Realidad 12
OROZCO.
Como si lo viera, Joaquín me presentará algún antiguo y olvidado
crédito... ¡Pero si por mi cuenta no hay ninguno que no esté
satisfecho...! (_Suspirando._) ¡Ay!, esa maldita _Humanitaria_
ha dejado tras sí un rastro vergonzoso. Yo no soy responsable;
pero disfruto del capital que se amasó con aquel negocio, en que
trabajaron juntos mi padre (que Dios perdone) y este Joaquín Viera,
que es de la piel del diablo. No juzgo lo que hicieron. Después
Joaquín se arruina, se va al extranjero y se dedica al _chantage_
y á mil trapisondas. ¡Quién sabe si se descolgará ahora con algún
enredo...! ¿No crees tú que...? (_Observando á su mujer, que no
chista._) Vaya... se ha dormido. ¡Pobrecilla!
AUGUSTA, _para sí_.
Me cree dormida. De este modo me rodeo de soledad, me meto en mí.
(_Atendiendo sin mirar._) Parece que discute consigo mismo en voz
baja. Yo pensaré en silencio. Los dos padecemos con el insomnio;
pero ¡por cuán distintos motivos! A mí me desasosiega el pecado, y
á él la perfección... No le siento ahora; no sé qué daría porque se
durmiese profundamente. También yo... empiezo á notar, así, cierta
torpeza, como si las ideas se me cuajaran... (_Pausa._) Pero no se
calma la inquietud que siento en mi corazón, este temor, esta ira,
los celos. Se calmaría quizás si lo contase á alguien. Consuelo del
espíritu turbado es la confesión; pero la confesión religiosa no acaba
de satisfacerme. A un cura tendría yo que prometerle la enmienda, y
esto no puede ser. Le engañaría si la prometiera; sería estafar la
absolución, que es lo que hacen la mayor parte de los penitentes,
figurándose de buena fe que están arrepentidos y creyendo que no
reincidirán. Como no me gusta engañar, empiezo por no engañarme á mí
misma. El que á mí me confiese ha de ser un sacerdote extraordinario,
ideal, superior á cuantos hombres andan por el mundo, de un saber
tan grande y de una sensibilidad tan fina para tomar el pulso á las
pasiones, que pueda yo mostrarle con sinceridad hasta los últimos
dobleces de la conciencia... (_Agitándose en el lecho._) ¿Pero yo estoy
dormida ó despierta? Porque esto que pienso no es un despropósito de
los que solemos soñar...; esto que se me ocurre indica talento...,
vaya si lo indica... Pues sí, ese confesor que me hace falta, ya
lo siento venir. Parece que lo traigo yo misma con la fuerza de mi
pensamiento... (_Aparece la sombra de Orozco, sentada junto al lecho.
Es una forma indeterminada, cuyo ropaje no se percibe: distínguense
claramente la cara y las manos._) Aquí está ya. Lo que yo me figuraba:
su rostro es el mismo de mi marido; sus ojos, que me miran con tanto
cariño y dulzura, revelan el saber total y la piedad eterna... (_Le
mira fijamente._) ¿Y qué?... (_Pausa._) No dice nada. No hace más que
clavarme su mirada, que me penetra hasta lo más hondo. No, no mentiré,
no te ocultaré nada. Confesor, no me causas miedo, sino confianza...
(_Agitándose más._) Ya, ya sé qué es lo primero que debo decir: cuándo
empezó mi infidelidad y la razón de ella. ¡La razón de ella! ¿Yo qué
sé? Esas cosas no tienen razón. Le traté algún tiempo, ya casada, sin
sospechar que le quería con amor. No caí en la cuenta de que estaba
prendada de él, sino cuando me declaró que se había prendado de mí.
Tres días de ansiedades y de lucha precedieron á uno memorable para mí.
¡Vaya un diíta, Señor! No me acuerdo bien de lo que sentí aquel día.
La vida se me completó. Le amé locamente, y cuando me fuí enterando
de sus desgracias, de las cadenas ocultas que arrastra el pobrecito,
le quise más, le adoré. Declaro que hay dentro de mí, allá en una de
las cuevas más escondidas del alma, una tendencia á enamorarme de lo
que no es común ni regular. Las personas más allegadas á mí ignoran
esta querencia mía, porque la educación me ha enseñado á disimularla.
