realidad 65
Me crees? ¿Crees lo que digo?
OROZCO.
Sí... (_Se aparta de ella, y pasea por la habitación mirando al
suelo. Para sí._) Me he quedado solo, solo como el que vive en un
desierto.
AUGUSTA, _para sí_.
No me ha creído... ¡Y yo noto un vacío en mi alma...! Me siento
divorciada, sola, como si viviera en un páramo.
OROZCO, _para sí_.
Mi mujer ha muerto. Soy libre. Ningún cuidado me inquieta ya, si no
es el de mi propia disciplina interior, hasta llegar á no sentir
nada, nada más que la claridad del bien absoluto en mi conciencia.
AUGUSTA, _para sí_.
He mentido... Su virtud no me convence ni despierta emoción en mí.
¡Divorciados para siempre!... Si viera en él la expresión humana
del dolor por la ofensa que le hice, yo no mentiría, y después de
confesada la verdad, le pediría perdón. Ningún rayo celeste parte
de su alma para penetrar en la mía. No hay simpatía espiritual. Su
perfección, si lo es, no hace vibrar ningún sentimiento de los que
viven en mí.
OROZCO, _para sí_.
¡Pero qué solo estoy! Murió el encanto de mi vida. ¿Flaqueará mi
ánimo en esta crisis tremenda? La conmoción interior es grande.
¿Conseguiré dominarla, ó me dejaré arrastrar de este impulso
maligno que en mí nace, ó más bien resucita, porque es resabio de
mis dominadas pasiones de hombre? (_Detiénese detrás de Augusta,
contemplándola. Ella no le ve._) ¿Por qué no te impongo el castigo
que mereces, malvada mujer? ¿Por qué no te...? (_Apretando los
puños._)
AUGUSTA, _para sí_, _sobresaltada y recelosa al sentirle parado
detrás de ella_.
¿Qué hace? No me atrevo á moverme, ni á mirar siquiera para atrás.
¡Dios me ampare!
OROZCO, _para sí_, _venciéndose con supremo esfuerzo_.
No, no te iguales á lo más miserable y rastrero de la humanidad.
Déjala...
AUGUSTA, _volviéndose aterrada_.
¿Qué? ¿Qué hay?
OROZCO.
Nada, no he dicho nada. (_Para sí, paseando de nuevo._) No, los
brutales instintos no destruirán, en un instante de flaqueza, la
serenidad que adquirí á fuerza de mutilar y mutilar pasiones y
afectos miserables. Elévate, alma, otra vez, y mira de lejos estas
bastardías liliputienses. Nada existe más innoble que los bramidos
del macho celoso por la infidelidad de su hembra.
AUGUSTA, _para sí_.
Si en él viera yo el noble egoísmo del león que se enfurece y lucha
por defender su hembra..., me sería fácil humillarme y pedirle
perdón.
OROZCO, _para sí_.
Ánimo, y adelante. Volvamos á esta vida externa, cuya estupidez me
es necesaria, como la esterilidad glacial del yermo en que habito.
Vivamos en esta aridez pedregosa, como si nada hubiera ocurrido.
Despierto de un sueño en que sentí reverdecer mis amortiguadas
pasiones, y vuelvo á mi rutina de fórmulas comunes, dentro de la cual
fabrico, á solas conmigo, mi deliciosa vida espiritual. (_Alto y con
resolución._) Augusta.
AUGUSTA, _volviéndose sobresaltada_.
¿Qué?
OROZCO.
¿Pero no te acuestas, hija? Es muy tarde.
AUGUSTA, _para sí_.
El mismo acento de siempre. (_Alto._) Sí, me acostaré. ¿Y tú?
OROZCO.
Yo también. Oye una cosa: mañana recuérdame que hay que comprar el
regalo para Victoria Trujillo, cuya boda es el jueves.
AUGUSTA.
Es verdad. ¿Qué le compraremos?
OROZCO.
Lo que tú quieras. Tienes mejor gusto que yo para elegir
cachivaches. ¡Ah! Otra cosa: si mañana estás bien, hemos de visitar á
Clotilde Viera.
AUGUSTA.
¡Ah, sí!... Mañana estaré bien, y saldré; saldremos.
OROZCO.
Daremos una vuelta en coche por el Retiro y la Castellana. Te llevaré
á que veas los cuadros que ha comprado últimamente tu papá.
AUGUSTA.
Bueno... (_Para sí._) Como si tal cosa. El mismo hombre, el mismo,
inalterable, marmóreo, glacial. ¿Qué significa esto? (_Alto._)
Francamente, no tengo muchas ganas de ver los cuadros que ha comprado
papá, pues me dijo Malibrán que eran cosa de muertos, y santos en
oración, flacos, sucios y amarillos. Todo eso me es antipático.
