy para viejo, y solicito esa posición para
formalizarme y adquirir los hábitos de consecuencia que no tengo. ¿Soy sincero?
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