Pues sí, tengo antipatía al orden pacífico del vivir, á la corrección,
á esto mismo que llamamos comodidades. Esto de hacer un día y otro
las mismas cosas, el tenerlo todo previsto, el encontrar todo á
punto, me entristece, me fatiga. Bendito sea lo repentino, porque á
ello debemos los pocos goces de la existencia. ¿Hemos nacido acaso
para este tedio inmenso de la buena posición, teniendo tasados los
afectos como las rentas? No; para algo nos habéis dado la facultad
de imaginar y de sentir, por algo somos un alma que ama los espacios
libres y quiere dar un paseíto por ellos. Este compás social, esta
prohibición estúpida del _más allá_, no me hace á mí maldita gracia.
Y lo peor es que la educación puritana y meticulosa nos amolda á esta
vida, desfigurándonos, lo mismo que el corsé nos desfigura el cuerpo.
De este modo aprendemos la hipocresía, y buscamos compensación al
fastidio, trayendo á nuestra vida algún elemento secreto, algo que no
esté á la vista ni aun de los más próximos. Tener un secreto, burlar
á la sociedad, que en todo quiere entrometerse, es un recreo esencial
de nuestras almas con corsé, oprimidas, fajadas... Sin misterio,
el alma se encanija. Aborrezco esa vida, que no vacilo en llamar
pública, ó si se quiere, legal, muy santa y muy buena para quien se
pueda amoldar á ella, pero que no es para mí... Que me quite Dios las
ideas que me andan por dentro del cráneo, que me quite los nervios,
y me volveré la burguesa más pánfila de la clase... (_Se agita de
nuevo y contempla con estupor la Sombra._) Veo que me miras con ojos
benévolos. No podía ser de otra manera. Declaro todo lo que siento,
y me someto al fallo tuyo... ¿Soy pecadora, ó qué soy? No me dices
nada. ¿Por qué callas? ¿Te asombras de que no me disculpe? No siento
en mí la disculpa. Creo que al principio intenté sofocar el amor hacia
un hombre que no es mi marido. Pero pronto me convencí de que era
inútil intentarlo. Me encantaban la persona y sus palabras, el sonido
de su voz, su carácter noble, su susceptibilidad, sus desgracias, la
pobreza disimulada con tanta gallardía; y no puedo dejar de amarle, ni
en rigor, aquí dentro de mí, me avergüenzo de ello. ¿Qué tienes que
objetarme? Dirás que estoy unida por la ley á ese amigo sin par, á ese
hombre extraordinariamente bueno y amable. Yo reconozco sus méritos
y virtudes, yo le admiro. Tú que me oyes, ¿eres él, ó has tomado su
rostro para inspirarme más respeto? Porque si eres él mismo, y vienes
á oirme en confesión, te traerás la razón grande, el metro elástico
para medirme; habrás dejado fuera de aquí las reglas chiquitas, hechas
á gusto del medidor... Dime al fin el juicio que te merezco; háblame,
para que yo no crea que es mi propio pensamiento quien te pone delante
de mí. (_Sofocada._) ¡Dios mío, el talento que saco en estas horas
de insomnio me hace padecer! (_A la Sombra._) ¿Qué piensas de mí?
¿No me dices una palabra consoladora? Cuando entraste me mirabas con
indulgencia, y ahora... (_La Sombra principia á desvanecerse._) ¿Te
vas? Aguarda... En verdad que no puedo asegurar que estoy despierta
ni que estoy dormida... ¿Crees que no he sido bastante sincera?
No te vayas, no... (_La Sombra desaparece._) ¡Disparates como los
que yo pienso! (_Llevándose la mano á los ojos._) ¡Pero si yo no
dormía! Despierta estaba, y qué sé yo...; puedo jurar que le he visto
ahí..., una persona, un sacerdote, un ser extraño, con la cara y los
ojos de... ¡Qué desatinos engendra la fiebre!... Sí, en mi juicio
estoy. (_Golpeándose el cráneo._) No tengo duda. Mi marido duerme
tranquilamente. ¡Y yo imaginaba confesarme con él!... ¡Vaya, que es de
lo más absurdo!... En el fondo no deja de tener cierta gracia... (_Se
incorpora._) ¡Qué suplicio el de estar en la cama sin sueño!...
_Pausa larga. Permanece un rato con las ideas obscurecidas,
murmurando frases deshilvanadas. Restrégase los ojos. Por fin se
aclara su juicio, y se reconoce en la realidad._
Difícil es que pueda precisar si he dormido ó no... Lo que es ahora
bien despabilada estoy... ¡Ay, amor mío, cuánto me haces sufrir!