OROZCO.
Por cierto que ayer estuve á punto de comprarte una imitación de
Watteau muy linda... Pastorcitos, elegantes marquesas con cayado,
mucho lazo en la frente y hombros, zapatito de raso, y luego
amorcillos jugando con las ovejas.
AUGUSTA.
¡Ay, eso me encanta! ¿Por qué no me lo trajiste?
OROZCO.
Pensé consultar contigo la compra antes de hacerla; pero como
estuviste mala, no quise molestarte.
AUGUSTA, _que se levanta y tira del cordón de la campanilla_.
Pues no dudes que te agradezco de todas veras regalito tan de mi
gusto. (_Mirándole fijamente y con alarma. Para sí._) ¿Qué significa
esta indiferencia grave y hermosa, que raya en lo sobrenatural? Esto
no es grandeza de alma. Esto es...
OROZCO, _para sí_.
Expláyate, hombre, expláyate en el páramo de la vida externa. Eso
conforta.
AUGUSTA, _para sí, cavilosa_.
Una nueva pena, una nueva inquietud. Será preciso consultar con los
mejores especialistas en perturbaciones cerebrales. (_La criada
aparece en la puerta. Augusta se retira con ella._)
ESCENA ÚLTIMA
OROZCO, _solo_.
¡Dominada la pavorosa crisis!... Pero andan por dentro de mí los
jirones de la tempestad, y necesito dispersarlos, no sea que se
junten y condensen de nuevo y me pongan otra vez al borde del
abismo de la tontería... Fuera locurillas impropias de mí. Los
celos, ¡qué estupidez! Las veleidades, antojos ó pasiones de una
mujer, ¡qué necedad raquítica! ¿Es decoroso para el espíritu de un
hombre afanarse por esto? No; elevar tales menudencias al foro de
la conciencia universal es lo mismo que si, al ver una hormiga, dos
hormigas ó cuatro ó cien, llevando á rastras un grano de cebada,
fuéramos á dar parte á la Guardia civil y al juez de primera
instancia. No; conservemos nuestra calma frente á estas agitaciones
microscópicas, para despreciarlas más hondamente. Figúrate que no
existen para ti; muéstrate indiferente, y no hagas á la sociedad y á
la opinión el inmerecido honor de darles á entender que te inquietas
por ellas. Que nadie advierta en ti el menor cuidado, la menor pena
por lo que ha ocurrido en tu casa. Para tus amigos serás el mismo
de siempre. Que te juzgue cada cual como quiera, y tú sé para ti
mismo lo que debes ser en ti, compenetrándote con el bien absoluto.
(_Asómase á una ventana que da al patio de la casa._) ¡Hermosa noche,
tibia y serena, de las que ponen á Villalonga fuera de sí! ¡Cómo
lucen las estrellas! ¡Qué diría esa inmensidad de mundos si fuesen
á contarle que aquí, en el nuestro, un gusanillo insignificante
llamado mujer quiso á un hombre en vez de querer á otro! ¡Si el
espacio infinito se pudiera reir, cómo se reiría de las bobadas
que aquí nos revuelven y trastornan!... Pero para reirse de ellas
era menester que las supiera, y el saberlas sólo le deshonraría.
(_Abre los cristales y apoya los codos en el antepecho. En la pared
opuesta del patio rectangular se ven las ventanas de la escalera
de la casa._) Da gusto respirar el aire libre: su frescura despeja
la cabeza y sutiliza la imaginación. (_Pausa._) Siéntome otra vez
asaltado de la idea que ha sido mi suplicio ayer y hoy, la maldita
representación del trágico suceso, y la manía de reconstruirlo con
elementos lógicos. ¿Qué pasó, cómo fué, qué móviles lo determinaron?
Me había propuesto expeler y dispersar estos pensamientos; pero no
es fácil. Se apoderan de mi mente con despótico empuje, y tal es
su fuerza plasmadora, que no dudo puedan convertirse en imágenes
perceptibles á poco que yo lo estimulara. (_Agitado._) Debo recogerme
y procurar el reposo. (_Cierra la ventana y se retira. Discurre por
varias habitaciones de la casa, las unas obscuras, alumbradas las
otras. Largo intermedio, al fin del cual vuelve á encontrarse Orozco,
por efecto de una traslación inconsciente, en la ventana que da al
patio._) ¿Cómo es esto? ¿Todavía luz en la escalera? Y parece que
entra alguien y sube. (_Fijándose en las ventanas de enfrente._) Sí;
una persona sube con paso lento, como fatigada. ¡Ya! Será Juan, que
se retira después de haber cerrado el portal y apagado las luces.
¡Pero si el gas está encendido aún!... El tal sigue subiendo..., y es
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