realidad 41
AUGUSTA.
Cierto. Y algunas, con tanto plumacho, vienen hechas unos milicianos
nacionales. (_Dando los gemelos á la de Trujillo._) Teresa, por
Dios, mire usted el escote que se ha traído la de Tellería. ¡Qué
escandalosa!
TERESA, _mirando_.
¡En el nombre del Padre...! No le falta más que la manzana en la
mano. (_Suenan grandes aplausos._) ¡Pero qué tontos!... ¿Cómo
aplauden estas borricadas?
MALIBRÁN.
La _claque_ está insoportable.
TERESA.
Pero si son los de butacas los que alborotan.
AUGUSTA.
Es que la alabarda de abajo es la peor.
_Entra Monte Cármenes, que saluda á las dos señoras. Trábase
conversación entre Teresa Trujillo y los caballeros._
AUGUSTA, para sí, dirigiendo los gemelos á una parte y otra.
Miro y remiro, y no le veo arriba ni abajo. ¡Qué inquieta estoy!
En el palco de los gorriones no está..., ni tampoco en el de San
Bernardino..., ni en butacas. ¡Si no vendrá, después de habérmelo
prometido tan formalmente! Quiero ponerle en guardia contra el
espionaje de este arrastrado Malibrán, que parece nos sigue los
pasos, y que si no nos ha visto aún..., digo, yo creo que no nos
ha visto..., nos verá el mejor día. (_Alto, tomando parte en la
conversación general._) ¡Enteramente un fiasco; y cuidado si
anunciaban á este tenor como _estrella del arte_! (_Para sí._) ¿Será
aquel? (_Mirando._) No, no es. No creo que deje de venir. ¡Ay!,
no vivo hasta no saber lo que piensa de la proposición de Tomás.
¿Cómo tomará la idea de reconciliarse con Clotilde? Hice bien en
decírselo por escrito, meditando muy bien la forma y pensando bien
los conceptos. La carta era un modelo de sagacidad diplomática.
¿Aceptará? Dios quiera que no se alborote... ¡Ah!, allí está... en el
palco de San Bernardino. Me ha visto. (_Mirando á otro lado._) Ahora
no vendrá. Veremos si en el tercer entreacto... Nunca como esta noche
he deseado verle y hablarle. ¿Saldrá por el registro de la dignidad?
Mucho me lo temo... ¡Ay, gracias á Dios que empieza el acto! (_Entra
Aguado y la saluda. Se entabla animada conversación sobre puntos
diferentes. Al llegar al entreacto tercero, sólo están en el palco
Aguado y el marqués de Cícero, que hablan con Teresa Trujillo.
Augusta pasa al antepalco._)
ESCENA VI
AUGUSTA, _en el antepalco_; FEDERICO.
AUGUSTA.
Nunca como esta noche he deseado verte...
FEDERICO.
Ni nunca nos hemos visto en sitio menos á propósito para hablar de
cosas graves. (_Atisbando por un lado de la cortina._) ¿Quién está
ahí?
AUGUSTA.
Cícero, que duerme, y Aguado, que habla con Teresa de la moralidad.
Siéntate...
FEDERICO.
¿Nos darán tiempo para decir cuatro palabras?
AUGUSTA.
Sí, sí..., y también ocho, (_Impaciente._) Di, ¿qué te pareció mi
carta? ¿Qué efecto te ha hecho?
FEDERICO.
Ya puedes suponerlo.
AUGUSTA, _con ansiedad_.
¿Qué dices respecto al punto principal? ¿Aceptas? ¿Qué? ¿No te parece
bien?... Por Dios, no me lo digas; no me des el disgustazo de...
(_Federico, en pie, fijos los ojos en el suelo, deniega suavemente
con la cabeza._) ¡Qué ideas tan estrambóticas! ¿Pero qué mal hay en
esto? Dímelo.
FEDERICO.
Pero ven acá: ¿cómo ha podido ocurrírsete el absurdo de que yo lo
acepte... mediando...?
AUGUSTA.
¡Qué aflicción me causas!... ¡Qué ingrato eres!
FEDERICO.
Por Dios, no llames á esto ingratitud... (_Preocupadísimo._) Yo
te explicaré... ¿Has reflexionado tú en la gravedad de lo que me
pides? Respecto al otro punto que tratas en tu carta, ó sea mi
reconciliación con Clotilde, te contesto que accedo á hacerle una
visita.
AUGUSTA.
¿De veras? (_Con alegría._) ¿Me lo prometes?
FEDERICO.
Prometido. Mañana mismo iré á casa de la señora de Calvo. Haremos
paces con Clotilde; pero con él, con ese pelagatos, no transigiré
nunca.
AUGUSTA.
Todo es empezar...
FEDERICO.
Con ella sí. Ya ves cómo te complazco cuando me pides cosas
razonables.
AUGUSTA.
Bueno... Eh, cuidadito; que vayas... (_Para sí._) Lo que importa
es restablecer en él los vínculos de familia, única manera de
domesticarle. Lo demás vendrá por sus pasos contados. (_Alto._)
Quedamos en que visitarás á tu hermanita. ¿Qué sabes tú lo que harás
después? El tiempo y la derivación natural de los hechos te marcarán
la conducta. Y no hablemos más ahora de asuntos tan difíciles de
tratar no estando solos. (_Observa, levantando un poco la cortina,
á los que están en el palco._) Otra cosa tengo que decirte,
aprovechando este corto ratito. Malibrán nos sigue los pasos. Parece
mentira que haya seres tan viles que se dediquen al espionaje por el
infame placer de ver que no son buenos los que lo parecen.
FEDERICO.
¿Te ha dicho algo?
AUGUSTA.
Indicaciones breves, pero bastante intencionadas y maliciosas. Cree,
hijo mío, que nos ha descubierto.
FEDERICO.
Lo dudo mucho... Tendrá sospechas.
AUGUSTA.
¡Ay!, no; me parece que son más que sospechas.
FEDERICO.
En ese caso... (_Alarmados ambos miran con recelo al palco, y
atienden á las voces que se sienten en el pasillo._)
AUGUSTA.
Calla... No podemos hablar aquí. ¡Qué angustia, teniendo tanto que
decir! Espérame allá...
FEDERICO.
¿Cuándo?
AUGUSTA.
El sábado..., pasado mañana. Te pondré dos letras el mismo día,
temprano. Si es el sábado, estaré hasta más tarde y cenaremos juntos.
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