Quiero verte, quiero dolerme de tus agravios, y que me pidas perdón
y desvanezcas este enojo que siento contra ti. No puedo soportar tu
amistad con esa mujer indigna. No te vale decirme que las visitas son
inocentes. ¿Qué objeto tienen entonces? No escucho tus explicaciones,
no las admito. Esta noche me has parecido amable, como pesaroso
de ofenderme y con deseos de desagraviarme. ¿De veras quieres que
nos veamos mañana en nuestro asilo? ¡Y yo, tonta, respondí que
no! ¡Tenemos á veces unos arranques de dignidad tan ridículos!...
(_Pausa._) Nada, mañana le escribo en cuanto me levante; le diré:
«Aunque tú no lo mereces, grandísimo pillo, necesito oir tus
descargos, y acudiré á la hora de costumbre. Si tardas te araño.»
No, no; esto es humillante. Debo fingirme muy incomodada, ¡uy, qué
genio tengo!, y con pocas ganas de perdonar. Él es el que debe
humillarse. Coquetearemos. Le diré: «Amigo mío, es preciso que esto
concluya, y vale más que tratemos, serenamente y sin atufarnos,
de nuestra separación definitiva...» Esto, esto; magnífico. ¡Qué
feliz idea! Quisiera tener aquí lápiz y papel para apuntarla, no
sea que se me olvide de aquí á mañana... ¡Señor, qué ansiedad, y
cómo se estiran las horas de la noche! Me dan ganas de saltar de
la cama volando, y escribir la esquela antes que se me escape del
cerebro aquella idea felicísima. No, aguantaréme aquí. Tomás no
duerme. Se sorprendería de verme levantada. ¡Ay, qué tumulto dentro
de mí! Esa _Peri_, esa _Peri_; no la puedo ver. He de obligarle á
que me prometa no poner más los pies en su casa. No, no le escribo
lo que pensé. Más fuerte, más fuerte, y unos morros así... Le diré:
«Imposible perdonarte tus visitas á esa mujerzuela. Entre tú y yo
no puede haber ya ni siquiera amistad, si no me juras...» Sí, que
jure, que jure, que se fastidie... Esto es lo que he de escribirle...
¡Ah!, se me ocurre ahora otra idea estupenda. Una carta llena de
ternura es lo mejor, pues si me muestro arisca y exigente, puede
que se incomode. ¡Es tan orgulloso! Nada, nada; mucha suavidad,
quejas dulces... «Eres un ingrato, y correspondes mal al inmenso
cariño que te tengo. No debiera verte más; pero soy débil, y mi
debilidad te necesita. No me faltes esta tarde, si no quieres que
me muera.» Esto escribiré... ¡Lástima no tener lápiz!..., porque
si no lo apunto, de fijo que se me olvida... Estoy llorando, y no
había notado que lloro... (_Pausa._) Me parece que Tomás descansa.
Su respiración indica sueño... (_Poniendo atención._) Sí, duerme. Me
levantaré. Las sábanas son de fuego... Me levanto, voy al gabinete,
y endilgo esa carta antes que se me borre la idea... No, esperaré á
que sea más tarde, á que apunte el día, que ya no puede tardar. Y
nada de ternura, nada de mimos. Hay que tratarle á la baqueta. Pero
¿y si se crece al castigo? No, no se crecerá... Lo que hay es que
no puedo seguir acostada. Arriba, pues. En mi gabinete escribiré.
Hora tremenda es esta para el cerebro. Creo que me vuelvo loca si
sigo así. (_Salta del lecho, se pone la bata, mete los pies en las
pantuflas y de puntillas recorre la alcoba._) ¡Ah! Gracias á Dios,
me siento más serena. En cuanto salí de las abrasadas sábanas, soy
más dueña de mí. Las ideas se me aclaran. No, no escribo ahora. Tengo
la seguridad de que lo que escribiese hoy me parecería mal mañana, y
rompería la carta. Al mediodía le pondré cuatro líneas, muy secas,
citándole... ¡Qué frío hace! Cuatro palabras, y luego, charlando
cara á cara, le diré muchas cosas, pero muchas cosas... (_Después de
dar algunos pasos, detiénese junto al lecho de Orozco, y contempla
á éste dormido._) Mañana romperé la regularidad enervante de esta
vida; mañana probaré lo misterioso y secreto, que arroja algunos
granos de sal sobre la insipidez de lo legal y público. El corazón
apasionado se alimenta de la flor de lo desconocido. Envidio á los
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